Aiden.
Está caminando con Evie en dirección a su casa. Ya es de noche y no hay ni un asomo del atardecer.
—Oye, ¿vamos a tu casa o a la mía? —interroga Evie.
—¿De verdad no sabes? Sorprendente. Podría secuestrarte ahora mismo —Aiden suelta una risita al notar cómo ella se tensa; no captó el sarcasmo en su tono—. Era una broma, no te secuestraría. Aunque la idea no me desagrada, que sepas. —bromea.
Evie suelta una risa seca.
—Vale, pero ¿dónde vamos?
—Yo estoy caminando a donde me lleven mis pies, pero si estás cansada, mi casa queda cerca.
—¿Les dices eso a todas las chicas? Primero que las podrías secuestrar y después preguntarles si quieren ir a tu casa.
Aiden pone los ojos en blanco.
—Es mi forma de enamorar. —Se inclina cerca de ella de una forma burlona.
—Ah, sí, muy buena tu estrategia.
—Claro, puedo ser encantador de muchas formas, por si no sabías… —Su chiste es interrumpido por un grito que atraviesa el aire. La voz del desconocido suena aterrada.
—¿Qué fue eso? —inquiere Evie.
—Ni idea.
Otro grito, esta vez acompañado de un gruñido que parece inhumano.
—Voy a ver. —Aiden avanza a zancadas hacia donde proviene el alarido.
Se queda pasmado ante la escena que se encuentra.
¿Qué es eso?