Llegas tarde

¡Rubí! Llegas 40 minutos tarde ve a la oficina del director para que te autorice si puedes entrar al aula de clases o no.

—Ya que...

Me dirijo a la oficina del mugre director, el cual me veía con la ceja levantada que tanto odiaba.

—Lo sé, director, llegué tarde, lo siento, no volverá a pasar.

—¿Por qué llegaste tarde, Rubí?

—Es que... se me presentó un inconveniente.

—Ok, no me gusta meterme en la vida de los alumnos, pero no puedes entrar a la hora que te dé la gana. Aquí no hay princesas, señorita elegancia.

—Mire, director, no le voy a permitir que me falte el respeto. ¡Vaya educación que hay en esta institución! ¿Me va a dejar entrar o no?

—No, no entrarás, así que vete y regresa mañana.

—Bueno, ya que...

Salí del instituto con los humos subidos. ¡Qué molestia me daba ese director! Pero ahora el problema era, ¿qué les iba a decir a mis padres?
Llegué hasta mi casa y vi que tenía correo. Era una carta roja que supe que era de Franklin. Al abrirla, la carta decía: "Gracias por dejarme sentir tu calor". ¡Qué bueno que mis padres no me criaron sometida y controlada!, porque si leyeran esta carta estaría en serios problemas.

Entré a la casa y mi padre bajó la vista de su periódico mirándome con asombro al estar en la casa tan temprano.

—¿Rubí? ¿No deberías estar en la universidad, hija?

—Sí, papá, es que... el director me dijo que fuera mañana.

—¿Por qué?
—Porque... llegué un poco tarde. Es que caminé lento porque me dolía un poco el tobillo y, pues, llegué retrasada.

—Hija, y si sabías que estabas adolorida, ¿por qué fuiste a la universidad?

—Es que... no me dolía tanto, pero cuando comencé a caminar me dolió más.

Tremenda mentira que le había dado a mi padre, pero si no lo hacía, ¿cómo iba a no meterme en líos?

—Bueno, está bien. Tu madre fue a hacer las compras, me dijo que te dejó sopa en el microondas. Puedes comer y... después descansas un rato.

—Lo haré, papá...