Royal secrets: la sombra tras la corona

3.

Summer.

Una felicidad inexplicable la embarga mientras ve a Christopher abrir la puerta de la cafetería. No puede decir que se preocupaba por él, porque su amigo es más que capaz de cuidarse solo; eso lo demuestran los tres años en los que se encargó de todo con su único mérito. Aunque, en parte, eso de no preocuparse se lo debe a Aiden, que no le dio tiempo a aburrirse.

Se aleja de Aiden rápidamente al caer en cuenta de la situación en que los encontró su amigo y en lo que se puede dar a entender con esa cercanía…

Camina hacia Christopher a paso rápido y él extiende los brazos, listo para recibirla en un abrazo.

La felicidad de que él haya llegado se evapora muy deprisa, dejando lugar a la rabia que sigue expandiéndose dentro de ella.

—Summer, te extra… —Christopher se interrumpe por el pie de ella, que se estrella en su tobillo—. ¡Auch! ¿En serio esta es tu forma de recibir a tu querido amigo? —mira el reloj que trae en la muñeca—. Luego de separarnos treinta y siete minutos y veintiséis segundos.

—¿Dónde se supone que habías ido? Idiota, ¡me abandonaste en medio de la ciudad, en un lugar del que no tengo idea de dónde queda! Me perdí por tu culpa y, de hecho, si no hubiera sido por este cretino, estaría más muerta que tu abuela, joder —espeta Summer, respirando hondo para controlarse.

—¿Era halago o insulto? —dice Aiden desde el fondo.

—Sum, tranquila, te lo explico… Mira, es que yo juré que me estabas siguiendo cuando caminábamos; incluso me puse a hablarte, pero cuando volteé no estabas. Te empecé a buscar en las calles anteriores y nada, así que pensé que tú ibas a pensar que yo pensaría que tú ibas a venir a la cafetería, que es el único lugar que conoces, y bueno… aquí estamos —señala a Aiden con desdén—. ¿Y quién es ese? Ah, ¿y por qué estaban tan pegados?

Aiden se acerca con los brazos cruzados; su expresión juguetona ahora es reemplazada por una capa neutra.

—No soy parte de esta conversación —dice Aiden, soplando para apartarse un mechón del rostro—, pero no me hables como si no estuviera aquí.

Christopher pone cara de indignación y acorta aún más la distancia entre él y Aiden, con una sonrisa divertida, más común en él que respirar.

—¿Por qué esa cara de estreñido? Anda al baño, por favor —lanza con el típico sarcasmo que usa las veinticuatro horas del día. No ha cambiado nada desde la última vez.

Summer suelta una risa y Aiden arquea una ceja.

—Aiden —se apresura a unirse a ellos, aún con la sonrisa en los labios—, este es Christopher. Y, Christopher, este es Aiden.

Christopher se dobla por la cintura en una reverencia exagerada, luego le tiende la mano a Aiden.

—Diría que es un placer, pero no se me da mentir —sonríe con inocencia.

Aiden acepta el saludo de mala gana y se la estrecha.

—Ya que andamos sin rodeos, tampoco me agradas mucho que digamos —no hay ni rastro de la sonrisa de hace un rato.

Christopher dirige sus ojos azules hacia Summer y se separa de Aiden.

—¿Ves lo que me dijo? Yo no lo dije directamente —cierra los ojos y niega con la cabeza con una tristeza fingida.

Bueno, aquí empieza la tortura, porque, al parecer, Aiden y Christopher no se están llevando nada bien. Y hasta que no encuentre la manera de echar a Aiden de la cafetería sin sonar tan… jodida, no podrá hacer nada.

«Esto es el infierno».

Más rápido de lo que esperaba, las horas pasan.

La tarde se funde en noche entre risas y reproches; horas después, Christopher se encuentra sentado en un sofá con el teléfono, mientras que Aiden está limpiando los platos. No por amabilidad, sino porque a Christopher no le agrada en absoluto y, como dueño de la cafetería, manda. Y le ordenó a Aiden limpiar, al menos si se quería quedar.

—Oye, tú, Aiden, prepárame un café —grita Christopher sin despegar la mirada del celular.

Aiden solo se limita a poner mala cara y negar con la cabeza.

—Yo no voy a hacer nada más. El trato era que yo limpiara y me podía quedar unos días; nunca acordamos que yo haría todo, así que levanta ese trasero y hazte tu maldito café —le responde Aiden, guardando el último plato y secándose las manos en la ropa.

Aiden ya se hartó hace rato.

Y lo peor es que no puede irse, porque la señal no ha llegado en todo el día y no tiene idea de dónde queda su puñetera casa. Y, aprovechando la nueva “amistad” que mantiene con Summer, se quedó con ellos.

Ahora los va a tener que aguantar peleándose a cada segundo.

Casi resopla ante el pensamiento.

«¿Voy a tener que aguantar a este par de imbéciles hasta que empiecen las postulaciones?»

La situación es frustrante: dos cabrones peleándose cada dos segundos desde que se conocieron. Pero si ella quiere recuperar su trono, tendrá que soportar.

Las postulaciones son en una semana.

Una semana escuchándolos.

Esto será tortura.

Christopher gruñe y se levanta; va al mostrador y enciende la cafetera.

—¡Esclavo rebelde! —exclama con sorna.

Aiden le muestra el dedo medio con una sonrisa en el rostro, encaminándose a los sillones en los que antes estaba Christopher.

Su amigo rebusca entre los estantes unos segundos, pasando la vista por varias hileras de platos, vasos y tazas.

—Oye, Aiden, ¿dónde dejaste la taza de Spider-Man que estaba aquí? —pregunta con tono acusador.

—No lo sé —contesta él.

—Yo te vi tomarla —apunta.

—No la tomé, déjate de joder, Christopher —reclama Aiden.

—Yo te vi.

—Vete al hospital, estás viendo cosas.

—Dámela, tú la tomaste…

A la mierda la tranquilidad.

Solo una semana.

Siete días exactos.

Eso puede sobrevivirse, ¿no?

Tiene que soportar esos días sin arrancarle la cabeza a ninguno de los dos. En parte porque necesita a Christopher para lo que sea que hagan. Y no es muy legal asesinar a alguien.

—¡Dame mi maldita taza! ¡Summer, dile algo!



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En el texto hay: #romance, #obsesion, #secretos

Editado: 30.12.2025

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