Summer.
No tiene ni la menor idea de qué le ocurre a Aiden.
Hace unos días se ha estado comportando raro, actúa como si literalmente le hubiera declarado la guerra y ni a ella se le ocurre el porqué. Se supone que no la conoce, o al menos no a la identidad de "Evie".
Camina junto a Charlotte (la chica que conoció en el salón) en dirección al patio de la escuela —escuela bien rara, porque no es escuela del todo, pero no se le ocurre otra forma de definir este espacio—. El lugar está oscuro, solo iluminado por la luz que emite la luna.
Charlotte y ella se han vuelto más amigas. Aun así, de vez en cuando puede ser irritante, tan irritante que a Summer le dan ganas de darle un buen golpe en la cara. Hasta ahora, se ha contenido.
Llegan al patio —o jardín—, o como lo quieran llamar. Es un lugar verde a unos diez minutos de ahí, nadie va, así que Charlotte y ella van todos los días a hablar en sus tiempos libres. Hay un gran campo de flores: lirios, margaritas, girasoles. Y también hay muchos árboles, como un bosque. Es un lugar muy lindo, perfecto cuando quieres privacidad, y a Summer le parece muy bien tener un lugar donde sepa que no va a estar Aiden, pues la encuentra donde sea, ya parece acosador. Por un tiempo le gustaba esa especie de atención de su parte, pero a este punto ya se volvió molesto. Muy molesto. Aparte de que ahora vive con el miedo de que él se le acerque y descubra quién es. Para empeorar, él ya sabe que ella oculta algo, así que cualquier cosa que diga o haga Summer podría delatarla.
Le encanta ir a ese lugar por las noches; la luna resplandece en el cielo oscuro y las flores parecen transformarse bajo la luz difusa. Hoy, especialmente, la noche está más oscura.
—Oye, Vibby, ¿quieres jugar a las escondidas? La noche tiene pinta de peli de terror. —Charlotte se queda junto a un árbol—. Yo cuento. ¿Apostamos?
—Mm... está bien, ¿qué cosa?
—La que pierda se tira al lago, con ropa y todo.
—Hecho. —Summer asiente y se sumerge en el denso bosque.
Cuando ya está lejos, enciende su linterna porque la luz de la luna, aunque permite divisar algunas cosas, no es de gran ayuda en medio de tantos árboles.
Cuando está segura de que ya se alejó lo suficiente, se sienta en una gruesa raíz que sobresale del suelo bajo un árbol. Saca su teléfono y comienza a revisarlo.
Cada cierto rato escucha algunas ramas moverse, pero no le toma mucha atención. Después de todo, en el bosque andan animales, ¿no? El crujir de las ramas no viene solo esta vez: una tenue luz parpadea en la oscuridad, seguida de un suspiro que eriza la piel. Summer voltea la mirada rápidamente a las ramas superiores del árbol que tiene encima, y ahí está: un chico sentado con una pierna colgando y la otra afirmando un libro que sostiene entre las manos, y la luz, una lámpara pequeña que está colgando de una ramita un poco más arriba.
—Creí que veías cosas más divertidas —murmura Aiden, pasando la página.
Y esto era lo que faltaba: encontrarse a este tipo en medio de la noche.
—¿Qué se supone que haces ahí? ¿Me estabas espiando el teléfono? Eso es violación a la privacidad, ¿sabes? —Ella se incorpora para observarlo mejor.
—En primer lugar: yo ya estaba aquí, tú fuiste la que llegó a interrumpir mi hermoso tiempo de lectura. —Desliza la otra pierna y queda sentado con ambas piernas colgando, aún sin despegar su mirada de las páginas.
—Pero lo de espiarme el celular no fue accidente, y repito: eso es violación a la privacidad.
—Privacidad, dices... pero tu contraseña es 1234. ¿De verdad esperas que alguien se la tome en serio? —Aiden sonríe, cierra el libro con calma y salta. El golpe de sus botas contra la tierra resuena demasiado cerca. Summer da un paso atrás. La sonrisa de él sigue ahí, afilada, como si ya supiera algo que ella no.
Summer parpadea, confundida.
—¿Qué rayos te resulta tan gracioso?
Aiden no responde de inmediato; la observa, como si cada tic nervioso, cada respiración suya fuera una pista escondida.
—Porque confirmas lo que pensaba.
—¿Lo que pensabas de qué? —Su voz se alza un poco, impaciente.
—De ti. —Aiden cierra el libro con un golpe seco y lo deja caer al suelo—. No encajas.
La palabra resuena como un eco en la oscuridad. Summer ladea la cabeza, aún más confundida que antes.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Que hay algo fuera de lugar contigo. Y ya lo confirmé, ahora estoy aún más seguro que antes —responde, demasiado tranquilo, como si hablara de una ecuación matemática—. Puedes guardártelo todo lo que quieras, pero créeme, Evie, yo lo sabré tarde o temprano.
—Estás loco.
—Y aún no tienes idea de lo loco que puedo llegar a estar.
Summer resopla con indignación. Ambos quedan en un silencio algo incómodo hasta que ella se pone en cuclillas y recoge el libro que Aiden dejó caer, y lee el título en voz alta.
—¿De qué es? —pregunta, tan tranquila como si nada hubiese pasado. Pero está claro que no es así.
—¿Importa? —Parece considerar la opción de decirle y al final suelta un suspiro, rindiéndose—. Romance.
—¿Romance? ¿Lees romance? —Su cara dice lo sorprendida que está. ¿Quién esperaría que Aiden leyera algo tan... tranquilo como un libro de romance?
—Sí. Oye, ¿te importa cuidar tu salud? —comenta Aiden, ya habiendo perdido interés en la conversación anterior (o tal vez solo evitando esa conversación).
—¿Sí? ¿Por qué?
—Charlotte. —Explica sin más, como si esa sola palabra pudiera decir mucho.
—¿Y...?
Él la toma de la mano y la lleva atrás del árbol en el que antes él estaba sentado. La deja ahí y comienza a trepar el tronco, tomando la lamparita que él mismo había dejado colgada.
—¿En serio tengo que recordártelo? Apuesta, Charlotte, río. ¿Te suena?
La apuesta que hizo con Charlotte. ¿Pero cómo es que él lo sabe?
—¿Cómo lo sabes?
Él ignora la pregunta y apaga la llamita que proporcionaba claridad, descendiendo del tronco. De inmediato, todo queda sumido en la penumbra. Se queda frente a Summer; el espacio entre ellos es estrecho, el árbol a sus espaldas no le deja mucho margen. Aiden se acomoda sin pensar demasiado y, al apoyar la mano contra el tronco para equilibrarse, esta queda a un costado de la cabeza de ella.