Aiden.
Debería estar dormido, eso lo tiene claro.
Pero sus pensamientos son los culpables de que no pueda conciliar el sueño. Mira el techo sin razón aparente. Se ha consumido unas cuantas horas metido en su cabeza, que en este momento le grita que se ponga a hacer algo antes de morir del aburrimiento.
Se pone de pie de un salto; sus energías están intactas, aunque no haya cerrado los ojos desde ayer. Enciende el interruptor, que hace encender la bombilla del techo con un molesto tic. Suspira y mira alrededor, buscando alguna actividad para realizar a estas horas.
La habitación es realmente un caos. Hay lápices desparramados por el piso, los muebles y el escritorio. Hay libros y libretas tiradas al azar. Ropa de él en la cama, colgando del armario y tirada en una esquina. Es difícil encontrar algo que hacer si tienes un desorden en donde estás.
Se pasa una mano por la cara, cansado. Casi no ha estado en su casa estos días; eso porque sus veinticuatro horas se basan en seguir a Evie, ver a Evie, espiar a Evie. Y aún no ha encontrado nada que le sirva. Es estresante.
Le jode más que nada el hecho de que ella sigue sin prestarle demasiada atención. Soportaría que al menos ella lo tomara en cuenta, no importa si es por cariño (cosa que duda) o por molestia. Solo que lo tenga en mente. Pero el no saber nada, no haber descubierto ni una pista más… lo irrita. Por primera vez en la vida se siente un inútil. Inservible. Porque ha pasado semanas siguiéndola, juntando los cabos sueltos, y nada. No ha servido.
Apresura su vista a encontrar algo, porque si sigue pensando esas cosas, lo más seguro es que no lo soporte.
Ve una libreta entre otras. Es simple, las tapas hechas de cuero y las páginas blancas. Pero lo que importa es lo que contiene. La toma entre sus manos y la hojea. Es uno de los tesoros más valiosos que tiene. Ahí es donde almacena los detalles que va descubriendo; no tiene gran cantidad, pero algo es algo. Tiene datos, algunos bien irrelevantes, otros cruciales.
Se detiene en una página. El retrato de una chica pelinegra con ojos azules y lentes le devuelve la mirada. No recuerda haberla dibujado, pero es ella. Sonríe y no sabe por qué.
A pesar de que Evie no le preste la atención que él quiere, cuando lo hace es… fascinante. Le fascina verse en esos ojos que lo miran. Le fascina que ella le dirija la palabra. Le fascina no saber todo de ella. Porque es la primera chica que le causa curiosidad. De la que quiere saber qué es eso que tanto oculta.
En eso, una idea aflora en su mente.
Toma su celular con una rapidez que le sorprende. Comienza a teclear el mensaje que no pensó llegar a escribir, porque él nunca es quien le habla a su padre.
¿Me podrías mandar el registro de ingreso de este año, por favor?
Un mensaje simple, sin complejidades. No es de su agrado conversar mucho con su padre, porque cada vez que lo hace algo termina mal. Cada vez, la discusión es infaltable. Por su madre. Por sus estudios. Por su futuro. Por la mujer de su padre. Todo los lleva al debate. Así que es mejor evitar las conversaciones con un hombre que no acepta perder.
Una de las peleas se entremete por el muro que ha instalado para separarlas de los pensamientos. Desde que llegó aquí, supo que su padre no lo había decidido solo porque su “deber” es reinar, sino porque lo quería mandar lejos. Lejos de él y de donde se pudiera meter en la relación con su nueva esposa.
Pone los ojos en blanco y deja el celular a un lado del escritorio, esperando la notificación de su progenitor que lo desprecia. Otra de las cosas de las que nunca sabrá la razón.
Se decide finalmente a sacar un libro de los muchos que tiene en el suelo y se recuesta en la cama para ponerse a leer de una vez por todas.
♛♕
Abre los ojos de golpe al escuchar el vibrador del celular. Ve las páginas algo arrugadas bajo sus brazos y maldice para sí. Se quedó dormido en el momento menos oportuno. La luz de la mañana ahora entra por la ventana sin piedad y se pregunta cómo es que no se despertó con los rayos del sol.
—Perfecto —murmura con sarcasmo, aún somnoliento.
Toma el celular y ve los mensajes de su padre, junto con una que otra llamada perdida de él.
¿Para qué necesitas los registros?
Es la primera pregunta. Sigue leyendo.
Aiden, aprovechando el hecho de que por desgracia me hablaste, te avisaré que te quedarás a vivir allá. No tengo necesidad de un hijo inservible, gracias. Si llegas a conseguir pasar la entrevista, felicidades.
Suelta un bufido despectivo e ignora las palabras que amenazan con grabarse en su cabeza, como cada uno de los aborrecibles comentarios de su padre. No alcanza a sentirse mal cuando baja la vista para ver qué más dice.
Archivo…
Es casi cómico cómo esboza una sonrisa de oreja a oreja y lo abre. Lo primero que capta su atención son los primeros nombres. Están ordenados de la A a la Z. Presiona el primer archivo al azar. Se abre en la información de un chico que ha visto algunas veces en el centro. Funciona.
Se apresura a llegar a los nombres con E. Y ahí está. Evie.
Evie Moss Coun, candidata.
Edad actual: 20 años.
Ciudad de nacimiento: Estado de Ohio, Dayton.
La información no es mucha, como esperaba.
Debajo de los escasos datos hay una foto de ella. Tan reluciente como de costumbre y tan misteriosa como cada día. La imagen lo tranquiliza, pero sus expectativas de encontrar más respuestas han sido aplastadas de una forma tan cruel que lo frustra.
Suelta un gemido de cansancio y apaga el celular. Al menos consiguió algo… que no le sirve. Se tendrá que conformar.
—Evie Moss Coun… —pronuncia, como si lo estuviera saboreando—. Algo es algo.
Se apresura a levantarse y coger su libreta, anotando los nuevos datos descubiertos.