El castillo era digno de una película. Un edificio creado en el siglo XIX con más de 150 años de antigüedad con un claro estilo barroco; este tenía una gran cúpula a más de cinco metros de altura, más de cien ventanas talladas en oro puro y una gran entrada custodiada por un sin número de gendarmes.
—Emilio, ¿tienes noticias de la llegada de la familia Birsggen? — Edgard habla con uno de los guardias mediante un walkie-talkie.
— Sí, majestad — responde aquel hombre con voz robótica—. Estarían llegando en aproximadamente, cuarenta y cinco minutos.
El rey tira al suelo aquel aparato para luego ver cómo las sirvientas estaban haciendo que el castillo reluciera por dentro y por fuera. Las princesas corrían de un lado a otro nerviosas con aquellos vestidos que i eran incluso más grandes que ellas. Louise, la reina, estaba contemplándolas también de lejos, riéndose de la situación.
Cuando las campanas sonaron doce veces, esto alertó a la realeza que estaba dentro del reino y a todo el pueblo, incluyendo a la familia Kentucky; burgueses aspirantes a la corona con una malísima reputación.
El gran pórtico se abrió, dejando ver a numerosos integrantes de la familia real Birsggen. Diego, príncipe de Cleinnfield se quedó maravillado ante la presencia de Esmeralda, princesa de Birsggen. Para el pelinegro, aquella chica era una belleza exótica digna de exponerse en un museo de arte.
—Diego, deja de acosar a la chica — Elina intentó reprimir una risa, cosa en la cual falló completamente porque llamó la atención de Esmeralda y Cherry, una chica pequeña de pelo negro hasta los hombros.
El golpeteo en un objeto de vidrio anunció la hora de sentarse a la mesa, momento introductorio en estos casos —para una familia completa de gente desconocida—. Una vez que estaban en el comedor, Edgard carraspeó su garganta para interrumpir la comida y hablar.
— No es por ser molesto, su alteza. Pero... ¿No cree que es de mala educación no presentarnos a sus hijos?
— Oh sí, perdón, ellos son mis hijos; mi primogénito, Adrain, luego de él están Hugo y David. Además, bueno, mis hijas son Esmeralda, Andrea, Cherry, Carolina, Maria José y Diana — Caroline responde de manera educada para dar por tajado el tema de presentar a sus herederos.
—Un gusto poder conocer a la gran familia Birsggen, ahora me corresponde: les presentare a mis retoños, Leo es el mayor, luego le sigue Maximiliano, Diego y el menor, Dante. Mis hijas, que son notoriamente más, Effie, Mónica, Paloma, Georgina, Laura, Valerie y Elina. — Edgard a medida que los nombra los va apuntando para que estos capten la señal y hagan una leve reverencia.
—Perdón que te interrumpa, Edgard—añade Louise mostrándose siempre correcta—. Sólo quisiera acotar que espero con todo mi corazón que este año sea el más grato que haya vivido Evyville y la realeza. Eso es todo, bienvenidos, familia Birsggen.
Luego de esa larguísima cena, el linaje se encontraba bastante cansado, por consecuente se dirigieron a sus habitaciones individuales, repartidas a lo largo del castillo.
Posteriormente a una semana, estaba fijada aquella fecha donde ambas familias reales tenían que dar un comunicado de prensa para hacer oficial la llegada de Birsggen al palacio y al mandato real. A pesar de que los sucesores estaban acostumbrados a este tipo de actividades, se sentía aquella presión en la atmósfera.
—¿Cómo pueden anunciar algo así?— Leo se cuestionaba escondido detrás de una pilar, observando la presión que sentían sus padres y aquellos reyes de la familia contraria.
—¡Bú!—grita Adrain en el oído del chico de lentes—. ¿Te dio miedo, mariposita?
—¡No me digas así! — Leonardo estaba avergonzado, se notaban sus mejillas sonrojadas desde el otro extremo del palacio.
—¡Te sonrojaste! ¡Eres muy tierno! — Adrain reacciona efusivamente a las mejillas rojizas del chico y se las aprieta, para luego salir corriendo.
Aquella convocatoria había sido un éxito completamente, el pueblo se había reunido bajo el palacio para ovacionar a sus reyes. Aunque, en una casa del centro de Evyville estaba la familia Kentucky — burgueses de mala fama por su mal carácter— Estos antes mencionados se encontraban contemplando la noticia de la llegada de la nueva familia.
—¡Mamá! ¿Viste? ¡Nuevamente nos quitarán la corona! ¡Mira sus vesti...!—la menor, Michelle, se queja de la vida por su estatus social.
—¡Cállate! ¡No lo puedo creer! — Karla se frota las sienes, irritada —. ¡Otro año más y aún no conseguimos nada!
— Si no te mueves, dudo que logres algo — Camil, su marido, le contraataca.
—¿Qué opinas tú, inepto? ¡Conseguiré robar la corona! Sea como sea, lo lograré.