Rubí tenía que conseguir el modo de escapar, no quería ir con él, así que abrió la puerta de la camioneta y se lanzó así afuera. En verdad que estaba desesperada, cuando el chófer cerró los dedos sobre el freno de mano y lo echó hacia atrás con todas sus fuerzas. Los neumáticos chirriaron y Khalid maldijo en su idioma, por lo que había hecho aquella mujer endemoniada. Se bajó de la camioneta, cuando la ve en el suelo algo por dentro se tensó y pensó en todas las cosas que había pasado en su país. Al mirar a la joven con cara de enojo le dice.
— Estás completamente loca, pudiste haberte matado muchacha.
Rubí tuvo la impresión de que el tiempo pasaba a cámara lenta. Oyó el grito ahogado de Khalid cuando se lanzaba fuera de la camioneta y ahora lo tenía frente a ella. Y vio en su rostro lleno de preocupación y algo más que no supo descifrar. Ella, al querer levantar, se volvió a caer. Se había golpeado fuerte el costado del cuerpo y de seguro le saldrían moretones. Mientras intentaba recuperar el control, pero se encontró sobre el bordillo de la acera.
Por suerte, no le había pasado nada más, Khalid se acercó a ella y la tomó en sus brazos. Rubí abrió los ojos, que había cerrado en el último momento, y contempló el rostro de Khalid cuando la levantó del suelo. Habían estado a punto de matarse. En su desesperación, había cometido un error que le podía haber costado la vida.
— ¡Maldita sea, Rubí!. Exclamó Khalid.
Era la primera vez que la llamaba por su nombre, y ella no dijo nada.
— ¡Al hotel!. Raja.
— No le ha pasado nada a la señorita príncipe. Dijo su chófer.
— ¿Crees que no, seguro solo algunos golpes?
— ¿Llamo al doctor Safeld?
— Sí, cuando lleguemos al hotel, hazlo.
Khalid la miró en silencio durante unos segundos y dijo.
— Eres la primera mujer estúpida, que pone en peligro su vida, eres tú, Rubí.
Rubí se preguntó si tendría razón, si efectivamente habría puesto en peligro su vida. Además, últimamente, todo lo que hacía su padre terminaba en desastre.
— Lo siento, no quise hacerlo con alguna intensión.
— No vale de nada que escapes de mi lado, eres mía.
— Porque mi padre pedido la partida.
— Eso ya es pasado, ahora necesitas un médico.
Rubí se mantuvo en silencio hasta que salieron a la autopista, Rubí intento recuperar el control de sus emociones. Al ver que se dirigían hacia un gran hotel, se giró una vez más hacia él y declaró, en un hilo de voz.
— Aquí es donde vives.
— Por los momentos cuando hago negocios.
Rubí lo miró con asombro el edificio que se alzaba en un rascacielos azul de espejos
— ¿No te hace falta nada? Por qué juegas al póquer teniendo tanto dinero.
— Por qué me gusta, Además jugué y gané, ahora eres de mi propiedad. Yo te daré todo lo que necesites.
— ¿Me alimentarás y me darás un techo? ¿Como si fuera tu esclava?
— Tu posición no se parece mucho a la de una esclava, bueno
tú solo serás… Como diría yo en mi país, una concubina
— ¿Una concubina?
— Sí, como los que tenían mis antepasados, en Qatar Trabajarás para mí durante el resto de tu vida. Solo me servirás y me darás placer cuando te lo pida.
Rubí se quedó helada. No podía creer lo que estaba oyendo. Pero se cruzó de brazos y lo miró con expresión desafiante.
— ¿Y dónde me vas a esconder el príncipe? Porque, si no recuerdo mal, el secuestro y la esclavitud están prohibidos en este país.
— ¿Secuestro?.
Dijo Khalid con una carcajada sin humor.
— Sí, no más recuerdo tu padre, fue quien apostó y no fue dinero, diría yo.
— ¿Y cómo llamarías tú esto, y a arrastrar a dos personas contra su voluntad y…?
— Tú ya habías ganado lo que perdió tu padre y volvió a apostar y perdió no solamente dinero, sino que a ti también. Dijo él, tajante.
— Mi padre nunca...
— Nunca que... Que te apostara a ti por un juego.
Khalid clavó en ella sus fríos ojos y añadió.
— He permitido que tu padre vaya a una casa de reposo, allí lo ayudarán con su vicio.
Khalid contempló las emociones que se dibujaban en la preciosa cara de Rubí Dalton. Rabia, ira, dolor y, sobre todo, impotencia. Fue como si hubiera recibido los regalos de Navidad y del día de su cumpleaños al mismo tiempo. Sin dejar de sonreír, clavó la vista en la carretera iluminada por los faroles. Se había llevado una sorpresa al ver a Harry Dalton volver a querer jugar con él al póquer, pero ya eso era pasado.