Ruge por mí [serie Gold Pride 3]

Capítulo 35

 

 

 

 


Cuando salió de la lavandería Ava apenas podía respirar, tenía una presión dolorosa que aplastaba su pecho y algo retumbaba en sus oídos, tal vez era su corazón, no estaba segura de nada. Mientras daba un paso tras otro, haciendo un esfuerzo descomunal para aparentar estar bien en un intento por no llamar la atención de sus compañeros de coalición, Ava no paró de repetirse que esto estaba mal.

La reacción que tuvo por el olor de la sangre ya era demasiado perturbadora, principalmente porque creyó que tenía sus instintos y su violencia bajo control. Ella no reaccionó así la noche en que fueron a rescatar a los tigres, tampoco lo hizo en los interrogatorios de los cazadores.

Esto solo significaba que su mente había dado un salto brusco hacia el deterioro, su humanidad podría verse alterada en cualquier momento, el resultado de eso sería peligroso para todo aquel que estuviera cerca. Porque si algo se le había marcado a fuego durante sus años en el recinto, fueron las palabras del investigador en jefe:

Una vez que pierdas la capacidad de pensar racionalmente, comenzarás a matar de forma indiscriminada, acabarás con todo lo que se mueva.

Ava tenía débiles imágenes de los experimentos que habían hecho con ella, el paso del tiempo los había desgastado. A veces volvían en forma de pesadillas, sin embargo, esas palabras estaban tan nítidas en su memoria como si se las hubieran susurrado ayer.

El pánico se apoderó de ella, las náuseas amenazaron con hacerla doblarse en dos. Algo tiró de ella con un conocimiento instintivo que le susurró que debía ir al vínculo, pero se negó rotundamente a eso, chirriando los dientes al apretarlo con fuerza cuando el miedo se abrió paso dentro de ella, irrumpiendo como una ráfaga de viento en una casilla indefensa.

«Marshall» ella pensó, su voz mental se escuchaba demasiado lejana «¿puede sentir esto?»

¿Podía saber lo vulnerable que era, podía darse cuenta de la inestabilidad que trepaba por su cuerpo?

La bilis subió por su garganta, Ava se arqueó para retenerla. El regusto amargo permaneció en su boca cuando sintió a alguien demasiado cerca.

—¿Ava? —Oyó su nombre sofocado por detrás, parecía como si estuviera adentro de un barril—. Oh por Dios...

Una mano fuerte la tomó por el brazo, sus hombros fueron rodeados y pronto ella se apoyó contra un cuerpo sólido que la guió por los pasillos. Sí, pensó mientras veía las plantas del jardín interior borrosas, el vínculo había acelerado el deterioro. Este ataque de pánico podía ser un síntoma.

Una prueba de que su vínculo con Marshall no debía existir.

—Tranquila, ya casi llegamos.

Ava fue empujada al interior de una de las salas de reunión. Su visión borrosa se tiñó de rojo, y una silueta se puso frente a ella. Sintió un par de manos grandes sostener su rostro.

—Ava, respira conmigo, hazlo, vamos. Respira.

Ava trató de acompasar su respiración con ese sonido, su audición fue lo primero que recuperó.

—Eso es —identificó la voz como la de Joey—. Respira.

Segundos después la forma del rostro del león cobró sentido para ella. Sin miedo, ni juicio en sus ojos marrones, Joey la sostenía con firmeza. Ava tenía un nudo en la garganta, su lengua pesada, su sangre demasiado espesa. Joey la rodeó en un abrazo protector. La tigresa de Ava quiso escapar, pero no tenía fuerzas para moverse, sólo quería llorar.

—Dejalo ir si lo necesitas —Joey murmuró, era una pared de calor que la mantenía segura.

Aunque Ava seguía presa del miedo, lloró un poco. Avergonzada y vulnerable por mostrarse así, pero agradecida que de todos los miembros de la coalición fuera Joey quien vio su derrumbe.

Minutos después quedaron en silencio, las lágrimas en el rostro de Ava se habían secado y casi había entrado en una especie de trance al escuchar los latidos del corazón de Joey.

—Gracias —dijo, con la voz arenosa.

—Huh, ni lo menciones. ¿Quieres hablar?

—¿Me dejarías ir si no lo hago?

Joey chasqueó su lengua.

—Perdoname, pero no puedo. He dejado pasar muchas cosas, Ava, pero esto..., no puedo hacerlo. Así que vamos a hablar.

El león se separó y luego de tomarla por los hombros le dio suaves empujones para que caminara hacia una de las sillas negras que rodeaban la larga mesa de vidrio. Ava se sentó, se sentía débil, sedienta y tan ansiosa... Pero esa ansiedad no era suya.

—Dejame adivinar —Joey habló, colocándose en frente de ella con los codos sobre sus rodillas cubiertas por vaqueros—. Tuviste otra reacción.

El hombre era una de las pocas personas que tenía conocimiento de esas reacciones. La última que tuvo fue hace ocho meses, Ava le había dicho después de eso que había logrado tenerlo bajo control.

Hasta ahora.

—Uno de los miembros de las patrullas estaba herido —tragó, se llevó un puño al pecho apretado con dolor—. Eran rasguños débiles, pequeñísimas gotas de sangre. No debería haber pasado.

Joey levantó la cabeza, en sus ojos marrones había preocupación, dolor en su voz cuando le preguntó:

—¿Qué hiciste antes? —Con el dedo índice se dio un golpecito en la cabeza.

—Nada, dejé de pensar. Patrick me ordenó descansar.

En todo momento Ava mantenía su mente ocupada, hacía informes mentales sobre su trabajo, trazaba las rutas de escape o los límites del territorio, memorizaba procedimientos de captura o cacerías. Su mente nunca estaba desocupada, de esa manera las aguas violentas en su mente no tenían oportunidad de moverse, de crecer, de hundirla.

—Bajé la guardia —admitió.

Y parte de eso se debía a la creciente cercanía con Marshall.

Joey cerró los ojos un par de segundos.

—Y te vinculaste, ¿por eso entraste en pánico?

Ava sacudió la cabeza.

—No sé —emitió un suspiro tembloroso—. No estoy segura. —Tomando aire, se limpió el rostro—. No debí aceptar la orden de Patrick, no debí ir a desayunar con Marshall, debí mantenerme ocupada con...




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