Qué tontería, apenas lo conozco y él ni siquiera lo ha visto en persona y ya mi padre piensa que es una mala influencia. Supongo que fue porque llegué tarde a la universidad y piensa que me está privando de mis estudios, pero no soy ese tipo de persona y jamás lo seré. Yo sí quiero estudiar, solamente que me dejé llevar un poquito, o tal vez mucho.
—¿Cómo estás, Rubí?
—En serio, debes irte. Mi padre se pone histérico y, la verdad, no quiero discutir con él; discutir con papá es como discutir con una maestra amargada.
—Solo será un momento.
Franklin insertó la carta en un gancho de ropa que había amarrado en una vara lo suficientemente larga para alcanzar una ventana. Cuando Rubí la tomó, de inmediato la leyó y, con ojos brillantes, ella lo miró.
—¿Cómo eres tan bueno en la poesía?
Franklin, con una sonrisa encantadora, se quitó el sombrero e hizo una reverencia como todo un caballero.
—Solamente pienso en tu rostro y ya está, o incluso en tus manos y pies, con los que tengo un extraño fetiche.
Rubí leyó la última parte de la carta, donde él le daba un mensaje y también le hacía una pregunta: "¿Podemos vernos mañana?".
Miró hacia abajo, donde él todavía estaba esperando una respuesta.
—Franklin, no puedo, tengo universidad. Y si mi papá se entera de que de nuevo falté o llegué tarde, me va a regañar, y eso es lo que no quiero.
—Lo entiendo. ¿Y después de la universidad?
Ella lo pensó por un momento y luego le respondió:
—Podría decir que estaba en casa de una amiga, pero no podemos tardar mucho.
—¡Con cinco minutos que te vea tengo suficiente, solo quiero verte!
—Bien, mañana a las seis de la tarde te estaré esperando en el lago, que es uno de los lugares más cercanos.
"La carta roja, Rubí guardó junto con las otras cartas que él le mandó. Se tiró en su cama, cerrando los ojos y abrazándose a un peluche con tremendos antojos, queriendo volver a ver al hombre de la carta. Queriendo volver a vivir esa aventura deseada".