Summer.
El miedo es un agujero sin fondo en el que está cayendo.
—¿Aiden…? ¿Qué haces aquí? —pregunta, temblando. Le gustaría culpar a la lluvia, pero no es la lluvia lo que le está helando la sangre. Ahora cae a cántaros, golpeando el suelo como si el mundo también estuviera enojado.
Aiden aún sujeta firmemente el arma; tiene los ojos fijos en ella. Pero su mirada ya no es igual, ya no refleja lo mismo que antes. No sabe si el no reconocer qué hay en sus ojos se debe a que no hay nada… o a que hay demasiado. Lo que siente Aiden no es solo una cosa.
—Yo haré las preguntas. Quiero la verdad —dice con voz fría.
Summer ve las manos con las que él sujeta la pistola: están temblando. Aiden nota su mirada y se tensa, apretando la empuñadura con más fuerza, como si eso detuviera su temblor.
—No entiendo. ¿Qué pasa? —insiste ella, dando un paso.
Él retrocede a zancadas, alejándose de Summer como si fuera peligrosa.
—No te acerques —murmura.
La lluvia le está carcomiendo los huesos; no se sorprendería si en este momento le diera hipotermia. Tiene la ropa empapada, al igual que él. En ese instante entra en cuenta de que su tinte de cabello se puede salir. Mira el charco de agua que se hizo bajo ella y se resigna. No puede hacer nada contra la lluvia. Solo esperar que no sea suficiente para delatarla. Aunque algo le dice que ya no hay nada que tenga que ocultar, porque la única persona que está con ella la mira como si ya supiera cada secreto que guarda.
Cerca de donde están se escuchan pasos. Botas contra el suelo. Varias. Igual voces, unas radios.
La han encontrado.
Aiden se da cuenta.
En este segundo se define su futuro. ¿Él la entregará? ¿La dejará?
Si esto hubiera pasado una semana antes, la respuesta sería obvia: la ayudaría. Pero algo no está igual. Y no tiene idea de qué es ese algo. Debió suponerlo cuando él se fue de su casa hace tres días. No la miró en ningún momento cuando se marchó. No se quedó más de lo necesario. No dijo nada más. Solo se fue. Algo tuvo que ocurrir ahí. Según ella, no hizo nada malo para que él se molestara. Odia no saber qué pasa por la cabeza de Aiden en este momento.
Los segundos que él se toma para pensar le parecen eternos. Summer solo lo mira, intenta descifrar qué hará. Y no lo consigue. Aiden no es el mismo de hace tres días. Este no deja ver ni una grieta en su máscara de indiferencia. No hay forma de predecirlo.
Él suspira, preparándose para ejecutar su decisión.
Su corazón late más rápido que si hubiera corrido una maratón. Mira a Aiden. Él la mira.
—Corre —ordena, guardando el arma en su cinturón y comenzando a ganar terreno.
La palabra resuena en su cabeza. No lo puede creer.
Aiden ve que ella no se mueve y sonríe, pero el gesto no llega a sus ojos.
—¿Vas a correr o esperas a que me arrepienta?
Eso la saca de su estupor y empieza a mover las piernas.
Él la guía a través de las calles. Y, por primera vez desde que lo conoció, se deja llevar. Acepta que él la dirija donde sea que esté yendo. Ya demostró que no la traicionará; que está de su lado a pesar de lo que esté sintiendo. Y si quisiera entregarla, ya lo hubiera hecho.
Los charcos les empapan la parte inferior de las piernas, provocando que sienta que ya tiene los huesos congelados.
Corren.
Se ven metidos en una calle sin salida. Huele a podrido; seguramente el hedor proviene de los grandes botes de basura que se acumulan en una esquina del callejón oscuro. Aiden, sin dudar, se agacha y saca una llave de debajo de una alfombra vieja. La introduce en la cerradura de metal y abre. Summer se adentra en la penumbra y, solo entonces, él cierra la puerta con un fuerte portazo apresurado.
Ambos recuperan la respiración adentro.
Aiden va a una esquina y enciende un interruptor, dejando ver que es un espacio reducido, sucio y, al parecer, abandonado. Lo único que ocupa el espacio es una mesa larga que llena gran parte del lugar y unas sillas destartaladas que hacen juego con la mesa.
—¿Qué es este lugar? —indaga Summer.
Aiden la mira, cierra los ojos y niega con la cabeza; se limita a sentarse en una silla y responder.
—Mi padre venía aquí a veces. Nunca supe a qué. Lo intenté averiguar mucho tiempo, pero no pude. Sabía dónde estaba la llave, pero siempre había ruido dentro. No me arriesgué a que me encontraran curioseando —explica.
Asiente y recuesta su espalda en la muralla.
—¿Qué pasó allá? —pregunta luego de unos segundos en silencio.
Él suelta una carcajada desprovista de humor que resuena en todo el lugar.
—¿Cómo preguntas eso? —contesta, cortante—. Deja de fingir de una vez, Evie —pronuncia el nombre con burla, pero a la vez como una súplica—. Quiero la verdad, quiero escucharla de tu propia boca.
Traga saliva.
¿Qué sabe Aiden?
¿Qué no sabe Aiden?
—No sé de qué hablas.
Aiden se levanta del asiento, pone las manos en los bolsillos y se pone frente a ella, inclinándose para quedar a su altura.
—Deja. De. Fingir.
Summer se siente atrapada. El aire se vuelve asfixiante. Su cercanía la abruma. Él quiere respuestas. Se las exige.
—¿Fingir? ¿Qué cosa? —es lo mejor que puede dar por ahora.
Él resopla, mirando para otro lado, incrédulo, casi divertido. Pero en menos de lo que dura un segundo, su expresión se torna seria, sin gracia.
—Ya estoy cansado. Solo te pido una cosa, nada más. Quiero que confíes en mí para decirme lo que ocultas —la mira fijamente, por primera vez en un tiempo. Sus ojos brillan de una emoción tan intensa que es imposible identificarla—. Necesito que confíes en mí, por una vez. Yo te he dado todo de mí, y me parece tan injusto, tan cruel, que yo te entregue todo lo que soy y que tú no me quieras dar ni siquiera una parte de lo que eres. ¿Cuánto de lo que has hecho es mentira? ¿Qué palabras que me dijiste eran falsas? ¿Alguna vez me miraste con algo de verdad? —su voz se quiebra y tiene que aclararse la garganta para volver al tono habitual—. ¿Siquiera consideraste la opción de contarme algún día? —sus ojos están brillantes. Suspira y se queda un rato en silencio, tal vez intentando contener sus emociones—. Te estoy dando la oportunidad de decírmelo ahora, lo que sea, dímelo. Confía en mí como yo confié en ti —concluye, firme, y, aun así, su voz se quiebra otra vez.