Ruge por mí [serie Gold Pride 3]

Capítulo 48

 

 

 

Cuando Marshall regresó a la habitación que compartía con Ava se encontró con que ella ya estaba ahí. La había buscado por toda la Casa Matriz después de que Gala y Tanya lo dejaran libre —las mujeres lo retuvieron después de llegar con su madre de un agradable almuerzo, y le habían tomado un nuevo grupo de muestras para enviarlas a un laboratorio que haría las pruebas genéticas que determinarían si Marshall estaba o no permanentemente enfermo—, ya había pasado por ese procedimiento antes, pero en este caso sentía una opresión en el pecho que no tenía nada que ver con los bloqueos arteriales que parecían no querer desaparecer.

Antes lo había pasado como una simple rutina, pero ahora..., ahora sintió oleada tras oleada de pánico agrio construirse en su interior, estar tranquilo para las extracciones de sangre le costó un enorme esfuerzo. No había querido pensar en eso, en que estaba enfermo, en que era probable que le quedase poco tiempo si no cambiaba sus hábitos, su mente había omitido esa parte, pero estar en la enfermería otra vez le hizo enfrentarlo y chocarse con esa gran pared sólida.

Después de eso, tenía un revoltijo de emociones, ansiedad, miedo, angustia, necesidad... Lo primero que ocupó su agitada mente fue buscarla.

Pero no había imaginado que pudiera estar ahí porque, simplemente, Ava no era la clase de persona que se encerrara en su habitación por períodos prolongados de tiempo. Empezar por la habitación le habría ahorrado tiempo y muchas preguntas repetidas a sus compañeros de coalición.  Asumió que no se quedaría quieta por más de un par de horas.

No. Ella siempre estaba haciendo algo, ya sea las tareas de mantenimiento, algunas ayudantias para Joey o excursiones con las patrullas de Kenny. Había dejado todo eso últimamente, pero era porque estaba centrada en buscar a los tigres de Nora.

Ahora, sin embargo, con el mayor propósito logrado había un gran hueco vacío y hasta Marshall se daba cuenta de eso ¿tal vez sería ese el motivo por el que sus emociones se asemejaban al aterrador viaje en una montaña rusa? Había sido así desde antes del mediodía, aunque se había calmado cuando estuvo en la enfermería, el vínculo se sacudía y luego se calmaba para después dar saltos intermitentes y luego volver a empezar la secuencia.

Marshall había estado perplejo por eso incluso mientras acordaba los detalles para cenar con su madre al día siguiente. Luchó contra la necesidad instintiva de estabilizarla, porque no estaba seguro de cómo lo tomaría ¿se enojaría con él y le gritaría por ser invasivo? No lo sabía, pero le parecía un buen punto para hablar.

El vínculo seguía siendo un vínculo a pesar de que aún no terminaba de encajar, y lo más razonable —y que daba por hecho que cualquier pareja cambiante haría—, era establecer reglas.

Tenía en mente eso, incluso algo parecido a un discurso articulado, hasta que la vio.

Sentada en la silla ergonómica negra que había pedido que trasladasen para ella porque la que ya tenía, poseía la capacidad de arruinar su columna. Gruñó internamente al ver que la estaba usando mal ¿a propósito? No lo sabía.

Con las piernas subidas al escritorio y cruzadas en los tobillos, la espalda algo hundida, los hombros encorvados y las manos reposando sobre su estómago, definitivamente no era la forma saludable de sentarse. Pero se veía adorable, y Marshall tenía la sensación de que se derretirían sus entrañas si ella le hacía ojitos desde esa posición.

Aunque en su defensa, era un hombre débil en todo lo que tenía que ver con Ava.

Vaqueros, botas viejas y un suéter grueso. Colores apagados que iban del marrón opaco, a un azul medio desteñido y un beige claro. Las ondas naranjas de su cabello resaltaban como fuego sobre el suéter.

Caminó hacia ella, y al ver que no parecía cambiar la postura, él hizo el trabajo de agacharse hasta su altura. Besó su frente, ella se retorció en la silla, sus piernas quedaron más elevadas, mientras que su espalda milagrosamente quedó en el asiento y su cabeza reposó en el apoya brazos. Marshall se arrodilló detrás, besó la punta de su nariz y luego se detuvo en su boca. El beso fue descoordinado pero voraz y hambriento y demasiado corto, se estremeció cuando ella mordisqueó su garganta después de romper el beso y alejarse.

—Ah, ya te extrañaba —murmuró ella con el inicio de una sonrisa en los labios.

El león se regodeó en sus palabras.

—Qué extraño —Marshall frunció el ceño perfeccionando su actuación con una mueca—. Pensé que estabas huyendo de mí.

—Ya, claro, como si alguien pudiese escapar de ti cuando quieres algo...

Él entornó los ojos.

—Me haces lucir como un desesperado que va por la vida arremetiendo contra todo lo que se le ponga en frente.

Ella rió, el sonido algo bajo y claramente rico, la clase de sonido que le hacía cosquillas en el corazón.

—Esa era la idea. ¿Me darás un reporte?

Marshall quedó agachado junto a la silla y le dio una mirada de reojo cuando se estiró en su inadecuada posición.

—Hum, lo pensaré..., ¿tal vez cuando te sientes de manera correcta?

Ava emitió un gruñido bajito. Marshall tiró de un mechón de pelo naranja entre sus dedos, sus ojos ambarinos brillaron, aunque los bordes de sus párpados tenían un ligero tono rojizo.

Había llorado.

Entonces reparó en que la pantalla del anotador digital de gran tamaño sobre el escritorio estaba encendida y con el programa de proyección de imágenes activado. Y había solo una imagen, de ella y Nolan abrazados frente a la cámara.

«Ah, entonces es por eso» estaba fuera de su alcance, no podía evitarlo. Sería hipócrita de su parte decirle que dejase de sufrir por él, aunque quisiera. Él también soltaba algunas lágrimas por Dee, de vez en cuando.

—Sabes, odiaba esas malditas cuentas de metal —comentó Ava, su voz firme pero con un dejo de nostalgia impregnandolo—. Debe haber un millón de ellas desparramadas por todo el territorio.




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