Lyra Nerfert
Estaba durmiendo tan plácidamente como nunca había dormido, soñando que estaba con un chico muy apuesto que vestía un traje gris. Su cabello era un negro oscuro que, hacia contraste de su piel clara. Sus ojos eran marrones con una hermosa sonrisa, y Dios santo los lunares en su cara me tentaban a tocarlos. Como he oído a muchos decir la expresión ¡¿Será este mi ser amado?! Yo creo que sí.
Todo iba perfecto, demasiado perfecto hasta que escuche el sonido de una licuadora trabajando a lo lejos.
¡Mierda!
Maldije mientras lentamente voy abriendo mis ojos, pero cuando la luz llegó a ellos me vi en la necesidad de volverlos a cerrar.
Si intento volver a dormir, ¿existe la posibilidad de retomar mi sueño? Lo dudo. Después de pestañear unas cuantas veces mis ojos al fin se acostumbraron a la luz que invadía mi habitación, con enojo y pereza me senté en el borde de la cama restregando mis manos por toda mi cara. El ruido de la licuadora maldita seguía y seguía, antes de empezar a gritar obscenidades me coloqué de pie para dirigirme al baño. Una vez hecha mis necesidades me lave las manos y tome una gran cantidad de agua entre ellas y la bote en mi cara con brusquedad. Lo que vi en el reflejo del espejo no me sorprendió, ya estaba acostumbrada a que pequeñas ojeras se instalaran debajo de mis ojos.
Tome una toalla y mientras me dirigía hasta la cocina me asegure de secar mi rostro, ya sabía lo que diría a mi madre por despertarme de tan hermoso sueño. Aborté la misión cuando vi que no era mi madre la causante de semejante ajetreo en la cocina, era nadie más ni menos que Ameria hurgando en unos de los cajones donde se guardaba la comida.
No de nuevo por favor.
-¿Dónde está mi madre y porque estás aquí tan temprano?—pregunté mientras colocaba la toalla encina de una silla.
-Buenos días solecito, estoy muy bien—dijo sarcásticamente y solo le sonreí.
Con cuidado veía como derramaba un líquido espeso blanco en un vaso y me lo ofrecía, eso lucio asqueroso. Pero Ameria sonreía amenamente a mi notable asco así que, no dude en aceptarle el vaso con la dudosa sustancia que además olía horrible. Ella me miraba esperando a que lo probara con evidente felicidad.
¿Quién le decía que apestaba en la cocina? Aun así, me tome unos segundos para armarme de mucho valor como para acercar el vaso cerca de mi boca. La mano que sostenía el vaso me temblaba y aun sentía su mirada en mí.
Dejé mis dudas y mirándola a los ojos me atreví a tomar un pequeño sorbo, le hice un gesto aprobatorio solo sonrió aún más aplaudiendo, solo justo cuando se dio la media vuelta me volví a acercar el vaso y escupir con asco el líquido. Lo deje en la mesa y me acerque a la barra de la cocina y pude observar varios contenedores con distintas comidas.
Solo rezo para que ella no lo haya preparado.
-Tú linda madre fue a buscar a alguien según recuerdo, no tardara mucho en volver. Pero apresúrate solecito que cuando llegue nos iremos—comentó cerrando con cuidado algunos contenedores, mientras yo le ayudaba a guardar todo en una bolsa.
-¿De qué hablan?—bosteza Joshua con los ojos cerrados-. ¿De qué estaban hablando, yo quiero saber?
Lo miré y solo traía una larga camisa amarilla que le llegaba a las rodillas, su cabello estaba hecho un desastre.
-Joshua, ¿te vas a quedar vestido así?—pregunté.
Abre lentamente sus ojos y los dirige a su vestimenta, me vuele a mirar asiente. Con molestia miro a Ameria, ella si estaba muy bien vestida. A pesar de ser madre conserva un cuerpo espectacular, lleva una no tan larga falda negra entubada que marcaba más sus curvas y una blusa de mangas blancas. Y lo que nunca le hacía falta eran sus tacones altos.
-Tú si te tomas horas para arreglarte y maquillarte y ni siquiera te preocupas por tu propio hijo—ella solo desvía la cara con vergüenza. Me encamino hacia Joshua con la intención de hacerlo que se vista de un poco más formal, lo tomo de los hombros y lo guio hasta la habitación donde ellos a veces se quedan-. Entremos, te ayudaré a cambiarte. ¡Ni siquiera te has lavado la cara!, ¿cierto?
Una media hora más tarde todos estábamos listos para irnos, no sé qué mosca le había picado a mi mamá que anoche nos dijo que iríamos de paseo a las costas de Yerim, una ciudad que está cerca del océano. Condujo casi una hora, ya que al ser fin de semana los embotellamientos son más en esta zona. Al llegar al lugar, el olor del mar nos recibió.
La brisa era fresca muy adecuada puesto que hacía calor en ese día, llegamos a al lugar el cual nos recibió un gran faro estaba cerca de la orilla del lugar; era un espacio muy grande con mesas para cualquiera que quisiera comer allí, el pasto verde resaltaba, así como el mar. En las orillas había barandales a lo largo para prevenir que alguien cayera.
Había personas tomándose fotos, unos en el suelo teniendo un picnic, otros en las mesas comiendo o jugando. Niños corrían de un lado a otro con cometas en mano con sus padres detrás de ellos.
Joshua empezó a correr por el lugar después de que Ameria le comprara un cometa con forma de avión al niño, esta empezó a correr detrás de él con dificultad gracias a los tacones altos que llevaba.
-Mira bebé, es el océano—gritaba Ameria junto al niño señalando lo obvio, estaban muy emocionados como si no hubieran venido antes aquí. Al ver que Joshua se acercaba con prisa a la orilla se obligó a correr y sostenerlo por los hombros-. ¡Oye camina más despacio y con cuidado Joshua!