A Harry se le encogió el corazón. Cuando se dirigió a la habitación donde estaba su hija Rubí, ella clavó la vista en la cara de su padre y le dice.
— Que ocurre papá dónde estabas.
— ¡Oh, hija, perdóname por lo que voy a decirte!.
— ¿Qué pasó papá, que tengo que perdonarte?.
— Estuve jugando de nuevo, y perdí.
— Papá que has hecho, perdiste el dinero que gané.
— No solo eso hija, sino que también te perdí a ti. Te aposté como mi aval.
— Papá me apostaste en un juego con quién.
— Perdóname hija.
— Ahora que vamos a hacer, es mejor que no vayamos de aquí ahora.
— No podemos te aposté con el jeque y el bien por ti.
Su padre la acababa de apostar en un juego con aquel jeque llamado Khalid. A ese hombre que le había caído mal, desde el momento que lo vio, solamente porque era un Jeque, un árabe orgullos y estúpido. Parecía un mal sueño para Rubí.
— Ha sido una apuesta estúpida, papá, porque lo hizo vámonos de aquí ahora mismo.
De repente, en la entrada de la habitación había unos hombres, muy altos y con cara de malos.
— ¿Amet?.
"Por Dios padre, a dónde has venido a parar"
Khalid, sabía que Harry podía escapar y mando a sus dos guardaespaldas y a Amet, este la miró a los ojos y le dice.
— Lo siento mucho, señorita, pero tiene que venir con nosotros, el Jeque la espera.
— Papá, porque has hecho esto, eres un vicioso, nunca dejaras de jugar, me has apostado, es como si me fueras vendido y a un hombre que yo no conozco.
— Perdóname, hija, pero es mejor que vayas con ellos.
Rubí avanzó hacia el hombre que la miraba curioso, ella enfureció y al mirar a los demás hombre, tuvo que calmar su irá. El aspecto que tenía Amet era frío como el de una estatua y, cuando alzó las manos para agarrarla de los brazos, Rubí retrocedió.
— Nos vamos, señorita, le he dicho que no tenga miedo.
Contestó con una sonrisa Amet.
— A dónde me llevará, señor…
— Señorita, será mejor que sé de prisa en hacer el equipaje. El Jeque Khalid la espera.
Esa vez, su padre se marchó sin pronunciar una palabra más. Y todos se quedaron en silencio hasta que Rubí se apoyó de la puerta de la habitación, sintiéndose repentinamente débil.
— Espero por usted, señorita, ya no hay nada que hacer su padre, fue con mi amo y la apostó vilmente. Y lamentablemente perdió el juego.
— ¡Oh, Dios mío!.
Rubí parecía arder en deseos de darle una bofetada a aquel hombre que no conocía bien. Pero Rubí supo que no se atrevería a dársela. Ahora, era propiedad de Khalid, de un árabe del desierto. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido su padre? Se odió a sí misma con todas sus fuerzas. Había creído que podía salvar a su padre y, en lugar de eso, la había apostado con ese tal Khalid.
Salió del hotel y avanzó en la noche mientras contaba los minutos que le quedaban de libertad. No lo podía pensar. Aquel hombre la había ganado con trampa o no, su padre la había vendido sin más ni menos y ella había caído como una tonta suponiendo que su padre se iba a alejar de todo aquello. Sin embargo, eso no era lo peor. Por su culpa, ella estaría al lado de un hombre que no sabía de dónde venía y menos a qué se dedicaba.
Por la cara de Amet, que permaneció en silencio, sin decir nada, cuando la llevo a la habitación de Khalid. Este le quitó la bolsa de viaje, abrió la cremallera y miró dentro.
— ¿Qué crees que llevo? Algo para matarlo. ¿No te ha dicho nadie que ver las?
¿Pertenencias de los demás es privado, es de mala educación estar revisando?
— Una mujer como tú no necesita llevar algo para matarme. Tienes todas las armas que necesitas… Belleza,
capacidad para seducir y talento para el engaño.
La acusó con frialdad.
— Oiga, eso es una falta de respeto, mi padre jugó con usted y ya me obtuvo, estoy aquí y dejé de suponer en esas cosas, que yo nunca voy a hacer de usted.
— ¡Es una pena que no aproveché sus cualidades, además eso no funciona conmigo!.
— Eres un hombre despreciable y malvado.
— Si me desprecias tanto, ya lo veo en tu cara, pero no podrás hacer nada, sino estar a mi lado.
Khalid le sonrió, luego cerró la bolsa y se la devolvió. Ella se apartó con brusquedad, y lo miró.