Rui (bienaventuranza)

La sagrada misión de un kirin

Con los brazos cruzados sobre el pecho, Jiro asintió complacido al ver a su pupila llegar sin retrasos, incluso antes de lo que esperaba, a la puerta de la tienda. Sabía que ella había tenido días difíciles pero que aun así sería capaz. Y por tanto él debía cumplir también su parte del trato, así que sin demoras comenzó a explicarle cómo se manejaba su pequeña tienda: dónde se ponía el stock, cómo se ordenaban de mejor manera las cosas en estantes y en vitrina, e inclusive, cómo él prefería la atención al cliente. No sería su amigo en el trabajo, la dejaría a cargo de tener todo en orden, mientras él se ocuparía de lo administrativo y del dinero. Sabía que ella no era muy proactiva, pero esperaba que con el tiempo aprendiera, y cuando fuera ganando experiencia y avanzando, le daría más responsabilidades.

A diferencia de Rin, él no había sido echado de su trabajo, sino que había utilizado su salario para ir comprando de a poco cada prenda y objeto que exhibía en el local, y aplicaba múltiples estrategias económicas, al tiempo que atraía clientela con publicidad en vivo y en redes ―a diferencia de ella, era popular gracias a un carisma que le granjeaba muchas amistades―, hasta que su emprendimiento resultó rentable y le permitió renunciar de ser empleado y convertirse en dueño. Ella no dejaba de admirar a su derecha e izquierda el fruto de todo ese esfuerzo, todo hermoso, ordenado, colorido y de buen gusto: aunque había visto fotografías de la tienda en redes y él mismo le había enviado videos e imágenes del lugar y los productos, era la primera vez que tenía la oportunidad de verlo en directo, sabía que él incluso había sacrificado su estilo de vida y sus alimentos en pos del logro, cada vez lo veía más delgado. Eso la hizo de nuevo sentirse pequeña, pero esta vez ya no con auto compasión, sino más bien con vergüenza de sí misma. ¡Si su amigo podía escalar así, sacrificándose, se suponía que ella también debía ser capaz! Tuvo una sana envidia y un deseo de ayudarlo de verdad. Antes no lo notaba, porque se centraba sólo en sus pequeños problemas, pero al ver como él atendía amable y eficientemente a la gente que entraba ―eran bastantes―, se le fue cayendo un velo de los ojos. Incluso cuando trabajaba para un tercero, Jiro era así de amable, pero ella creía que él se sentía obligado por el deber, igual que se sentía ella.

Al contrario de su amigo, sus habilidades sociales, de expresión y comunicación eran pésimas, lo que hacía que su atención al cliente no fuese la mejor y como hacía el menor esfuerzo por mejorar, se quedaba siempre estancada en el mismo sitio, mientras él crecía. Se propuso imitar las maneras de él, aunque al principio le saliera artificial; pensaba que con el tiempo se acostumbraría y sería tan buena vendedora como él. Jiro era el más afectuoso de su pequeño círculo y lo mejor que podía hacer era retribuirle, no como deuda, sino por voluntad, porque saliera de los deseos de su corazón. Rui le había contado que las mejores acciones no debían ser artificiales, sino surgir del corazón, que era mejor expresar su afecto y fe con obras, porque la palabrería era inútil y se olvidaba fácil.

Mientras rodaba escaleras abajo comprendió que no le había agradecido lo suficiente a Jiro, pero ahora… ¡Cuidaría de su tienda como a un banco federal! El primer día sería de muestra y de práctica, pero a partir de la tarde siguiente atendería ella, se instruiría con blogs y videos sobre modales si fuese necesario, y lo haría sentirse orgulloso. Como prueba, se tomó fotografías en la tienda “presumiendo” su nuevo trabajo. Nunca subía ese tipo de contenido, le daba muchísima vergüenza, pero sabía que el hombre agradecería la publicidad gratuita. Como esperaba, recibió comentarios desagradables, pero también muchos otros de apoyo. Su instructor, por su parte, se alegró de su entusiasmo ¡por fin la chica estaba aprendiendo carácter y a ignorar positivamente a la gente mala!

Llegó a su casa muerta de cansancio, aunque satisfecha de haber recibido su paga tras tener que sacar y poner productos una y otra vez con cada visita de cliente, hasta que se decidieran a llevar algo. Además, Jiro antes de cerrar le dio la sorpresa de haber encontrado una escuela de apoyo con horarios nocturnos, no quedaba muy lejos y él mismo podía llevarla de ida en su auto. Pero Rin sintió que aún debía hacer más, decidió que quería ayudar a cocinar a su madre, ya no porque ésta se lo exigiera, sino motu proprio. Pero algo curioso pasó, la comida de la noche anterior había sobrado, y en grandes cantidades a pesar de que su mamá había cocinado poco para ahorrar; era como si alguien la hubiese duplicado. Sólo hizo falta calentarla. Cenaron, se saciaron y aún la comida volvió a sobrar, de nuevo en gran cantidad, como si no se acabase nunca. Volvería al congelador para recalentarla la noche siguiente. Ella todavía no sabía que ese episodio con los alimentos se volvería a repetir cada semana, teniendo que cocinar su madre sólo una vez. Como consecuencia, ahorrar se les hizo mucho más fácil a ambas.

Durante este periodo ella ya no tuvo pesadillas con la oscura y fría casa de su padre, sino que soñaba con el misterioso jardín de los kirin, de extensión inimaginable, con prados, bosques, montes y valles armoniosamente distribuidos, donde había plantas de colores extrañísimos, azules, violetas, rosas, rojos, celestes y blancos; flores de exquisito aroma que conocía y otras que nunca antes había visto. Cerezos fuera de estación, todas las estaciones reunidas en un lugar. Animales mansos, de los colores, tamaños y formas más impresionantes y variados, corriendo, saltando y volando por doquier; especies que sólo había visto en los libros de ciencias naturales de historia de la tierra: escamas, pieles manchadas y rayadas, plumas, crestas vistosas, picos extrañísimos, cornamentas, pezuñas, crines y aletas. Cosas del África, cosas de América, cosas de la India, cosas de Ártico, del Antártico y cosas de quién sabe dónde y cuándo. Vio las aguas cristalinas y los saltos de agua, adornados con reflejos de pequeños arco iris, al final de los cuales había metales y piedras preciosas. Arenas de colores variados, desde el rosa y el rojo hasta el negro y el azul y frutos apetecibles de toda forma y color, saliendo de sus árboles y arbustos a diferentes alturas para cada animal.




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