Rubí y la carta roja

El creador de los mensajes anónimos

Rubí, un nombre que para mi padre representa belleza, para mi madre representó una joya preciada y para mí representa elegancia... Pero no es momento de hablar de eso, el autoestima me lo puedo subir después. Lo único que quiero saber en este momento es ¿De dónde vienen las cartas rojas? ¿Quién se atreve a mandarme cartas en anónimo? ¿Será un peligro o un admirador secreto? Creo que la segunda opción es más probable... Yo no tengo enemigos, pero no voy a negar que tengo muchos pretendientes aunque todavía no he encontrado a nadie que me guste y con el que quiera pasar el resto de mi vida.
Decidí salir un momento porque quería comprar algunas cosas personales en la tienda. Mis padres obviamente confiaban en mí, así que me dieron permiso... Pero también fue una excusa para revisar el buzón. Cuando lo abrí, me encontré con otra carta roja con el mismo mensaje por detrás. El mensaje lo diré después...

—¿Quién serás? Era la pregunta que me hacía día tras día cada que recibía el sobre. ¿Será una broma de mal gusto?

Tomé la carta y caminé hacia la tienda, quería sostenerla un rato para pensar. Pero todas las personas que conocía escribían completamente a molde. Esta persona que me escribía lo hacía de una manera elegantemente corrida con letras cursivas, y yo conocía a los pocos amigos que tenía. La mayoría tenían la letra a molde y normal, pero esta letra era muy diferente... ¿Quién es el dueño de la carta roja? Carta roja, carta roja, es lo único que tengo en la mente todo el día. Creo que de tanto pensar, el rojo se ha vuelto mi color favorito.

Escuché una voz detrás de mí que me susurró al oído:
—¿En serio quieres saber quién te envía la carta roja?

Me giré para ver de quién se trataba. Cuando volví, era un hombre de más o menos 1,85 de altura, con un traje elegante como los que usaban los hombres en los tiempos de antes, los trajes que a mí me encantaban y se adaptaban a mi estilo.

—¿Nos conocemos, señor?

—Ay, querida Rubí, no me llames
señor. Mi nombre es Franklin Phillips Borgoña, pero solamente puedes decirme Franklin. Por cierto, tengo 20 años.

—¿Y qué tiene que ver usted con la carta roja? ¿Quiere algo de mí?

—Pronto lo descubrirás, pero dime, ¿estás asustada?

—Tal vez un poco, no es normal que un anónimo me deje una carta en mi buzón todos los días

—Tienes razón, te entiendo y más cuando las mujeres suelen ser muy acosadas. ¿Te sientes acosada?

—Sí...

—Entonces creo que no puedo ocultarte más nada, soy el "anónimo", el hombre que te envía las cartas rojas.

—¿Qué? ¿Y por qué haces eso?

—El mensaje escrito en francés, "quiero conocerte", quería ser misterioso supongo, por eso le escribí en anónimo.

—¿Y por qué no simplemente te acercaste a mi casa?

—Primero, porque me ibas a correr al no conocerme. Segundo, porque seguramente tus padres también me correrían. Y tercero, estaba esperando a que salieras a investigar. De esta manera sé que eres una chica que toma prevenciones y sabía que ibas a querer saber quién era el anónimo.

—¿Y para qué quieres conocerme o qué?

—Bueno, supongo que un hombre que no quiera conocer a una mujer tan hermosa debe tener muy malos gustos, pero yo por otro lado tengo muy buenos gustos. Porque si mi ojo está puesto en ti es porque mis gustos son muy avanzados.

—Bueno, basta, tenga más respeto, señor.

—No la he ofendido en ningún momento, madame, creo que se ha equivocado. El hecho de que le confiese mis sentimientos no se ve como falta de respeto.

Rubí lo miró de una forma desaprobadora y luego abrió su sombrilla para irse.

—Interesante, madame. ¿Sombrilla de noche? No sabía que la luz de las estrellas o la luna podría quemar su delicada piel al igual que el sol.

—No necesito su ironía, yo abro mi sombrilla cuando quiera...

—¡Cierto! Es muy original utilizar la sombrilla de noche, te hace ver única, además... Podría llevarla por ti, no queremos que le pase algo a tu delicada piel, ¿verdad, Rubí?

—¡Basta! No voy a seguir en esta conversación.

Ese chico misterioso era muy respetuoso, no era como las telenovelas, él no era como esos protagonistas que las retenían y les robaban un beso. La frase más conocida de este hombre era "maldito sea el que lastime un cuerpo femenino sin su permiso", por lo tanto, él no la retuvo.

—Antes de que te vayas, Rubí, quisiera decirte que lamento haber puesto las cartas en anónimo. Es que no tenía la completa seguridad para mandarlas con mi nombre, supongo que por miedo a que me rechazaras.

Rubí se detuvo en seco, cerrando la sombrilla, y luego se acercó a él con una mirada un poco más suavizada.

—¿Pero de dónde me conoces?

—Bueno, Rubí, digamos que llevo mucho tiempo viéndote, desde hace como un año que estoy viéndote y la verdad me gustas mucho. A tus redes sociales no sueles publicar muchas fotos, pero... Cada que lo haces siento que tenemos algo en común, ¿sabes? A mí tampoco me gusta la ropa de esta época, yo soy como tú, me gusta vestirme de forma elegante.

Rubí sonrió asintiendo con la cabeza.
—Sí, es que me gusta utilizar los códigos de la elegancia, no me gusta todo tipo de ropa. Por eso cada vez que compro ropa en Navidad tardo muchas horas buscando tiendas donde haya ropa que me guste.

—Te entiendo, yo también lo hago, no me gusta cualquier tipo de ropa, de hecho... creo que es una de las cosas que tenemos en común.

—Pues sí, pero eso no quiere decir nada, además debo irme, mis padres estaban esperándome.

—De acuerdo, que tengas muy buenas noches, Rubí... ¿Me permites dejar un beso en tu mano? Solo para despedirme.

Rubí se quedó pensando un momento y luego alzó su mano para que él la tomara, dejando un beso suave y delicado.

—Good night, bella dama, que las estrellas te acompañen de camino a casa.

Él inclinó la cabeza ligeramente en forma de respeto, luego se fue caminando hacia la izquierda mientras que Rubí se fue hacia la derecha.




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