Al día siguiente me despertaron los rayos del sol, me levanté y me peiné. Ese día debía ir a la universidad, me comí un desayuno ligero: un pan con queso. Me despedí de mis padres y salí con mi sombrilla.
Iba caminando con la sombrilla abierta porque estaba lloviendo un poco. Lo bueno de Londres es que hace clima fresco. De repente, sentí una mano tocando mi hombro.
—Buenos días, bella dama.
—¿Tú? ¿Qué estás haciendo aquí?
—En tu casa dejé una carta en tu buzón, es de color rojo por cierto.
—¿Y por qué no me la trajiste personalmente?
—Porque quiero que la leas cuando llegues a tu casa y estés por la noche, pensativa y con insomnio. Léela con una vela encendida en tu habitación.
—¿Por qué me sigues?
—No te estoy siguiendo, solo iba pasando por aquí, pero ya que te veo aquí quisiera hacerte una invitación.
—No puedo, debo ir a la universidad.
—Solo será un rato, vamos... Te invito a dar un paseo en bote. El lago es de agua cristalina, ideal para una dama delicada como vos.
—No creo que...
—Vamos, Rubí... -Alcé mi mano con esperanza de que la agarrara-. ¿Por favor?
Ella me miró un momento dudosa y luego asintió tomando mi mano. Yo la apreté suavemente, ayudándola a subir al bote.
—¿Sabes? Suelo venir aquí por la noche.
—¿Solo?
—Claro, me gusta escuchar el sonido de los grillos y ver las luciérnagas brillar entre los árboles, e incluso ver las ranas entre los lirios.
—¿Hay muchas? Me dan miedo las ranas.
—¿Por qué? Son adorables, dijo Franklin soltando una risa
—Sí, claro, adorablemente asquerosas.
Él se echó a reír y luego me acarició la mejilla. Yo cerré los ojos, pero no por miedo, sino por instinto al ver su mano cerca.
—Rubí, eres hermosa, ¿lo sabías?
—Gracias...
Dijo ella sonrojada, bajando la cabecita. Era adorable.
—Rubí, mi vida, ¿si yo te pidiera algo, tú me darías permiso para hacerlo?
—Depende de lo que sea...
—Te lo diré de una forma poética, o como quieras tomarlo. No soy bueno en los poemas, pero sí para expresar los latidos que hacen mi corazón a través de palabras de amor. Quiero besar tus labios como si fueran dos uvas que pueda saborear.
Rubí se sonrojó y de inmediato asintió. Al darme permiso para besarla, yo tomé suavemente sus manos y pasé un mechón de cabello detrás de su oreja. Con mi pulgar acaricié su mejilla, deslizándolo suavemente sobre su ojo y párpado, acariciando sus hermosas pestañas. ¿Estás lista?
Ella asintió y besé suavemente sus labios, sin apuros ni desespero. Lo hice suavemente y mordí muy, muy suavemente su labio, acariciándolos con mi lengua.
—¿Te gusta?
—S-sí...
—Tranquila... -Dije y luego comencé a besar de nuevo, pasando mi mano por su nuca y acariciando su cabello.
—¡Oh, Dios, qué hora es!
—Son las 10:30. ¿Por qué?
—¡MADRE SANTA, VOY TARDE A LA UNIVERSIDAD!
—¡Espera, Rubí! Déjame ir contigo, no corras. ¡Rubí!
La perdí de vista en ese momento, maldiciéndome a mí mismo por estar tan cerca de la orilla. Si hubiera estado en medio del lago, ella no habría saltado.