Summer.
Las clases se han retrasado por dos semanas. Por lo que también las elecciones se han pospuesto.
Las autoridades han decidido que es muy peligroso para los habitantes del país salir de sus hogares para presentarse a las clases y las votaciones. Y, como el rey es el que toma la decisión final, él es el que va a las casas de los candidatos para elegir, obviamente con muchos guardias, demasiados.
Hoy día le toca a ella. El rey —o su padre, más bien— irá a su casa a visitarla y a hacer unas cuantas preguntas.
Hace una semana se fue de la casa de Aiden, no tenía ropa para cambiarse y no era para nada cómodo tener que dormir en una cama que no era de ella. Summer se ofreció varias veces para dormir en el sillón, pero Aiden no se lo permitió y él durmió ahí la mayoría de días que ella se mantuvo en la casa. También, cuando ella se marchó, Aiden insistió en acompañarla hasta el umbral de la casa, no confiaba en que se pudiera cuidar sola.
En vez de ir a la cafetería, que se ha mantenido cerrada estos días, fue a la casa de Christopher, que, de hecho, ha estado haciendo un drama insoportable. »No me lo puedo creer. Me traicionaste por un… por un… tonto« le dramatiza desde que llegó, con la excusa de que ella estaba saliendo con Aiden y no le dijo. Le ha repetido mil veces que no están juntos y él no quiere entender.
Se frota las manos en la ropa para quitarse el sudor de las palmas.
—¿Así que me tengo que esconder en mi propia casa? Te pasas, Summer —le replica un indignado Christopher.
Ella le había dicho que se escondiera o que no se presentase cuando el rey fuera a la casa, por si acaso. Pero él insiste en que exagera.
Un sonido en la puerta los hace voltear. Tocan otra vez. El rey ha llegado.
Summer le lanza una mirada de advertencia para que se vaya y él rueda los ojos.
—Genial, me voy a ir a esconder en mi propia casa. Qué humillante privilegio. —Christopher sonríe alegremente y el sarcasmo se puede notar a veinte millas de distancia. Se lleva una mano a la frente, caminando de espaldas separa la mano unos centímetros y pronuncia palabras mudas: »Bye bye«. Sonríe y cierra la puerta de su habitación con un giro de falsa felicidad. Summer suelta una carcajada y se dirige a abrir la puerta.
—Buenas tardes, señorita, usted ha de ser Evie Moss Coun, ¿estoy en lo cierto? —le pregunta un guardia que está frente a la puerta, con otro a un lado.
—Sí, soy yo.
—Bien. ¿Nos dejaría pasar, por favor?
Summer asiente y retrocede un paso para dejarlos entrar. Pasan los dos guardias y tras ellos entra el rey, seguido de dos guardias más.
Summer no puede evitar morderse el labio. No tiene idea de qué responderá a las preguntas, porque ni siquiera tiene noción de cuáles son las preguntas.
Se dirigen todos a la sala, la cual no está muy ordenada, pero hizo lo que pudo intentando deshacer el caos. Toman asiento en los sillones frente a una mesita de centro. Los guardias se quedan de pie atrás del sofá donde está su rey y ella se deja caer en el de enfrente.
—Muy bien. ¿Estás consciente de que te haremos preguntas, verdad? Ya sean personales o comunes. Tus respuestas no serán expuestas en público. —comienza su padre.
—Sí, claro, lo sé.
—Okey. Primera pregunta —saca una hoja en un portapapeles y lee—: ¿Cuál es la razón exacta por la que usted desea participar en el manejo de este país?
Summer se queda pensando una respuesta buena, una respuesta que no la comprometa. No puede solo decir que quiere gobernar porque sabe que el reino se está corrompiendo a pedazos muy pequeños; si dice eso, lo más seguro es que la maten. Ya sea por saber mucho, o porque querrá saber más.
—Porque quiero asegurar el bienestar de los habitantes del país, porque sé que es muy fácil que alguien llegue y tire todo a la mier… —se pausa a mitad de oración y se corrige—, que eche todo el país a perder. Y yo quiero evitarlo, porque sé que tengo el potencial para poder mejorar este lugar. —Exhala al terminar de pronunciar la última letra.
Él solo mira fijamente el papel, como si procesara cada palabra. Summer se muerde el labio, sacando parte de la delgada capa de piel que cubre su boca. Ella lo observa, ve a su padre, al que no ha visto por tanto tiempo y que ahora tiene delante. ¿Qué haría él si supiera que a quien tiene en frente es la hija que no ve hace años? De seguro la mataría por traición, pero si piensa eso arruinaría el momento de dramatismo que pasa por su cabeza. Así que se obliga a pensar que si supiera, le daría la bienvenida y le mencionaría cuánto la ha extrañado.
Su padre anota algo en la hoja y luego la mira de reojo, moviendo el anillo que lleva en su dedo índice. Carraspea para aclararse la garganta.
—Interesante. Sigamos: ¿Qué puede ofrecer al reino? ¿Alguna cualidad, o característica que la destaque, señorita Moss?
—Puedo darles seguridad, asegurarles que lo que se muestra es en realidad lo que hay.
El rey le dedica una mirada interrogatoria y ella se arrepiente en el segundo de haber dicho eso, no pensó antes de abrir la boca. Él se inclina un poco hacia adelante, a punto de hablar, cuando un chillido agudo lo interrumpe.
Summer parpadea.
—¡Carajo! ¡Oye, es urgente, ven! —exclama Christopher con un lloriqueo fingido.
El rey mira en dirección a la habitación de su amigo y luego voltea hacia ella, con una arruga en el entrecejo.
—¿Qué se supone que fue eso?
—¿Crees que lo sé? —le contesta y abre los ojos al percatarse del tono en el que le ha hablado—, digo, perdón. No sé qué es. ¿Tal vez el viento, no?
Christopher se asoma por el borde del marco de la puerta y echa miraditas a su cuarto mientras habla. Conecta la mirada con Summer y le hace una señal con la mano para que entre. »Ven« formula él sin voz, pero con un rostro histérico.
Summer suspira cansada y hace una reverencia al incorporarse.