Summer.
Todas las miradas se dirigen a un Christopher que acaba de salir del cuarto. Tiene la ropa salpicada de agua.
Se dirige donde ellos y se sienta a un lado de Summer, en el círculo que han hecho en torno al árbol.
—Holis —saluda—. ¿Cuál es mi regalo?
Las miradas silenciosas de todos son lo único que llena el aire.
—Este —Charlotte toma una cajita envuelta en papel, que segundos antes estaba abajo del árbol. Se la pasa y, al acercarla, se nota el nombre de su amigo garabateado con letra rápida y algo descuidada.
Christopher los mira, expectante. Se nota incómodo por la observación que tiene y se dispone a centrarse en su regalo, rompiendo el envoltorio.
La mirada de Summer pasa al objeto y, enseguida, se desvía a las manos de Christopher, que están rojas y con heridas notables que empiezan a sangrar. Decide no decir nada, porque su amigo, que ha venido, se podría devolver a su cuarto.
Saca de la cajita un pedazo de cartón, que tiene como función exponer varias púas para guitarra, todas de diferentes colores y diseños.
—Creí que te faltaban —comenta Aiden, apuntando hacia el regalo.
Él lo mira y le dedica una sonrisa de agradecimiento.
—Gracias. No está mal.
Aiden pone los ojos en blanco juguetonamente.
—¿Por qué no lo admites? Es el regalo perfecto —se jacta.
Christopher resopla y guarda el regalo en uno de los bolsillos de su pantalón.
Una sonrisa ataca las comisuras de los labios de Summer. Después de soportar todo un día con su amigo en un evidente mal estado, ha llegado el momento de paz. Y desea que estos minutos se congelaran y duraran para siempre. Felices. Chris y Aiden jodiéndose cuando tienen la oportunidad. Es perfecto.
—Solo falta abrir el regalo de Aiden y el mío —comenta Charlotte, más que nada para informar a Christopher sobre lo que pasó mientras no estaba—. Porque supongo que Evie está feliz con su nueva pulsera, ¿verdad?
Summer ríe y asiente, volviendo a ver su muñeca donde ahora lleva el detalle que le regaló Charlotte.
Charlotte le entrega una bolsa a Aiden y este la toma.
Los nervios le hacen un nudo en la garganta. Espera que le guste el regalo… no sabía qué elegirle. O, más bien, lo sabía, pero no quería exponer a Aiden entregándole el libro de romance más cursi existente.
Aiden mete la mano dentro de la bolsa y la saca junto con lo que hay dentro.
Él esboza una sonrisa al ver el regalo y le dedica una mirada divertida a Summer. No necesitó que se lo dijeran para saber quién se lo había dado. Summer le devuelve el gesto.
—Son las ediciones especiales del libro que me habías dicho que te gustaba —informa.
Él toma el primer libro y ve la nota que Summer sabe lo hará sonreír más o darle una mirada asesina. Si no mal recuerda, escribió algo parecido a:
Te iba a comprar libros de romance, pero respeto tu fachada de chico serio. Estos son de fantasía, creo que me dijiste. Tranquilo, tu lado cursi está a salvo conmigo.
Aiden niega con la cabeza con expresión incrédula y juguetona a la vez.
—Uh, bonitos —comenta Charlotte, llegando donde Aiden y sacando el libro de sus manos para observarlo.
Christopher solo se queda sentado donde estaba, viendo las reacciones con una sonrisa en el rostro.
—Ya. Me toca —dice su amiga, gateando hasta el árbol otra vez.
Abre una caja, igual de decorada que las otras. Christopher se muerde el labio para, seguramente, contener una risa. Charlotte saca un Santa Claus de la caja y lo observa con confusión. Presiona un botón y el peluche comienza a mover el trasero automáticamente.
Christopher no se resiste y suelta varias carcajadas, luego sonríe con malicia.
—Perdón. No encontré carbón.
Comienzan a reír y Charlotte se cruza de brazos, exasperada.
—Ja. Qué gracioso —añade con sarcasmo, pero las risas de Aiden, Summer y Christopher no se detienen.
Opta por intentar apagar el botón del muñeco, pero este no detiene la acción incluso después de intentarlo cinco veces.
—¡Ya dejen de reír! —se queja Charlotte, y no es con molestia real, porque sus labios la delatan.
—Juro que eso no estaba planeado —asegura Christopher entre carcajadas.
El estómago de Summer ya le duele de tanto reír, así que se obliga a calmarse un poco para respirar. Aiden igual. Christopher mantiene la expresión burlona y maliciosa.
—Qué pesado eres —Charlotte pone los ojos en blanco y mete al muñeco de vuelta en la caja, aún encendido.
—Eso me lo han dicho mucho —replica Christopher, levantándose y limpiando los papeles de regalo de su ropa—. Ahora, ¿qué les parece si cenamos? Me voy a desmayar si no como ahora mismo —bromea y se va a la cocina.
Se escuchan sonidos de platos y cubiertos hasta que su amigo suelta una exclamación.
—¡¿A quién se le quemó un bizcocho?!
Aiden la mira y ella le devuelve la complicidad.
—¡Aiden y Evie! —los acusa Charlotte.
El sonido de algo desechado a la basura les permite saber que Christopher fue quien terminó con el fracaso de tarta que intentaron hacer ellos. Luego de unos segundos, su amigo habla.
—Oye, pero la salsa de fresa sí les quedó buena —llega a la sala y deposita una ruma de platos en la mesa, junto con un envase en el que estaba la salsa—. Quedará rica con los pastelitos que compró… —piensa un segundo—. Charlotte, si no me equivoco.
Summer va donde él y le ayuda a repartir la comida de las bolsas en los platos. Aiden igual se acerca y reparte las ensaladas.
Cuando todo está servido, toman asiento y comienzan a comer.
—¿A quién, en su sano juicio, se le ocurrió comprar carne de pavo? —pregunta Christopher, indignado, llenándose el plato hasta el tope de todo menos la carne que aborrece con los ojos.
—A Charlotte —responde Aiden, echándose comida a la boca.
—Sáquenla de la mesa —exige su amigo con dramatismo—. Eso es un pecado imperdonable.