Capítulo 3

Aquello estaba de emoción.

— Subo cinco mil más. Dijo el Jeque.

Rubí se quedó helada.

— Maldita sea… Dijo Andy.

— No voy.

Harry carraspeó con nerviosismo y le dijo a su hija.

— Rubí ya es suficiente. Pero ella no le hizo caso y apostó.

— De acuerdo. Cinco mil más. Khalid se giró hacia su padre y le dice.

— ¿Y bien? Preguntó con sorna. 

Sé que no tienen esos cinco mil más, pero podrías aumentar la apuesta…  Rubí respiró hondo. No tenía más remedio que aceptar, ya estaba perdida o podía ganar esa apuesta. Khalid volvió a sonreír y, para alivio de Rubí, su padre no puso ninguna objeción. Había llegado el momento de enseñar las cartas. Y por su posición en la mesa, el Jeque tenía que ser el primero en hablar.

— Doble pareja de siete y nueve.

Rubí se sintió inmensamente aliviada. Sobre todo cuando, a continuación, estaba tan contenta que, cuando presentó su full y alcanzó el montón de fichas que se habían acumulado en el centro de la mesa, tuvo que hacer un esfuerzo para no derramar lágrimas de alegría. Había salvado a su padre. Había ganado. Agarró las fichas y las dividió y las empujó hacia Albert y el jeque, y se guardó las que sobraban y dijo.

— Supongo que esto es todo, Albert. Mi padre queda libre de deudas, ¿verdad?

— ¿Liberado?

Respondió él, clavándole sus ojos redondos, como de buitre.

— Sí, queda liberado. De hecho, quiero que se vayan esta misma noche, de mi casino y no vuelva tu padre a jugar.

Rubí se quedó boquiabierta.

— Está bien, ya nos vamos y mi padre ya no jugará más.

— Eso sería bueno para tu padre, que no apostara nunca más, y además saldar sus deudas también con el jeque.

Respondió con frialdad.

Rubí se puso tensa. No se le había ocurrido que Albert la echaría esa misma noche, y le pareció increíble porque no tenían dónde ir ahora su padre y ella.  Era evidente que un hombre tan mezquino como aquel hombre, no soportaba que una mujer le ganara a las cartas. Además, estaba enfadado con ella porque se había atrevido a insinuarse una vez a ella. Y esa noche estaba totalmente molesto.

— Muy bien, nos vamos entonces. Dijo Rubí, levantándose de la mesa.

— Pero, en ese caso, te diré lo que debería haberte dicho hace tiempo… Eres un morboso sádico. ¡Eres tan incompetente que no sabes ni atarte los zapatos!.

Albert la miró con ira.

— ¿Cómo te atreves…?

Rubí no le hizo caso. Las fichas que le habían sobrado después de pagar la deuda tenían un valor de varios miles de dólares. Lo justo para viajar con su padre a otro lugar, pagar los primeros meses de un alquiler y ahorrar un poco para sobrevivir hasta encontrar un trabajo.

— Cobraré mis fichas y me marcharé de inmediato con mi padre. Declaró.

— Espera, mujer… Intervino el jeque. Rubí se detuvo y lo miró.

— Me gustaría jugar otra partida contigo, pero no aquí en otro sitio, tú y yo solos.

Ella ladeó la cabeza.

— ¿Tan desesperado estás por recuperar tu dinero? ¿Tan mal os va a los jeques?.

Pregunto con ironía. Él sonrió.

— Exclusivamente jugaríamos tú y yo. Y el ganador se lo llevaría todo.

— ¿Y por qué querría jugar usted jeque?

Khalid señaló el montón de billetes que tenía.

— Por esto.

— ¿Por todo eso? Declaró Rubí, atónita.

— Sí.

Su padre se quedó mirando el dinero de Khalid y dijo.

— Pero es un millón de dólares…

— Lo sé perfectamente padre, pero ya terminó la apuesta y nos vamos.

— ¿Y qué pasaría si ganarse tu hija? Preguntó Harry.

Los ojos azules de Khalid se clavaron en ella.

— Que nos vamos padre y ya... 

Entonces todo había quedado allí, y Rubí salió con su padre del casino y busco sus cosas para irse de allí, ya que Albert los había echado de aquel lugar, mientras que Rubí preparaba todo, su padre escapó un momento del lugar y fue a dónde se encontraba el Jeque.

— ¿Pretendes jugar conmigo después que tu hija ganó por ti?

— Si y tengo una buena oferta. Respondió, sonriendo.

— Piénsalo bien.

— Pero… Qué oferta me ofreces.

— Si pierdo se queda con mi hija, se la doy como una ganancia.