Rui (bienaventuranza)

Más que una misión sagrada

Rin a pesar de haber aceptado el desafío, estaba temblando de pies a cabeza. Tomar una resolución valiente por primera vez en su vida, le estaba costando… y no era para menos, lo que hiciera a partir de este punto podría afectar el destino de mucha gente, según el kirin.

Rui, reposando en su forma animal entre la hierba, la observaba intrigado mientras el viento soplando suavemente entre ellos y el murmullo de las hojas en árboles y arbustos era todo lo que se oía. En los jardines de Krita el miedo era materia desconocida, aunque sabía que era muy común en la Tierra como efecto colateral de milenios de amenazas, luchas, traiciones y peligros mortales. Se preguntaba si ella se estaba echando para atrás. No sería la primera vez. Algunos kirin a veces se veían obligados a tachar de sus Registros buenas opciones por culpa del miedo o por impedimentos socioculturales, políticos o económicos.

―¿Rechazas la misión?

Ella de verdad quería aceptar, pero estaba nerviosa porque pensaba que el kirin tenía expectativas muy altas.

―No puedo evitar pensar que me quieres en frente de multitudes enseñando con grandes discursos, escribiendo complejos ensayos o algo así, pero ni mi familia, ni siquiera mis pocos amigos o profesores me han visto jamás como alguien capaz de escribir libros o de expresarse correctamente en público ―de hecho cuando debía exponer algo en clases solía bajar la mirada para no prestar atención a los ojos escrutadores. Nadie escucharía a quien no tuviese oratoria, mirada fuerte y tono firme.

―No importa dónde te hayan visualizado los demás, importa donde tú te veas. Además, no importa donde vayas, no estarás sola, yo te acompañaré. Aunque tuvieras mala suerte y acabaras en la calle, mi cuerno te hará de faro y mi melena de abrigo. Y si no sabes hablar te conseguiremos un intérprete. Si no sabes escribir, buscaremos talleres de escritura. Si tengo que usar mi cuerno para hacer trucos de ilusionista que atraigan curiosos, lo intentaré.

Rui casi hablaba como Jiro. Pero mientras éste último le transmitía deber, el kirin era más un apoyo espiritual sereno, un bálsamo del alma.

―La gente ni siquiera me cree cuando digo que no soy problemática ¿cómo me creerán cuando hable de tus valores?

―Te precederán grandes obras que hablarán por ti, mejor que cualquier discurso político.

―¿Pero… qué pasará si no llego a hacer un trabajo verdaderamente relevante? ―pensaba en estudiantes universitarios y en académicos que se pasaban años de su vida desarrollando importantes tesis.

―No todos los grandes hombres hicieron grandes avances, a algunos les bastó con ser filántropos e inversores, otros sirvieron como catalizadores: tomando trabajos de personas que hicieron cosas antes y desarrollándolos para que, posteriormente, un tercero tomara el trabajo avanzado y creara algo maravilloso con él. Inclusive, en algunas generaciones no se pudo encontrar necesariamente a un Gran Hombre al cual registrar.

―¿Y qué hicieron entonces?

―Tomar las fuerzas, inteligencias y poder adquisitivo de muchas personas, que trabajaron en conjunto o al mismo tiempo, para lograr un solo avance en específico. De hecho, como los tiempos se están acortando, muchos kirin y muchos seres de lo alto son partidarios de buscar grandes grupos de Personas en lugar de sólo una Gran Persona. Redistribuir el peso de la Gran Tarea. El tesoro de la humanidad es trabajar juntos, para servir a los demás. Y un buen servicio del Cielo es capaz de hacer mucho más que cualquier política de la Tierra. Si bien es cierto que debes demostrar ser digna del Registro, no estás sola en esto, nunca lo has estado.

Jiro. ¿Acaso él pensaba involucrar en esto a Jiro? El joven emprendedor sí que tenía cualidades de empuje para llegar a la universidad que fuera, al podio que quisiera. Tenía becas, solicitudes aceptadas en empresas, tenía mucho más futuro… pero era gay.

A Rui esos pequeños detalles no le importaban.

Y aunque estuviera prohibido para un kirin intervenir directamente en los asuntos humanos, por el amor que le tenía, de ser necesario, metería el hocico.

Interpretaría en lenguas para ella, daría clases magistrales en aulas magnas, haría servicios sociales ensuciándose las patas, repartiría las ropas donadas, plantaría en los jardines de la Tierra, estudiaría la deficiente economía y política de los humanos hasta que al menos le hiciera sentido, llevaría las cuentas de sus inversiones, la llevaría a entablar relaciones internacionales, o lo que fuera que la estudiante llegase a requerir.

―Entiendo, pero debo empezar por algún lado. Me gustaría hacer tantas cosas, pero no sé cuáles sean las mejores. ¿Qué tal si elijo una carrera determinada y resulta ser la equivocada y no acabo haciendo un currículum trascendente?

Tenía un primo que había pasado por más de seis carreras universitarias sin conseguir acabar exitosamente ninguna, siendo vituperado por amigos y familiares, aún más que ella. Lo consideraban hikkikomori, un paria inútil con depresión camuflada. Temía correr con la misma suerte, ya que en su caso no contaba con todo el tiempo del mundo, ni su madre con suficientes ingresos como para desperdiciarlos así.

―¿Debería tomar cursos de orientación vocacional? ¿habrá seminarios para influencers? ¿Qué tal si hago una cuenta en una red social de videos para hablar de economía y política todos los días después de cenar? ¿alguien vería eso? ¿tendría muchos subscriptores? Podría asociarla a la red y páginas de donativos, para que sepan que se trata de nosotros. Podría hacer crowdfunding en la red para nuestra ONG en pañales, con algo de suerte la gente nos escucharía hablar y nos apoyaría con dinero… ―se presionaba las sienes con las manos, pues su mente parecía un tifón― ¡Rui, hay demasiadas posibilidades, muy poco tiempo, somos tres locos contra el universo y mi cabeza estallará!




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