Summer.
Llegan los cuatro a la casa.
Charlotte está rebosante de felicidad y sostiene innumerables bolsas de compra entre las manos. Aiden ha estado algo callado, pero ha conversado de vez en cuando. Y Christopher, como siempre, haciendo chistes exasperantes que dan ganas de cerrarle la boca.
Su amiga deposita las bolsas sobre la mesa y toma una en la mano; se dirige al árbol que Christopher decoró y la deja bajo las hojas.
Aprovechando que se encontraban afuera, compraron la comida que hoy será su cena.
Está revisando la compra de Charlotte para ver qué comida compró cuando Christopher pasa deprisa hacia su habitación. Cierra con un portazo y luego nada, no se escucha nada más que cómo su amigo le pone seguro a la puerta. Se miran entre los tres con la misma expresión de curiosidad.
—¿Qué le pasa? —consulta finalmente Charlotte, llegando a su lado y sacando los alimentos que sueltan un aroma delicioso por la casa.
—No lo sé —responde Summer, algo preocupada.
Camina hacia el pasillo, notando la mirada de Aiden y Charlotte en su espalda. Toca la puerta una vez, dos. No responde. Pega su oído a la puerta para escuchar algo, y una respiración irregular la recibe.
—Chris —toca otra vez la puerta—. ¿Estás bien…?
La respuesta tarda en llegar.
—Sí —la afirmación suena temblorosa. La puerta se abre y aparece Christopher ahí, sonriendo aún; los esquiva y va a la cocina.
Summer lo sigue y ve cómo su amigo llena un vaso de agua hasta el tope; lo toma sin respirar. Luego llena otro y repite el proceso. Su mano tiembla mientras sujeta el vidrio. A pesar de dar una imagen tranquila, se percibe cómo tiembla. Hay un toque de pavor en sus ojos, algo frenético que no se detiene.
—El paseo me dio sed —comenta luego del tercer vaso, con una risa nerviosa. Comienza a llenar otro cuando Aiden interviene y apaga el grifo, quitándole el vaso de la mano—. Dámelo —exige.
—Tomar tanta agua te puede matar —señala Aiden, botando el agua y dejando el objeto a un lado, lejos de Christopher. Se acerca a su amigo y lo toma por los hombros, obligándolo a mirarlo—. Ahora te vas a tranquilizar, Chris. Creo que estás teniendo un ataque de pánico.
Él suelta una carcajada sin humor y se aleja de Aiden.
—¿Por qué tendría un ataque de pánico? —el sarcasmo está más que presente—. Estoy perfectamente perfecto. Puedes dejar de perder tiempo.
Christopher se va a zancadas de vuelta a su cuarto; está tenso y tiene las manos aferradas al dobladillo de su sudadera. Tiene los nudillos blancos de presionar. Se encierra con seguro otra vez.
El silencio es más denso de lo que nadie se imaginaría.
Nadie habla, nadie opina.
Charlotte se aclara la garganta cuando llega a donde ellos.
—¿Qué es lo que acaba de pasar?
Summer y Aiden se miran; es una comunicación silenciosa. Summer contesta.
—Nada —porque contar lo que acaban de ver… es una invasión a lo que Christopher está haciendo.
—Bueno, entonces vamos a abrir los regalos —sugiere Charlotte.
Asienten, porque no saben qué más hacer.