Ruge por mí [serie Gold Pride 3]

Capítulo 41

 

 

 

Naiara se escabulló tiempo después, la pequeña cachorra corrió a los brazos de su padre cuando lo vio entre la multitud, antes le había recordado que tenían “asuntos pendientes” tales asuntos incluían una tarde en el parque reformado del pueblo y un par de helados de crema.

Marshall no podía sentirse más completo, lleno, al ver a la niña que lo había adoptado como tío y a la mujer que estaba abriéndose a él con la suavidad y lentitud de una flor en primavera. Su corazón latía duro y fuerte por ella. La ternura lo sometió cuando Ava se durmió poco después.

Eso no pasó desapercibido por nadie. Estaban en boca de todos, pero sus compañeros de coalición sonreían al hablar de ellos, algunos disimulando, otros sin ningún tipo de reparo. Gala apareció con una gran manta azul y gris, la misma que desdobló con cuidado y la extendió para cubrirlos.

La enfermera no dijo nada, solo le dio un guiño rápido, al igual que una sonrisa, para luego regresar a los brazos de Alexander.

Las horas pasaron, los demás bailaron, jugaron, comieron hasta saciarse y se llenaron de momentos compartidos. Más pronto de lo esperado, arrastraron a algunos tigres a un partido improvisado de fútbol soccer donde Dimael sacó a relucir su impresionante agilidad.

Kenny, Joey, Milo y Matt acercaron la mesa de poker —que consistía en un simple mantel a cuadros—, para que Marshall pudiera participar desde su sitio. Jugaron un par de partidas en silencio para no despertar a Ava, pero de vez en cuando soltaban algunos gruñidos cuando una mano no les favorecía.

El tiempo pasó, los juegos llegaron a su fin, el equipo de Dimael aplastó a sus rivales con una ventaja de seis a dos, mientras que Kenny había ganado cincuenta dólares en la última mano de poker.

—Maldito gato suertudo —fue lo que murmuró Joey, después de pagar.

La gente fue abandonando poco a poco el sitio de la reunión, pero Marshall no quería moverse, los demás se despidieron de él, sus hermanas le trajeron otras dos mantas de la enfermería improvisada y su madre le dio un beso en la frente —le recordó las noches que leía para él y lo cubría con un gran edredón azul—, Patrick le dijo que debía descansar bien porque lo necesitaba en la mañana.

Al final el último que quedaba era Dimael.

Sudando a pesar de la noche fría, el leopardo de las nieves vio desaparecer a los últimos leones y luego se dirigió hacia donde estaba Marshall.

—Sonríe —dijo, y le tomó una fotografía con su teléfono.

—Borra eso ahora mismo —Marshall gruñó.

—Por supuesto que no lo haré —protestó, Dimael se agachó, tomó otra fotografía, y esta vez, con flash incluido—. Es mi teléfono. Dejame recordar esta tierna escena —otra foto más.

De repente, al león de Marshall se le antojó la carne de leopardo.

—¿No tienes una compañera que reclamar?

—Todavía no es tiempo —murmuró.

Marshall no sabía por qué Dimael estaba dilatando tanto el asunto, ¿tal vez no sentía la necesidad de reclamarla? Imposible, pensó, emparejarse era un instinto demasiado fuerte como para ignorarlo.

—Entonces ocúpate de tus propios asuntos.

—Claro, lo haré pero después. —Dimael guardó su teléfono gris en el bolsillo de sus jeans negros, cuando fijo sus ojos grises en Marshall, había perdido todo rastro de rebelde picardía—. Patrick habló conmigo, me reclutó para ejecutar una especie de plan —dijo emulando unas comillas con sus dedos—. Estaré contigo mañana.

Marshall imaginaba que el momento de tranquilidad no sería eterno. También pensó en el nivel de peligro al que podrían enfrentarse, su cerebro arrojó varias opciones sobre lo que ese plan podía tratar, una invasión al recinto era la más probable.

—¿Estás dispuesto a arriesgar tu vida por un puñado de desconocidos?

Dimael hizo un encogimiento, luego se cruzó de brazos.

—Puedo hacerte la misma pregunta, y estoy seguro de que me dirás que lo haces por ella —señaló a Ava.

Instintivamente Marshall restregó sus labios sobre el cabello naranja de Ava, ella suspiró en su sueño y esa simple acción lo quebró. Por tenerla así, durmiendo segura en sus brazos, haría lo que sea. Iría al desierto y de regreso si era necesario.

—Pero tú no tienes motivos.

—Con ser un héroe me alcanza —Dimael sonrió, un brillo feroz cruzó sus ojos grises—. Mi gente tiene que vivir escondida para evitar a los cazadores ¿tienes alguna idea de lo que es vivir con los minutos contados para transformarte, ocultar tu identidad en todo momento y permanecer constantemente mirando por encima del hombro? —Dimael negó, su expresión seria y sombría por un momento—. Eso no es vida en absoluto, quisiera tener el poder de desaparecer a todos los cazadores del mundo —un gruñido bajo de frustración que luego desapareció cuando se encogió de hombros—. Por ahora sólo podré conformarme con ayudar a esa familia.

Marshall lo entendía, cada cambiante tenía que sobrevivir a sus propias amenazas, sus propias batallas.

—Es todo lo que podemos hacer —respondió, rodeando a Ava con su brazo para acercarla más a su calor—. Un paso a la vez.

Dimael asintió.

—¿Quieres que apague las luces? El equipo de limpieza vendrá en un par de horas.

Echó un vistazo alrededor, sus compañeros de coalición habían sido cuidadosos al no ensuciar el ambiente y dejaron ordenado todo lo que habían ensuciado sobre una de las mesas, por lo que el equipo de limpieza sólo tendría la tarea de recoger y desarmar todo.

—¿Qué hora es?

—Hmm, doce con treinta y seis.

—Ve, apagaré todo en cuanto ella despierte.

—Como digas, no se desvelen —un pícaro guiño hacia él, y el leopardo de las nieves se interno entre las sombras.

Marshall debía despertarla. El felino se estiró en su mente, podía oír su bostezo perezoso y la tentadora sugerencia de dormir con ella. Pero no era adecuado, aquí en el frío aire nocturno, con solo unas mantas para abrigarse y el tronco de un árbol como apoyo, no era para nada cómodo.




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