Rubí

Capítulo 10

Para Rubí era lo mejor del mundo estirarse a gusto bajo unas sábanas de seda blanca en una cama enorme y en un país extranjero, pensó ella. Nada, salvo tener en esa cama al hombre que la había ganado en un juego de póquer. A la mañana siguiente, Rubí se tumbó boca abajo, apartó un mechón de pelo de su cara y contempló la mañana. «¿El cielo de Qatar tendrá siempre estas tonalidades de color naranja por la mañana?», se preguntó. 

 

Sí, y así era, el día estaba muy hermoso desde la ventana con sus reflejos. Metió la cabeza bajo la almohada y dejó escapar un grito ahogado. No importaba la actitud fría y distante de Khlaid, no se iba a dejar amedrentar por él. Ella no quería quedarse allí, aunque el lugar fuera hermoso y la tratarán como una princesa o lo que sea.   Llamaron suavemente a la puerta, y durante un segundo Rubí pensó que era Khalid, pero oyó la voz de la joven sirvienta.

 

— Buenos días, Alteza.

Rubí frunció el ceño y se tumbó boca arriba.

Gina esperaba en la puerta. Sonrió tímidamente.

— Lo siento si la he sobresaltado, Alteza. El desayuno la espera en la terraza.

— Gracias.

Respondió Rubí, mientras se levantaba y se ponía encima una bata.

— ¿Khalid... lleva mucho tiempo esperando?

— Su Alteza se levantó muy temprano. Ya ha desayunado. Respondió la joven.

¿De qué se sorprendía Rubí? Si ella no tenía nada con él, que le estaba pasando.

— Me ha pedido que le diga que se ha ido, pero que no se preocupase que él regresará por la tarde.

Le dijo Gina.

— ¿Cómo? Salió, dejándome aquí sola.

—Solamente durante unas horas, Alteza Se apresuró a añadir Gina.

— ¿Sabes dónde ha ido?

— Lo siento, Alteza.

 

Se disculpó la joven, negando con la cabeza. Rubí suspiró y se fue a la terraza. Era obvio que Khalid no estaba nada alegre de tenerla allí. A diferencia de ella, el encuentro de la noche anterior con su familia, no le había agradado mucho. O a lo mejor sí que le había afectado esa cena con su familia y por eso marcharse era su mejor defensa, para no hacer lo mismo cuando la viera a ella esa mañana.

No sabía si sentirse preocupada, o desesperada por salir de aquel lugar. Bueno, pero una cosa que no iba a hacer ese día era ponerse de la manera que estaba ahora, así que mejor disfrutaría de su desayunó. Ya se había expuesto la noche anterior con su familia y había obtenido su respuesta no muy agradables, en cuanto si la había comprado o no. Khalid trataría de no olvidar que estaba allí por una única razón y ella sabía cuál era.

 

— Gina, ¿me harías un favor?.

Le preguntó, saliendo a la terraza. Gina hizo una inclinación de cabeza.

— ¿Me llamarías Rubí?

— No puedo hacerlo, señora.

Respondió la joven, mirándola horrorizada.

— Por favor, al menos cuando estemos solas. Llámame Rubí.

En el rostro de Gina apareció una sonrisa.

— Tantas formalidades me están volviendo un poco loca. Necesito una amiga, además no estoy acostumbrada a estos lujos.

Le confesó Rubí, enarcando una ceja, esperanzada.

— ¿Lo harías? Gina.

— De acuerdo.

Aceptó Gina.

— Rubí.

Rubí sonrió.

— Perfecto. Y ahora, tú y yo vamos a desayunar juntas.

De nuevo la joven la miró horrorizada.

— Sí, juntas.

Rubí tomándola de la mano y conduciéndola hacia la terraza.

— Y si es necesario, te lo ordenaré.

 

Aquella tarde, mientras atravesaban la ciudad en la limusina camino al encuentro de bienvenida en el mercado, Khalid no pudo evitar fijarse en la expresión dura de la boca de Rubí y su tensión, sentada rígida en el extremo opuesto del asiento. Estaba enfadada con él. Pero porque, que había hecho.

Aunque él conocía los reproches que se agolpaban en aquellos hermosos ojos, color extraño de ella que a veces son ámbar y con tonalidad de color rojo como el rubí. Sabía Khalid que, si la tocaba, sería su perdición, que los llevaría a ambos a la ruina. De nuevo, aquella sensación rara que sentía. Además, él no era ningún príncipe de cuentos de hadas. Se reclinó en el asiento, con actitud reservada, preocupado.

 

— ¿Estás bien, Rubí?.

Preguntó él.

— Perfectamente no me ves.

Respondió ella mientras miraba por la ventana la brillante 

luz del sol.

— Estás fría, distante, es como si estuviéramos en jugando en un casino.




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