Rowena

Capitulo 47

Un suspiro apagado, una leve corriente que reconocía la intención. El rey asintió con la gravedad de quien sabe que una palabra suya pondrá en movimiento clientelas y contratos. Frente a muchos la escena fue formalidad; detrás de esa forma, Rowena veía el resultado: contratos que cambiarían de nombre, caravanas que recibirían permiso de paso y una atmósfera nueva que haría a Aldric menos vulnerable a maniobras de la nobleza.

Fue entonces —entre el brillo del metal y el murmullo contenido— cuando el rey se inclinó ligeramente hacia Rowena, lo suficiente para que solo ella escuchara.

—Has hecho la casa un favor —dijo, en un tono que, a cualquiera, le habría parecido un cumplido—. Los favores, sin embargo, dejan cuentas.

Rowena asintió en público, pero dejó que la mirada contestara por ella en privado. Su gesto fue medido: reconocimiento y promesa.

—Y las cuentas se pagan, Majestad —respondió con voz que no necesitó alzar—. Hoy la Corona gana estabilidad. Yo espero que esa estabilidad proteja lo que debe proteger.

La respuesta fue simple, pero la tensión entre ambas frases encerraba el intercambio verdadero: él sabía que al permitir la visibilidad de Aldric, la Corona adquiría influencia en los negocios; Rowena dejaba entrever que ese favor se traduciría en obligaciones a favor de quienes ella amparaba. Un intercambio con muchas capas, sin que la sala lo notara del todo. Ellos dos, junto al gesto de la mano de bronce, habían convertido favores en legitimidad pública.

No todo fue calma. Entre los espectadores, Iren Voss —jefe de seguridad del palacio— observaba con una atención que no era casual. Había notado a la novicia que había declarado a Rowena su aval, una chica de ojos todavía asustados y porte humilde. Iren se levantó discretamente, se acercó al capitán de los guardias y pronunció en voz baja una orden que solo a ellos competía.

—A partir de ahora, vigilancia sutil sobre la novicia Celia —murmuró—. Que no se le acose en voz alta. No queremos una escena, pero no la perdamos de vista.

La orden fue tan fría como necesaria. Iren no perseguía una prueba concreta; perseguía la prevención. Los favores, pensó, atraen sombras. Y la vigilancia sería una sombra preventiva.

Mientras la ceremonia seguía su curso y las manos se estrechaban en saludos obligados, Lady Evelin se movía como quien afila un cuchillo con cortes invisibles. La cena que ofreció esa tarde a un grupo de damas y consejeros sería, para muchos, una simple cortesía; para Evelin, era un tablero. Había invitado a una de las amigas más visibles de Rowena: Maia, mujer de sonrisa ancha y remedos de la vida en el puerto. Maia había llegado al salón con un vestido nuevo y la inocencia peligrosa de quien aún cree que la cortesía es verdadera.

—Maia —dijo Evelin en voz alta y sin malicia aparente—, has crecido tanto desde los días en que vendías telas en la plaza. ¿Qué recuerdos tienes de entonces? Seguro que nos deleitarás con una anécdota de tu vida pasada.

La petición, formulada así, fue veneno en la boca de la sala. Maia, sin malicia, buscó la anécdota. Comenzó a describir burlas, amaneceres de frío y una “Rowena” como compañera de fatigas. Las risas suaves se volvieron cuchillas. Evelin dejó caer, como quien no quiere la sangre, una frase que hizo la labor: “Siempre es hermoso ver a quienes trascienden su origen… aunque siempre hay quien nunca lo olvida”. La sutil humillación fue perfecta: no llamaba a la culpa, sino a la curiosidad malsana. Maia, ruborizada, no supo salvar la situación. Rowena asistió desde la distancia, su boca apretada en silencio; la red que tejía se tensó por un momento...



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En el texto hay: mentiras, reina, ambicion

Editado: 20.12.2025

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