Rui (bienaventuranza)

El aura diferente del Kirin

Piel escamosa y suave como la de un pez, reluciendo como el arco iris a pesar de que el sol aún no salía, pezuñas hendidas de oro bruñido, al final de unas patas delgadísimas, largas y estilizadas, cola larga de una especie desconocida, un lagarto tal vez, recorrida y finalizada por un pelo rojo arce, el mismo color del cabello de Hong Rui. Un producto de la fantasía, de la alucinación, del sueño de la madrugada, pero el corazón le latía fuertemente en el pecho mientras se abrigaba y calzaba a toda prisa. Si había un animal extraño, tenía que verlo con sus propios ojos.

Tomó su mochila, abrió la puerta y se despidió de su madre mientras corría como si estuviera en los cien metros planos. Si ponía esfuerzo quizás alcanzaría al pelirrojo, por primera vez en su vida, no tropezaba ni chocaba con nada ni con nadie, concentrada en el camino con la esperanza de alcanzar a Rui. Al llegar a la esquina lo vio alejándose a paso lento y lo llamó a voces para que se detuviera.

Él dejó de caminar, pero no se giró. Continuó dándole la espalda, pese a que caminaba lento a propósito para dejarse alcanzar. No había sido un accidente que se revelara, pero tenía que esperar a que la madre cerrase la puerta, este asunto no era con los otros, no le concernía a nadie más. No había otras personas en la calle o acera, sólo ellos bajo un poste de luz.

La joven llegó hasta él y lo cogió de una mano, temiendo que en realidad sí fuese un espejismo y se desvaneciera en el aire. Creía no haberle agradecido apropiadamente la devolución de la billetera.

Hong Rui se giró por fin. Sin bajar la cabeza, le dedicó una inexpresiva mirada con unos ojos marrones impresionantes. Más que marrones, parecían rojizos. Aun con esa mirada indiferente, no quitó su mano de la de ella, sin entender el motivo, ya que en realidad no estaba acostumbrado al contacto físico y en general no lo prefería, al igual que el resto de su familia.

Ella sintió el contacto como cálido y reconfortante, como los abrazos que su madre le daba cuando estaba muy pequeña. Sin embargo, se avergonzó de sí misma y lo soltó. ¿Cómo se había atrevido a tomarle la mano así a un extraño? Esperó una reprimenda o burla que por suerte no llegó.

―Lo siento ―se rio nerviosa―. Tengo que agradecerte mucho más que solamente la devolución de mis pertenencias. Si hubiese tomado ese viaje, de seguro estaría muerta ―Y recordó muy vívidamente el sueño que tuvo no muchas horas atrás, el dolor, el miedo, los gritos―. No sé cómo has sido capaz, pero tú… tú sabías que iba a haber un accidente ―no era una pregunta, tenía la certeza.

―De alguna manera mi sentido de la intuición es fuerte y pude saberlo, y chocar contigo fue todo lo que se me ocurrió en el momento para lograr retrasarte ―pero ella seguía mirándolo con tanta insistencia, que le quedó claro que no iba a conformarla con una respuesta tan simple―. Tú también lo viste, ¿verdad? El mensaje del Cielo, hay quienes le llaman una premonición, un ojo no físico que ve los hechos que han sucedido, que están sucediendo y a veces, los que están por pasar.

Lo había sentido alguna vez, su madre también le había hablado de ese tipo de experiencia. A veces una vocecilla alzándose de lo profundo advertía de no ir a un lugar o no ver a ciertas personas o realizar ciertas acciones, y luego ocurría algo malo con dichas personas o lugares, y uno podía salvarse o meterse en líos según hubiera hecho caso a la “voz” o no.

―Entonces esas cosas son reales ―se planteó, llevando una mano pensativa al mentón.

―Hay muchas cosas que son reales, pero tan infrecuentes que la gente común las considera fantasías ―no había forma sencilla de explicarle a la chica que, en algún momento las “cosas infrecuentes” eran diarias, comunes y sencillas para cualquier humano, aunque de eso databa mucho, mucho, pero mucho tiempo.

―Tal vez esté dormida, pero tú tienes algo diferente y luces diferente del resto de las personas. Y no estoy hablando de tu ropa, de por sí fuera de lugar. Lo vi por la mirilla antes de que te marchases, una forma extraña. Una melena roja, una cornamenta. Mi padre antes de dejarnos, era fanático de llevarnos a mamá y a mí a exposiciones, comprar piezas extravagantes en galerías de arte antigua, en esas pinturas había cosas, seres extraños ―debía parecer una loca y nerviosamente se mordió las mejillas―. Sólo en pintura podría ver algo semejante a lo que acabo de ver. Es eso o necesito una camisa de fuerza.

A diferencia de ellas, su padre trabajaba bien, vivía con lujos y se consiguió una casa espaciosa, que adornaba con todos los cuadros que alguna vez compró. A ella le daba miedo esa casa, porque la sentía muy vacía y oscura, era el escenario de muchas de sus peores pesadillas y las pinturas de las paredes que tanto elogiaba su papá, a ella le daban escalofríos y sentía que eran cosas horribles que podrían saltarle encima. Pero lo que había visto a través de la mirilla era hermoso, armónico, cautivador y ninguna pintura, de ningún tiempo o país podría igualársele, salvo en pequeños detalles, cosas extravagantes que los espíritus de los artistas habían percibido alguna vez y expresado en los gustos de la época.

No estaba en la naturaleza de ninguno de la especie de Rui hacer cosas malas y entre ellas, se hallaba decir mentiras. Cerrando los ojos por un momento, soltó un suspiro.

―Es verdad que soy diferente, pero no puedes decirlo a nadie. Mejor dicho, puedes decirle a quien quieras, pero hace milenios que los seres humanos cerraron su mente a muchas cosas y es probable que nadie o casi nadie te crea, e incluso que te tomen por una persona con problemas mentales.




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