Aiden.
«Me puso un cuchillo en el cuello».
Nunca pensó que una situación tan extraña le fuera a gustar tanto. Se repite ese momento como un mantra en su cabeza. Sus ojos brillantes por la victoria. La hoja firme contra su cuello, sostenida por ella.
Ella.
Ella le puso un cuchillo en el cuello.
Y él sigue sonriendo como idiota.
«Me estoy volviendo loco».
Y, aun procesando que quizás sea el ser más psicópata porque le gusta que Evie tenga en sus manos su vida, da una vuelta mientras camina de regreso a su casa, sonriendo como si lo hubieran besado… no casi apuñalado. Todavía puede sentir el frío del metal. Y le gusta. Demasiado.
Él insiste en negar que le gusta esa chica. Cree que sigue siendo una simple obsesión. Es más fácil aceptar que estás interesado en algo que admitir que estás cayendo en el pozo sin fin del enamoramiento.
«Siempre me han gustado las armas…», se justifica de camino a casa, admirando las estrellas.
«Ella no tiene nadita, pero nada que ver».
«Y puesto que nunca me habían puesto un cuchillo en la garganta, es solo que me emociona algo nuevo».
Asiente, convenciéndose a sí mismo, aunque el brillo de las estrellas en el cielo le trae a la mente, una y otra vez, a la chica que lo mira con burla.
Al llegar a su casa, se tira en su cama como si fuera una piscina, boca abajo.
Cierra los ojos un segundo y suspira; luego se mueve en la cama, cambiando de posición y quedando de espaldas. La sonrisa tonta aún ataca su boca. Levanta las manos y se las observa.
«Verdad. No he leído casi nada estos días», recuerda.
Se levanta y toma un libro al azar. Se acuesta de nuevo y abre las páginas en una cualquiera. No hay nada escrito. Frunce el ceño, confundido, y lo cierra para ver la portada.
«Seré estúpido».
En vez de tomar un libro, tomó una libreta. Está completamente vacía, ya que no la ha ocupado.
Se incorpora para devolver el cuaderno a su lugar.
«Aunque…».
Deja su cuerpo caer otra vez en la cama y abre en la primera página.
Toma un lápiz y se pone a escribir, porque el tiempo no es algo bueno de desperdiciar. Y ya no puede ocultar que ha caído. Quizá más profundo de lo que nunca admitirá.
Derrama su corazón entre las páginas de la libreta, que ahora tiene como destino liberar las mariposas que le abruman la mente.