Rubí y la carta roja

Las cartas

Me he quitado mi pijama de gatito. Sí, lo sé, para mi edad parece un poco inmaduro utilizar este tipo de cosas, pero la verdad es que amo los gatitos y todo me lo compro así. Me puse un vestido que me compré que tenía como diez años guardado en una vitrina en una tienda de aquí. La vendedora me dijo que era muy viejo, ya que esas cosas ya no se usaban, pero fue lo único que me gustó: un vestido medio abombado en las mangas, con un corte en V en el cuello y brillantinas verdes con un cinturón de estrella plateada. En fin, un vestido muy viejo para mi edad, pero la verdad me hacía sentir muy segura. Me peiné el cabello acomodando mi fleco y luego bajé las escaleras.

—¡Hola, mamá! —Mi madre volteó a mirarme con una sonrisa encantadora, con la que siempre ella me veía.

—¡Hola, cariño! ¿Cómo estás? Ay, cariño, deberías empezar a ponerte más ropa de tu edad. ¿Qué van a decir? Seguramente van a pensar que estás muy desactualizada.

—Mamá, sabes que no me gusta la ropa que se usa hoy en día, es muy anticuada y vulgar, y no es por ofender los gustos de nadie. Solamente que en mí opino que se me ve vulgar; en otras niñas se les ve muy bonita, pero para mi cuerpo no.

—¡Déjala tranquila, mujer! —dijo mi padre quitándose los pequeños lentes que tenía de lectura y bajando su periódico—. Los ojos azules de mi padre, que eran iguales a los míos, eran los ojos que me encantaba ver todos los días y sí... soy la princesa de papá, por decirlo así.

—Mi hermosa Rubí se siente segura utilizando ropa del estilo 1900, entonces déjala. Al final, esa ropa no es fea, era el estilo en ese tiempo y es verdad que puede que la ropa le parezca vulgar, últimamente todo es descotado.

—¿Lo ves, mamá? Además, estamos en Francia, debo vestirme de mejor manera, no quiero que piensen mal de mí. Si hay una sola cosa que me importa es mi reputación.

Mi madre sonrió y acarició mi cabello, acariciando mis mechones negros.

—Esa es mi Rubí, siempre pensando en su apariencia. Está bien, cariño.

—Madre, quería comentarte una cosa. Sabes que todas las noches en el buzón llega una carta roja... Sé que ustedes no la han visto porque no acostumbran a recoger mi correo, pero me llega una carta roja con un mensaje por detrás, ni siquiera nada por dentro. El mismo sobre tiene algo por detrás escrito en marcador negro.
Mis padres se detuvieron y me quedaron mirando con un poco de preocupación.

—¿Y por qué no nos habías comentado nada?

—Es que no quería darle importancia, además sé cómo se ponen sobreprotectores cada vez que les comento cualquier cosa o cualquier anomalía.

—Sí, eso sí es verdad, pero de todas maneras tenías que decirnos. ¿Qué sabes si la carta roja suele ser alguna amenaza o algo así?

—Mamá, por favor, ¿ves por qué no te quería contar?

—Cariño, tu madre tiene razón. Sabes que pueden pasar muchas cosas raras incluso en la hermosa Francia; en todo país hay delincuentes y mira que tú... eres muy bonita y no lo digo porque seas mi hija, la verdad sí eres muy bonita y un mensaje anónimo no trae nada bueno.

—Lo sé, padre, pero... tampoco creo que sea de gran importancia. Lo que tengo que hacer es dejar de recibir las cartas, tal vez si dejo de recibirlas dejen de enviarlas y se aburran.

—Mira, Rubí, ¿hagamos una cosa, ok? Vamos a hacer lo que estás diciendo, vas a dejar las cartas allí, pero si aparecen más cartas llamaremos a la policía, ¿ok? Un mensaje anónimo es una de las cosas que me preocupa.

—De acuerdo, papá, lo haremos a tu modo.




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