Aiden.
Su vista se detiene en la chica pelinegra que lo evita. No sabe las razones por las que ella no lo quiere mirar, y eso lo intriga de una manera que le resulta difícil dejar pasar.
Una punzada en el corazón —o en el estómago, o quizá en la columna— se hace presente al verla. Algo le dice que la conoce, pero su memoria insiste en que nunca la ha visto.
—Está bien, puede tomar asiento —la mujer irrumpe en sus pensamientos.
Para cuando comienza a caminar por el aula, ya tiene decidido lo que hará.
Se dirige hacia el asiento vacío que se encuentra junto a la chica. Ella nota que él se acerca y lo único que muestra su expresión es algo parecido al miedo…
Miedo. ¿Por qué?
Ve cómo la chica se apresura a ubicar su mochila —que antes ocupaba lugar en el suelo— en la silla donde él iba a sentarse. La confusión lo arrolla.
—Lo siento, está ocupado —le dice Evie, sonriéndole. La voz le resulta tan conocida…
Una chica morena que está en el asiento de atrás lo mira con los ojos avellana entrecerrados, pero luego le sonríe con malicia, dejando ver una hilera de dientes blancos.
—Eso es mentira, Evie —le hace un gesto a Aiden—. Toma, siéntate aquí, yo me siento con ella. —Recoge sus cosas y se va al asiento delantero.
Evie la mira con una pizca de irritación, que se desvanece en una fracción de segundo, y le dedica otra sonrisa nerviosa a Aiden antes de volver la mirada al frente.
«Acabo de llegar y ya me han rechazado».
Toma asiento en el puesto que le han dado.
Sus pensamientos viajan en varias direcciones que él nunca ha considerado. Unos caminos lo conducen al razonamiento: quizá a ella no le agrada… pero ¿por qué?, se supone que no se conocen. Otro lo lleva a la curiosidad; quiere descubrir por qué ella se empeña tanto en ignorarlo. Y otro —el más peligroso— es la obsesión.
La observa de reojo y una sonrisa torcida se le dibuja sola, como si su cuerpo reaccionara antes que su cabeza. Lo que hizo Evie no fue rechazarlo: fue desafiarlo. Y eso es mucho peor, porque ahora no lo podrá sacar de encima.
Aiden no es de las personas que huyen de lo difícil. Si Evie no lo va a querer, entonces lo odiará. Él preferiría que lo desprecien a que lo ignoren. Y eso es exactamente lo que ella está haciendo: evitarlo.
No tiene claras las razones de su indiferencia, pero, sea lo que sea, lo desvelará. Arrancará cada uno de los secretos de Evie, hasta el último de ellos.
No tiene idea del origen de aquella determinación. Solo sabe que esa chica la provoca. Y le asusta; le aterra estar sintiendo esto tan rápido. Teme lo que pueda sentir más adelante si sigue este camino…
Pero la decisión ya la tomó, y eso es lo que hará.
Debe descubrir qué oculta.
Y por qué, de alguna forma, tiene que ver con él.
Empezará con cosas pequeñas. Molestias sin sentido.
Paso a paso, hasta que ella no piense en nada más que en él.
En las siguientes clases planea su jugada, pero no llega a una estrategia buena antes de la salida. Tocará improvisar.
La maestra hace una pregunta.
Evie levanta la mano para responderla al mismo tiempo que él. La profesora los observa y le da la palabra a Aiden. Con una sonrisa, él contesta correctamente. Evie ni lo mira; solo baja la mano, y él presiente que ella espera tener otra oportunidad para responder. Pero, claro está, él no se la dará.
Otra pregunta: otra guerra de la que Evie no tiene idea, en la que está incluida.
—¿Qué es más importante para mantener un reino estable: el miedo o la lealtad de sus súbditos? —pregunta la maestra.
Ambos alzan las manos al unísono. Esta vez, la profesora le da la palabra a ella.
—La lealtad —responde Evie—. Porque el miedo mantiene el orden solo un tiempo; en cambio, la lealtad puede sostener un reino por generaciones.
—De hecho, es el miedo —interrumpe él—. Porque la lealtad puede romperse con una traición o una promesa incumplida, pero el miedo mantiene a todos en su lugar, incluso cuando ya no confían en ti.
Evie le dirige una mirada irritada y él aprovecha para dedicarle una burla maliciosa con los labios.
—La respuesta de ambos es incorrecta —concluye la maestra, con una sonrisa en el rostro, tal vez la primera que ha esbozado en toda la clase—. El miedo se quiebra y la lealtad se desvanece. Lo que realmente sostiene un reino es la justicia: cuando las leyes son justas, el pueblo no necesita temer ni jurar lealtad ciega; solo confiar en que el sistema funciona.
Evie se voltea y sonríe con sorna. Él pone los ojos en blanco, pero las comisuras de sus labios se levantan, delatando lo mucho que disfruta de su atención.
La clase sigue de la misma forma: ambos peleándose por quién responde primero. Al final de la hora, todos salen para irse a sus casas. Recoge sus cosas, pero antes de que se vaya siente una mirada sobre él.
—¿Qué se supone que fue eso? —lo interroga Evie con los brazos cruzados.
Le ha prestado atención antes de lo que pensaba. Está funcionando.
—¿Qué fue qué? —responde con una inocencia fingida.
—No te hagas el tonto —le habla como si lo conociera. Esa será su pequeña pista.
—¿Por qué me evadiste, Evie? —Aiden cambia de tema.
—No te he evitado —replica con tono firme, acomodándose los lentes en la nariz.
—Lo hiciste. ¿Y sabes qué? —da un paso hacia ella, lo suficiente para invadir su espacio sin tocarla—. Me da que ocultas algo. Y voy a dar con ello. Me resultas demasiado familiar para alguien a quien acabo de conocer.
Ella se tensa, y es exactamente la confirmación que él esperaba.
Estaba en lo correcto.
Esto es solo el comienzo.
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Se ha revelado la existencia de un colectivo, conocido como la CFE, cuya labor es mantener la concordia global a través de la mediación internacional.
—Últimas noticias, por Dethric Fine. (Cuatro años antes)