Royal secrets: la sombra tras la corona

51.

Christopher.

Hundido en el mar que es esta vida. Aunque hace días que no se le puede llamar vivir a esto, porque lo único que hace es sobrevivir.
Sabe que está mal. Que si sigue así todo empeorará. Pero lo único fácil es decirlo, porque al hacerlo todo se complica.

No es nada fácil asimilar lo que es matar a alguien. Acabar con una vida que no te pertenece. Ver cómo la chispa de los ojos desaparece, cómo la piel pierde color, cómo da un último aliento. Y saber que lo hiciste tú. Eso es lo que siente Christopher, que no recuerda cuándo fue la última vez que durmió sin soñar con el cadáver de Kaytlinn.

Sus ojos celestes, más claros que los de él, perdiendo el brillo; el aliento de vida. Es recurrente en sus pesadillas ver al guardia que mató Lynn, y luego, sus ojos se transforman en los de la chica rubia. Siente culpa por la muerte del hombre. Si Christopher no hubiera estado con Lynn en ese momento… el guardia no los hubiera visto, y estaría vivo.

Mató a dos personas en un día. Y puede que con ellos haya muerto un tercero: él.

Las ojeras bajo sus ojos son más notables cada vez, ha perdido un peso considerable en esta semana, y no ha tocado su guitarra desde que volvió. No tiene sentido tocar música cuando el alma te impide escucharla.

Tocan a su puerta. Una, dos veces. Ni siquiera hace el esfuerzo de ver quién es; si no es Aiden, es Summer.

—Comí ayer —informa en voz alta, antes de que, supone, es Aiden, haga la pregunta; la voz le sale amortiguada por la almohada que tiene en la cabeza.

Escucha cómo la puerta que tan bien conoce se abre con el chirrido ridículo de las bisagras.

—Christopher. —Es Aiden.

—Te dije que ya comí ayer. —Apunta sin mirar en dirección a la puerta—. Vete.

Aiden, en vez de irse, va a su cama y se sienta en el borde, sin llegar a hacer contacto alguno con él.

—Chris, no puedes comer solo una vez cada dos días. —Lo regaña Aiden, con un suspiro que denota cansancio—. Y no puedes seguir así todo el día. Haz algo, insúltame, toca la guitarra, lo que sea. Pero tienes que salir de aquí.

Ni que fuera tan fácil.

—Aiden, déjame. Ya vete —pide—. Quiero estar solo.

—Ese es el problema. No estás solo, no nos puedes abandonar sin más. Tienes que volver, perseguir ratas o hacer de dramático. Summer te necesita.

Christopher suelta una risa desprovista de humor y finalmente saca su rostro de la almohada.

—¿Y qué quieres que haga? —espeta, procurando que la voz no le tiemble—. No puedo, Aiden. No lo intentes, estás perdiendo tu tiempo. Ya ni siquiera sé cómo seguir un día más, no puedo ni verme al espejo. ¿Crees que puedo sacarla de su cama si ni yo puedo salir de la mía? Déjate de estupideces. —Diciendo eso, vuelve a meterse en la cama, esta vez tapándose hasta las orejas con la manta.

El ambiente es tenso. Solo ocupado por el silencio.

—Chris —habla Aiden luego de un rato—, no te culpes por matarla, era necesario.

«¿Necesario? Sí, claro, si tan solo él hubiera sido el que apretó el gatillo». Pone los ojos en blanco aunque Aiden no lo pueda ver.

Lo único que lo consolaba cuando sujetaba el arma era que, si la mataba, ella no mataría a la madre de Summer. Era compensar una vida por otra. Y cuando murió Caury, todo se volvió vano. Porque no salvó a nadie con la muerte de Kaytlinn, fue una muerte sin sentido. No mató para proteger, mató sin razón.

No puede verse la cara sin pensar en lo último que debió ver Kaytlinn: un asesino. Un monstruo.

—Ajá —le responde a Aiden, solo para tranquilizarlo—. Ahora, ¿te vas? Por favor.

—Hoy es el funeral de Caury —informa—. ¿Vas?

—No. —Si se presenta ahí, lo más probable es que el barco en el que naufraga se hunda por completo.

«Pero tienes que ir». Aparece el pensamiento.

Desde que ocurrió eso estuvo pensando qué haría cuando llegara el funeral, y lo que decidió fue que iría, porque si no pudo salvarla, quiere honrar la muerte con su presencia. Pero es difícil, terriblemente difícil. Es afrontar la realidad de la que ha escapado este tiempo. Es aceptar que ella murió, aunque él haya sacrificado a alguien para impedirlo.

Suelta un suspiro tembloroso y se incorpora.

—Voy.

El rostro de Aiden se ilumina.

—¿En serio?

—Sí —confirma, arrastrando a Aiden afuera de su cuarto—. Pero ni creas que lo hago porque me lo pediste.

—Okey, okey —se deja arrastrar y no dice nada cuando Christopher le cierra la puerta en la cara.



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Editado: 30.12.2025

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