La amenaza era delicada: no un ultimátum directo, sino la presencia de pruebas que podían ser desempolvadas en el momento conveniente. Rowena sintió, por un instante, cómo la red que había tejido con tanto cuidado iba a verse probada por un nombre del pasado.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó, mirándolo a los ojos.
Silas sonrió como quien tiene la llave de una caja fuerte y disfruta del poder de rozarla.
—Nada que no puedas negociar —respondió—. Sólo una conversación. Y saber si seguirás en la misma vereda en la que te vi marcharte. Porque mi negocio es sencillo: guardo evidencia hasta que me conviene usarla, y a veces la uso para proteger, no sólo para cobrar.
Rowena comprendió que aquello no era el cierre sino el gancho. Silas no habló de destruir; habló de posibilidad. Podía usar sus papeles para extorsionar a Lady Evelin, a Halver o a quien valiera más. Podía ofrecérselos a Rowena como herramienta, o emplearlos para hundirla.
Una brisa cruzó el claustro y movió el papel recién puesto. Rowena notó cómo Lysa, al otro lado de las columnas, apretó los labios con la misma mezcla de inquietud que ella cargaba. La red que Rowena hilaba hasta ese momento tenía una nueva hebra: la de su pasado, de algo que había intentado sepultar y que ahora volvía con una puntualidad de cobrador profesional.
—Hablemos —dijo Rowena por fin—. Pero aviso: si tu intención es vender identidad o destruir vidas, no seré cómplice. Si lo que traes puede proteger a los que no tienen otra defensa, entonces podemos hablar de neutralidad.
Silas la miró como quien mide la distancia hasta el muelle desde una luz trémula.
—Lo sabré cuando te entregue lo que tengo —contestó—. Mañana, al alba. Donde el río dobla, junto al viejo farol.
Rowena observó cómo se alejaba, con la seguridad de quien ha vuelto a un lugar después de resolver cuentas. Detrás de ella, en la penumbra del claustro, Lysa se acercó con pasos discretos.
—¿Confías en él? —preguntó Lysa, con la voz hecha de hilos tensos.
Rowena dejó escapar un suspiro que era casi humo.
—No lo sé —admitió—. Pero no podemos ignorar al que conserva cuadernos del puerto. Silas puede ser arma o aliado. Y ahora mismo no puedo permitirme no saber.
Lysa apoyó la mano en el hombro de Rowena, como quien repara una vela.
—Cuídate —murmuró—. No por el templo, sino por ti.
Rowena miró al norte, donde el sol caía tras la iglesia y la ciudad comenzaba a oscurecer sus bocas y susurros. Tenía una red que prosperaba con favores pagados en provisiones, silencio de lacayos y reputación ganada cantando en el coro. Pero también sabía que las redes se pueden estrangular: una hebra mal cortada o un papel viejo traído por un cobrador pueden dejar al descubierto todo lo que protegía. La protección para su madre, las licitaciones con Halver, la discreción de Jorren, la paciencia de Lysa: todos estaban en juego.
Mientras cerraba el pliego y se marchaba, Silas lanzó una última frase sin mirar atrás, como quien deja una roca con inscripción sobre la mesa.
—Cuando regreses al muelle, Rowena, verás que el pasado es una deuda que siempre busca cobrador.
Rowena apretó la medalla de hierro contra su pecho. La noche se cerró con olor a mar y a humo, y el templo, que era su casa y su fortaleza, le pareció por primera vez un objeto frágil en manos de corrientes que no siempre obedecían a la fe. La red que tejía no era sólo para captar apoyos: era para sostener una verdad que cada vez tenía más costuras clandestinas. Y la llegada de Silas era, sin duda, un nudo nuevo que habría de ajustarse con cuidado...
Editado: 20.12.2025