Rubí se sintió como si le hubiera pegado un puñetazo en el estómago, cuando aquel hombre prepotente dijo aquellas palabras. Khalid Hassan había conseguido que aquella mujer se pusiera nerviosa. Y al final la iba a destrozar jugando al póquer.
— Pensando, señorita…
La interrumpió. Ella hizo caso omiso. Miró al resto de los jugadores y dijo:
— No, lo queremos en nuestra mesa. Ya somos demasiado, señor.
— Yo no opino lo mismo. Replicó él.
— Por favor Rubí, el señor tiene todo el derecho de jugar, también Harry le debe plata a él también.
Ella mira a su padre y este estaba sudando y le dice.
— Perdóname hija... Yo... Yo...
— Nada papá, ya estoy metida en esto por tu culpa, necesito ganar para pagar tus deudas, sino, estamos perdidos los dos.
Khalid clavando la mirada en Rubí y sonrió sarcástico. Rubí se sobresaltó un poco al oír la voz de aquel hombre. Estaba tan concentrada en su padre que había olvidado a los demás. Había olvidado que estaba con un grupo de hombres ricos y poderosos, cuyas amantes la miraban con odio, evidentemente disgustadas de que se hubiera ofrecido como apuesta.
Respiró hondo y se recordó que no debía sentir, que no debía tener miedo, que ninguno de ellos le podía hacer daño. Estaba allí para proteger a su padre y recuperar el dinero que había perdido. Si tenía que vender su alma al diablo, se la vendería.
— Puede que no me haya explicado bien.
Dijo, decidida, a conseguir que la aceptaran por su padre.
— Mi oferta no se refiere al resultado de la partida, sino solo a la primera mano. Si pierdo esa mano, el ganador se quedará conmigo y con todo el dinero de la mesa. Pero si gano… A partir de ese momento, solamente apostaré dinero y solamente hasta recuperar lo que mi padre ha perdido.
Mientras hablaba, su corazón recobró un ritmo normal. Estaba más que acostumbrada a jugar a las cartas. Su padre le había enseñado el póquer cuando únicamente tenía cuatro, era una niña prodigio que lo acompañaba a todas las partidas. Pero después de la muerte de su madre, se apartó de todo aquello de jugar cartas y entrar en casinos.
— ¿Y bien?. Continuó.
¿Aceptan mi apuesta?
— Hemos venido a jugar al póquer.
Dijo el Andy.
— Yo no vine a perder mi tiempo aquí. Contestó Albert.
Rubí se giró y le sonrió a su padre, calmando su angustia.
— Pero seguro que tu padre, estás de acuerdo con lo que has apostado.
— Claro que está de acuerdo y él no va a decir nada si yo pierdo, o ganó. Harry se puso tenso.
— Y tú, Harry, no dices nada…
Continuó Albert, mirando esa vez al Jeque que estaba junto a Andy.
— Si no recuerdo mal, tu padre estuvo a punto de arruinarse hace tres años, si no fuera ha sido por ti, estuvieran en la calle.
— ¿Cómo sabes tú eso…?
— Lo sé porque mi padre fue quien jugó contigo.
— ¿No te lo puedo creer Albert?
Dijo sorprendido Andy.
Rubí supo que lo estaba haciendo bien, jugar por su padre. Luego, con el rabillo del ojo, vio que aquel hombre llamado Khalid sonreía con sarcasmo y se estremeció. Rubí sonreír y dijo.
— El que gane la primera mano seré de uno de ustedes. Estaré a merced del ganador, que podrá hacer lo que quiera conmigo… Tomar mi cuerpo o humillarme por completo, como prefiera. Además, os aseguro que mis habilidades como jugadora son buenas. Obviamente, Rubí estaba nerviosa porque se había ofrecido como paga.
— Muy bien, acepto. Dijo Andy.
— Y yo.
— Yo también.
— Lo mismo digo.
Todos la miraron con deseo. Todos menos el hombre de los ojos azules, que se limitó a dedicarle una mirada carga de inteligencia, como si supiera lo que estaba haciendo.
— Está bien. Dijo Khalid con una sonrisa.
— En ese caso, juguemos.
Andy asintió y Chris, el crupier, empezó a repartir. Rubí hizo caso omiso de las miradas y los susurros y alcanzó sus cartas. No quería ni imaginar lo que pasaría si perdía la mano y acababa en manos de uno de esos hombres. Especialmente, si ese hombre era Albert, que ya había jugado con su padre antes y sabía que movimientos iba a hacer.
No tenía más opción que ganar la primera mano, para que ella estuviera la salvó al igual que su virginidad. Aunque lo más difícil venía después: seguir ganando y recuperar los cien mil dólares que su padre había perdido. Iba a ser una noche muy larga. Cerró los ojos un momento, respiró hondo y miró las cartas. Tres reyes. Tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar un suspiro de alivio. Tres reyes, un cuatro y una reina; pero los tres reyes eran lo importante.