Ruge por mí [serie Gold Pride 3]

Capítulo 30

 

 

 


Cuando Ava abrió los ojos su tigresa ronroneaba en el fondo de su mente, por el nivel de luz natural que entraba por los ventanales, chocando con el resplandor dorado de la lámpara grande que había olvidado apagar antes de caer dormida, dedujo que faltaban un par de horas para el amanecer.

Debía ponerse en marcha, pero pronto se dio cuenta de que estaba atrapada. Expandió sus sentidos, olía a león, a hombre, a Marshall Lawrence. Una gota de pánico se derramó en su interior, pero se evaporó contra el firme calor de su cuerpo. Había una mano grande y pesada que sostenía su muslo con ávida posesión, pero no alcanzaba a tocar la piel expuesta, el hábil depredador se aseguró de cubrir solamente la parte superior que estaba cubierta por el corto pantaloncillo de dormir negro.

Sin embargo, la barrera de la tela no la protegía frente al calor que desprendía. Ava cerró con fuerza su mandíbula, obligándose a pensar, a preguntarse por qué había accedido a esto ¿sería que el cansancio había provocado que bajara la guardia y Marshall se había aprovechado de eso? El animal le gruñó una protesta, y esta vez, ella estuvo de acuerdo. Marshall no era la clase de hombre que sacaba ventaja de la vulnerabilidad de otra persona.

Girando apenas un poco, de reojo vio que él había dormido con la ropa puesta, y de seguro incómoda. Ava recordaba que la había levantado en brazos para sentarse en el medio de la cama y acomodarla en su regazo. En algún momento de la noche se habrían posicionado mejor. Él estaba ahí para obligarla a descansar porque sabía que después de lo que sucedió el día anterior no querría pegar un ojo.

Ava no estaba lista para enfrentar a su hermano en otro sueño, o pesadilla.

Pero, esta noche no hubo pesadilla. Solo un plácido descanso que convirtió sus huesos y músculos en gelatina. Apenas podía hacer que respondieran sus órdenes.

—No —Marshall murmuró, todavía dormido a medias, cuando ella quiso girar la cadera para rodar el cuerpo y alejarse—. Duerme.

Y acto seguido, su mano sujetó su cadera con tal firmeza que su corazón olvidó que podía latir de forma normal.

«Al diablo con no despertarlo»

Ava intentó zafarse de nuevo, entonces Marshall puso una nueva táctica al abandonar el contacto y subir su mano para dejarla a unos cuantos centímetros de su rostro y extenderla al borde de la almohada. Ava quedó más acorralada que antes, podía gruñir, podía arañar su brazo o empujarlo al suelo, pero no encontró la voluntad suficiente para hacerle daño y ese descubrimiento encendió una alarma en su mente.

—Por si lo has olvidado, tengo que trabajar y tú también.

Marshall se amoldó a su espalda y ella luchó por no llevar su cuerpo hacia atrás y profundizar el contacto. Puede que haya decidido tirar la toalla respecto a su venganza, pero la culpa que sentía no era fácil de eliminar.

Sentía como si Nolan le estuviese mirando con los ojos entrecerrados, juzgandole.

—¿A las siete de la mañana? —Él insistió, deslizó su muslo entre sus piernas. Ava observó, sintió este inesperado nivel de intimidad con cada fibra de su cuerpo—. Duerme.

Ava siseó, los últimos retazos de sueño abandonaron su cuerpo y pudo sentirse llena de energía otra vez. La suficiente para plantearle cara a un león que pretendía meterse en sus escudos por la fuerza.

—No me obligues a morderte.

Marshall ronroneó. Movió su mano para asir su barbilla con los dedos y girar su rostro, lento, suave, seductor. El brillo dorado de sus ojos le recibió cuando le vio el rostro, junto con una sonrisa perezosa que destruyó los pocos escudos que aún quedaban en pie.

—Te ofrezco mi cuello si quieres.

Su tigresa abrió la boca en una sonrisa felina que era todo dientes y placer.

«Traidora» bufó. Pero se levantó sin alejarse de él, el león estaba conforme con eso pues su brazo volvió a rodearle la cintura mientras ella se estiraba, despejando su mente con un largo bostezo.

Ava observó su habitación, las cortinas de los ventanales estaba descorridas, su anotador digital en modo de suspensión. Normal..., si no fuera por las esencias en el aire, finamente entrelazadas, que sugerían algo más que una simple visita.

Ella olía a él, su marca sensorial tardaría más tiempo en desvanecerse. La negativa de su animal interior la puso en una encrucijada.

—Arriba —ordenó, palmeando su brazo—. Tenemos que hablar.

Marshall lo retiró, acariciando sus muslos con las yemas de sus dedos. Fue adrede, pensó, pero saberlo no impidió que en su vientre se extendiera un revoloteo inquieto.

Arrastrándose hasta el final de la cama, Ava se puso de pie y fue hacia el escritorio para tomar una de las ligas negras con las que se ataba el cabello.

Un gruñido a su espalda.

—Déjalo suelto.

Ella no le hizo caso, se ató las rebeldes ondas naranjas en una coleta improvisada que seguía viéndose como un desorden. El silencio era incómodo, Ava se atrevió a girar, Marshall se había sentado, apoyándose con una mano en la cama, tenía una pierna flexionada hacia el pecho, el antebrazo descansando sobre la rodilla, los ojos entornados en una mirada afilada, dorada y salvaje, la melena tan revuelta como las emociones de Ava.

—Déjalo suelto —insistió, con una voz contenida que hablaba del depredador interno.

—¿Por qué? Es un lío.

Ella debía arreglarse pronto.

Marshall se encogió de hombros.

—Me gusta suelto.

El calor se extendió hacia sus mejillas. «Tiempo» se dijo «Necesito tiempo» necesitaba pensar. Por lo que, ignorando los intentos de Marshall por sacarle alguna palabra de lo que había planeado hablar, Ava fue hacia el armario y buscó algo de ropa en su interior. Sosteniendo unos vaqueros ceñidos, una camiseta de tirantes negra y otra camisa de manga larga roja, Ava cerró las puertas y fue hacia la cama para coger sus botas debajo.

No fue capaz de mirarlo otra vez cuando quiso entrar al baño.




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