Summer.
Kaytlinn no está muerta.
Y le está apuntando a su madre.
Su madre no debería estar aquí, se supone que Christopher se encargó de llevarla a un lugar seguro y, sin duda, esto no lo es.
—Nunca me decepcionas, Summer —Kaytlinn pronuncia su nombre con un veneno que nunca había escuchado antes—. Al final sí lograrás lo que querías. —Gira la cabeza abruptamente hacia ella para mirarla, o quizá solo estaba acomodando su cabello tras el hombro—. Moriré. —Ríe como psicópata y se mira la pierna, que ahora nota; tiene un gran corte a lo largo de su extremidad, del que sale sangre sin parar—. Te odio.
Traga saliva y posa su mano en la empuñadura de la espada que se trae en el cinturón.
—Mi madre no tiene la culpa. —Da un paso al frente.
Kaytlinn presiona más la pistola contra su sien.
—No. No la tiene. Pero si yo muero, me llevaré a alguien que quieras conmigo.
La respiración se le acelera. Si Kaytlinn mata a su madre, perderá la oportunidad de conseguir respuestas. Perderá la oportunidad de saber si alguna vez, aunque sea una, su madre la intentó buscar cuando desapareció. Si ella pensaba decirle la verdad. Si su madre en realidad la quería o solo la veía como un peón en la partida. Su madre viva es esperanza de algo.
—Hija… no dejes que te manipule. —Dice su madre por primera vez, con la voz temblorosa, o quizá solo Summer lo imagina.
—Vamos, no se pongan cursis. —Se queja Kaytlinn—. Ahora, queridísima Caury Bourret, puedes descansar en paz.
Pone el dedo en el gatillo.
El tiempo se ralentiza. Esto no está pasando.
Boom.
Espera en silencio a que el cuerpo de su madre caiga, pero lo que cae es la chica rubia que tanto hubiera querido matar. Con un disparo en el corazón. Cae de rodillas. Sonríe una última vez, y sus ojos celestes son desprovistos de la vida que tenían.
Alza la vista.
Christopher. Christopher tiene un arma en la mano, la cual cae en el instante en que mira el cuerpo muerto de Kaytlinn. Se mira las manos, las cuales le tiemblan. Sus ojos celestes desbordan pavor. Tiene el peso afirmado en un solo pie.
Dirige su mirada de nuevo a su madre.
Su madre.
Ella se mira el estómago, donde ahora tiene un círculo de donde sale sangre a una velocidad aterradora. Kaytlinn sí alcanzó a disparar.
—¡Mamá! —Grita, arrodillándose ante el cuerpo de su madre, que se presiona la herida intentando evitar el sangrado.
—Summer… —Murmura, con la respiración entrecortada.
—Mamá, calma, calma —Dice frenética, tranquilizándose más a ella que a nadie—. Vas a estar bien, tienes que estarlo, no pasará nada.
Presiona la herida sin éxito. Sale demasiada sangre.
Su madre esboza una sonrisa débil y le acaricia un mechón de cabello.
—Perdóname por no contarte… —Su voz sale a medias por la pérdida del líquido vital—. Juro que quería… pero tu padre…
Las lágrimas se derraman por sus mejillas. No la quiere perder. Esto ya no es cosa solo de la verdad. La necesita. No puede ser el fin de tantos de los recuerdos que reunió junto a ella. Van a vivir más cosas juntas. Porque una de las cosas que la ayudó a seguir todos estos años era la esperanza de volver a reír junto a su madre, a volver a sentir sus manos trenzándole el cabello o volver a escuchar su voz antes de dormir. Esto no es el trágico final de un libro.
—No, no, no, esto no acabará así. De ninguna manera. Tienes que quedarte conmigo. —Suplica—. ¡Ayuda, por favor! —El grito le desgarra la garganta—. ¡Un médico!
Su madre niega con la cabeza y toma sus hombros con una firmeza inesperada.
—Tranquilízate. —Pide su madre, lo que es irónico, pues ella es la que se está desangrando—. No puedes llorar por mí, ¿entiendes? Tienes que seguir tu misión. Summer, tienes que descubrir la verdad de esto. Sé que puedes hacerlo por tu cuenta. —Suelta una tos seca que le saca sangre de la boca—. Confío en ti. Destruye al gobierno. No por mí. Hazlo por ti. —Le dedica una sonrisa y le da un suave apretón en el hombro antes de que su cuerpo quede inerte en el suelo.
Ya no respira.
—Mamá —La mueve—, mamá, despierta —Está dormida, las otras posibilidades no existen. Está dormida, en su cama, y ella tiene siete años. La está despertando para ir de compras a la ciudad por su cumpleaños—. ¡Mamá! —Rompe en llanto sobre su cuerpo sin vida. Toma su mano, fría.
Su madre se ha ido, y con ella todos los lindos momentos que pasaron juntas. Esa noche de Navidad, las veces en el patio con el atardecer de fondo, la primera vez que su madre conoció a Christopher, los cuentos en la cama. Todo se ha esfumado como la chispa de vida de sus ojos. Como el calor de su cuerpo. Se ha ido.
«Confío en ti. Destruye al gobierno. No por mí. Hazlo por ti». Las palabras se repiten en su cabeza.
¿Cómo podrá hacer eso? Ya no tiene una motivación clara. El futuro que antes estaba tan claro ahora se vuelve borroso. No lo puede hacer. No sin la luz de la esperanza que esperaba encontrar luego de poner el mundo en su lugar. Y su madre era la esperanza.
Se obliga a mirar hacia su equipo, porque si mira a los ojos de su madre, no podrá salir del pozo en el que se hundirá.
Christopher sigue parado frente al cadáver de Kaytlinn, sin poder moverse. Parece estar en otro lado, parece hipnotizado o perdido, es difícil saberlo. Y Aiden, él está haciendo guardia en la puerta de la habitación. Puede que sea el que en mejor estado quedó después de esto.
—Oigan… creo que debemos irnos, ha llegado la policía. —Informa Aiden con tono de comprensión, para los dos.
Christopher levanta la vista al fin. Abre la boca para decir algo, pero la cierra enseguida. Asiente.
No se puede quedar aquí, aunque es lo que quiere. Dejar que la atrapen y ya. Terminado. Pero necesita honrar la muerte de su madre. Porque si no, habrá muerto de gusto.
Se arrodilla frente al cadáver y toma su mano. Se llevará algo de su madre, tiene que recordarla con algo, y ese algo es el anillo que decora su dedo. Saca el círculo de plata de su piel. El objeto tiene una simple decoración: un dibujo de un fuego azul. Se lo pone y cierra la mano en un puño hasta que las uñas se le entierran en la palma.