El calor sorprendió a Rubí al salir del avión, mientras descendía por las escalerillas bajo el brillante e infinito cielo azul. Observó más allá de la verja la arena que se extendía en todas direcciones, con el toque ocasional de color que producía alguna que otra palmera. Dentro del aeropuerto era otra cosa, hervía de actividad, Turistas y gente local circulaban buscando su equipaje y taxis libres.
Aun así, y a pesar del ardiente calor, el paisaje era de una salvaje belleza, indómito. Fuera cuales fueran los problemas que tuviera Khlaid, aquel lugar le atraía. Un chófer la acompañó hasta la limusina que esperaba en la entrada del aeropuerto, ella se sentó con un suspiro de alivio en el vehículo con aire acondicionado. Segundos después, la puerta de su limusina se abrió y Khalid se sentó a su lado. Llevaba un caftán negro con ribetes dorados y estaba muy serio. Su enorme guardaespaldas Safeld de grandes ojos castaños y piel color aceituna se acercó a la puerta.
— Alteza, esto no es prudente.
— Yo no he pedido nada de esto, Safeld.
Contestó Khalid, con la voz teñida de irritación.
— No he venido a Qatar para ceremonias Safeld.
— Sí, Alteza, lo comprendo, pero debe saber que Su Alteza Real…
Khlaid dirigió una mirada tan fulminante si guardaespaldas, que este incluso dio un paso atrás.
— Ya veo que mi hermano ha ordenado esto.
Añadió Khlaid mientras extendía la mano y cerraba la puerta de la limusina.
— En marcha.
Ordenó al chofer.
Rubí observó a Khlaid mientras atravesaban las calles de la ciudad. Su rostro no dejaba traslucir ninguna emoción mientras sacaba unos documentos de su portafolios y comenzaba a estudiarlos.
— ¿Qué es todo esto?
— Bueno, que he violado una norma de mi país, la cual no acepto.
— ¿Por qué?
Él levantó la vista de su trabajo y la miró sin expresión.
— Es tradición que la realeza viaje separada de su familia.
— Pero si tú y yo, no estamos casados, menos familia cercana, esto es una locura.
Dijo ella, seria y frunció en seño. Pero en el fondo le gustó aquello a Rubí, en no viajar sola y sonrió de medio lado. Y esa ligera sonrisa de ella, lo hizo sonreír también que relajó sus labios y sus ojos perdieron un poco de su dureza. Ahora Rubí lo veía diferente cuando sonreía.
— Me he subido aquí contigo para dejar las cosas claras a mi familia.
— ¿Qué cosas claras, que me ganaste en una apuesta o que soy tu prometida por un chantaje?
— Ninguna de esas cosas.
— ¿Qué le ocultas a tu familia?
— Nada le oculto, solo quiero demostrar que si soy un gobernante.
— ¡Por favor Khalid mírate!.
— Que voy a mirar, que tengo una limusina, avión privado, guardaespaldas… Me temo
que siempre serás así.
Él apretó la mandíbula.
— Puede que haya nacido en esta situación, Rubí, pero no soy parte de ella, y quiero volver hacer rey.
— ¿Quiere eso decir que eres el rey de tu país, pero que paso porque tu hermano es ahora el rey?
— Yo dejé el trono, y ahora mi hermano quiere abdicar, pero el gran consejo quiere que me case.
— Y qué mejor solución yo.
— Pues tienes razón, mi solución eres tú.
— Me imagino que iré a conocer a tu familia.
— Si imagino que los conocerás a todos.
Respondió él, mientras atravesaban el desierto. No sonaba muy emocionado. Rubí no pudo evitar preguntarse qué sería lo que habría pasado entre él y su familia para haberse marchado de Qatar y haber dejado el trono de su país.
— Entonces, ¿qué quieres de mí?. Preguntó ella.
— Me gustaría que me trataras respetuosamente, eso es todo.
— Por supuesto. ¿Y tú harás lo mismo?
Él asintió.
De repente, la mirada de Rubí se desvió al exterior y se quedó sin aliento ante la imagen más impresionante de su vida.
— ¡Madre mía! Mira eso.
Le dijo, señalando con el dedo.
— Nunca había visto un hotel tan fabuloso, debe de tener casino. Parece salido de un cuento de hadas.
— Comentó Rubí, sin dejar de mirar aquella hermosura de infraestructura.
Khalid no se molestó en mirar.
— Eso no es un hotel y no tiene casino. Es la casa de mi familia, Rubí.