Aiden.
Se siente el ambiente denso. Christopher clava su mirada en él apenas da dos pasos dentro; pareciera que le quiere dar una paliza.
—Eh… hola.
—¿En serio solo lo golpeaste? —pregunta incrédulo él, con una mirada que podría quemar un bosque.
—¿Querías que lo matara? No sería muy prudente asesinar a alguien y probablemente irme a la cárcel —explica—. Aunque, créeme, ganas no faltaron.
De hecho, casi lo hace. Lo que sucedió es imperdonable; ese hombre es un asqueroso que no puede ir por ahí tocando a cualquiera. Y menos a ella, a Evie. Pero el destino decidió que no sería bueno un homicidio a plena luz del día.
—No es suficiente —defiende Christopher, acercándose a él y quedando de frente—. Ese tipo merecía morir.
Evie se apresura a ir donde ellos y poner una mano en sus hombros, una en Christopher y otra en él, separándolos a una distancia prudencial.
—Oigan, oigan. Ya. Mucho. Christopher, no es nada, en serio. —Acaricia el hombro de Aiden en un gesto de disculpas. La manga de su polerón se levanta levemente y deja al descubierto parte de un moretón en la muñeca.
Aprieta la mandíbula en un acto reflejo; siente que un fuego lo consume. Le toma la mano con suavidad, inspeccionando la herida con cuidado.
Evie se aparta y la vuelve a cubrir con su manga.
—¿Te lo hizo él? —consulta con tono neutral. Ya sabe la respuesta. Y está luchando con todas sus fuerzas para no ir a asesinarlo de las formas más dolorosas que existen, ahora que sabe dónde vive.
—Qué importa —responde Evie, restándole importancia.
—¡Lo voy a…! —comienza Christopher.
—No —lo interrumpe Evie—. ¿Qué parte de “estoy bien” no entienden?
—Estarías bien si no tuvieras eso. Y por lo que veo, no es el caso —sostiene Aiden.
Le cuesta tanto estar calmado que desvía la mirada, porque si la ve; si vuelve a ver lo que le hizo ese tipo, explotará.
—Son exasperantes. —Suelta un suspiro corto y se va a la cocina con paso firme, cortando la conversación.
Aiden suelta el aire contenido.
—Eres un idiota —menciona Christopher luego de un instante—. Ya la jodiste. Cuando hace eso es que se está conteniendo para no acuchillarte.
—¿Hacer qué?
—Eso. Suspirar y luego irse. Lo digo por experiencia.
Sus pies avanzan hacia la cocina antes de que su mente alcance a reaccionar.
Lo primero que capta es a Evie apoyada en la encimera, con la cabeza gacha y respirando agitada.
Se acerca y capta una gota transparente que baja lentamente por su mejilla.
—Vete. —Su voz no es un grito, no es furia. Es seria, sin sentimiento; sin emoción.
La palabra cae como un martillazo. Aiden se queda quieto, tan quieto que hasta su respiración le suena ruidosa. Ella no lo mira. Ni siquiera intenta limpiar la lágrima que ya es solo un rastro de humedad en su piel.
—Evie…
—No. —Su voz tiembla, no en el sentido de debilidad; más bien… es otra cosa—. No quiero hablar contigo ahora.
Casi escucha cómo el corazón se le divide en miles de pedazos. Puede que él aguante demasiadas cosas, pero un rechazo de ella… es mortal.
—Sé que estás molesta —intenta conversar.
—¿Molesta? —Ella profiere una carcajada desprovista de humor y levanta la cabeza de golpe; sus ojos se ven húmedos, pero con una chispa que podría quemarlo—. ¡Estoy harta, Aiden! No quiero más esto, nada de esto. Hablan de mí como si fuera de cristal, como si cualquier movimiento fuerte me fuera a destrozar. —Explica, alterada—. En serio agradezco que se preocupen. Gracias por lo de hoy, pero ya no quiero esto. No quiero que me vean así, como una inútil que no se sabe defender. Siempre es lo mismo, al final de cuentas es en vano todo lo que hago, lo que digo o lo que quiero, porque de todas formas me verán así: frágil.
Escucharla hace que sienta cómo sus oídos sangran, aunque estén en perfecto estado.
—Oye, oye, tranquila. No te pongas así… —Escoge las palabras con cuidado, pero no funciona.
—Otra vez. —Su sonrisa es triste, casi resignada—. Lo estás haciendo otra vez. No quiero que me consuelen. No quiero verlos peleando por quién me protege mejor. Solo quiero que… —traga saliva, la voz se le resquebraja— me dejen sentir. Que no me digan cómo debería estar, ni qué debería hacer. Solo… que estén.
Otra lágrima cae.
Él siente el impulso automático de borrarla con el pulgar. Pero si lo hace, sabe que sería justo lo que ella ya no soporta. Pero es él quien no resiste verla así, tan mal. Y en el fondo sabe que ella es muy capaz, incluso más capaz que muchos, pero no quiere que esté sola; quiere mostrarle que él siempre estará para ella. No soporta la idea de que algo salga mal y… que le pase algo. No quiere dejarla a su propia suerte.
Aprieta los puños para no correr hacia ella.
—Evie, tú eres muy fuerte, me di cuenta muchas veces de eso. —Su voz sale baja, pero a la vez firme—. Pero quiero que entiendas que no te cuido porque seas débil; lo hago porque yo lo soy. —La confesión lo sorprende hasta a él—. No me gusta verte así, luchando tú misma por tu bienestar. Siento que no te sirvo de nada. Incluso hoy, puede que me culpe toda la vida porque tengo la sensación de que llegué demasiado tarde.
Las palabras quedan suspendidas en el aire. Evie no se mueve, él no se mueve.
Después de un momento ella alza la mirada y clava sus ojos azules en los de él. Sonriéndole… no es una expresión alegre; parece triste, cansada, pero a la vez, conforme.
—Gracias —murmura.
Pasan unos minutos así, en completo silencio.
Él la admira. Posa sus ojos en ella como si fuera la única obra de arte que merece ser apreciada.
Ella lo mira. Él la mira.
Hasta que Evie esboza otra sonrisa que lo podría derretir y se lanza a él en un cálido abrazo.
—Gracias por llegar.
Aiden sonríe involuntariamente y la rodea con los brazos, acaricia su espalda y disfruta de su cercanía. Cierra los ojos, permitiéndose sentirse tranquilo. No arruinó todo, y eso es un avance.