Rui (bienaventuranza)

El kirin más allá de su misión

Rin debió aprender a controlar su miedo escénico. El psicoterapeuta conseguido por su padre lo derivó al consultorio de una psiquiatra con la que trabajaba, la cual a su vez le recetó una pastilla “mágica”, con ella podía controlar las crisis de ansiedad que tenía cuando sus obligaciones con la escuela, el trabajo o Rui la sobrepasaban. A veces tenía la tentación de usar más de una, pero presentía que esto haría sentir mal al kirin, así que ponía toda su voluntad en regular el uso.

Pero a la hora de dar disertaciones, tanto en su clase como en sitios donde la invitaran, esto la calmaba.

Era mucho más fácil hablar frente a una cámara de teléfono, cubierta por una máscara, que hacerlo a cara descubierta frente a un público. Cuando debía empezar, seguramente luego de trastabillar, controlaba la sensación de haber hecho el ridículo, tomaba una enorme bocanada de aire, contenía las lágrimas y pensaba en Rui, el verdadero, esa criatura quimérica con tiernos ojos rojos. Tenía que poder, por él y por sí misma. Si él había confiado en ella, ella también debía confiar en sí misma. Había atendido muchos clientes, hablado frente a cámaras de canales de noticias y de canales virtuales. Tenía que ser capaz de hacerlo frente a varias decenas de ojos. Imaginaba estar hablándole a Rui.

Como venía de dos instituciones prestigiosas, era tomada en serio en los ámbitos académicos y con frecuencia le preguntaban a qué universidad apuntaba a entrar. Ella se convenció de que debía encontrar una respuesta, como dedicarse a ciencias económicas o ciencias políticas, después de todo, se escucharía aún con más respeto a alguien que tuviera un título universitario, alguien que tuviera un currículum que mostrar. En el hogar de Rui las palabras tenían fuerza, pero en la Tierra, los que de verdad hablaban eran los documentos.

Recibía muchas preguntas sobre sus asociaciones políticas cuando algunos partidos comenzaron a utilizar sin su consentimiento su nombre y cara.

Ella se vio en problemas cuando tuvo que negar tener asociación alguna, más que las ONGs con las que trabajaba y que la respaldaban. Todo el mundo se sorprendía de que hubiera podido reunir a tantas asociaciones y autores a sus espaldas, lograr que se pusieran de acuerdo, pero ella se definió como una simple colaboradora destinada a tender un puente, sin ánimos de lucro o inclinaciones políticas. De modo que cualquiera que estuviera en problemas pudiera hallar una red en la que expeditivamente le encontraran una solución: fueran problemas ambientales de un distrito, acoso laboral o escolar, problemas económicos o de salud, peligro de muerte o aislamiento. Convenció a quienes la escuchaban que había que tender muchos puentes. Que debía ser posible hacerlo sin inconvenientes y a un costo mínimo con ayuda de las muchas tecnologías actuales. Siempre hablaba en favor de la tecnología y de invertir en éstas, sobre todo aquellas que eran sustentables.

No podía hablar de todo lo que hacía en una sola disertación, pero las dividía por temáticas y siempre daba ejemplos tangibles para que la gente donara a esos proyectos, no a ella. Instaba a la gente a indagar siempre en el subtexto, en el discurso sostenido por cualquier asociación para asegurar que fueran confiables antes de donar o de participar.

Siempre apoyó las ideas de manifestaciones pacíficas, nunca la violencia.

Personas de países vecinos con problemas de libertades comenzaron a comunicarse con ella. Ayudada por Rui, dio visibilidad a sus casos de manera anónima y segura, de una forma que medios de comunicación oficiales muchas veces no hacían.

Hacían tres años desde que conociera a Rui, cuando su voz empezó a ser oída por todo lo alto en esferas académicas y en canales de noticias oficiales y no oficiales.

Se movía en el transporte público y por las calles de manera rápida y sin distraerse, sabía que su voz gustaba a muchos y molestaba a otros tantos. Nunca se quedaba en ningún lugar durante demasiado tiempo para evitar ser ubicada. De la escuela al trabajo, del trabajo a la casa. Se aferraba al medallón que le regalara Rui como amuleto contra los peligros y cuando podía ir con él, iba con él. Tenía miedo de ser interceptada por personas dañinas y a menudo tenía malos sueños con esta temática. Cuando estaba a solas con ella, la esposa de su padre la asustaba con esto: le decía que acabaría en un bote de basura si sus discursitos iban demasiado lejos. También le dijo que comprometería las vidas de sus padres, no importaba qué tan seguro fuera el país.

Rin concluyó que no debía ver a su madre para protegerla, de modo que se vio obligada a romperle el corazón al decirle que pasaría el resto de su carrera con su padre. Seguía enviándole mensajes, y haciéndole video llamadas, pero no la arriesgaría yendo a verla físicamente. Sin embargo, le suplicó a Jiro que estuviera al tanto de ella, dado que su enfermedad la hacía propensa a sufrir descompensaciones graves ante las cuales se debían dar primeros auxilios completos, de lo contrario podría perderla un día cualquiera que su madre comiera de más o de menos.

Aunque esto generó muchas habladurías, Jiro decidió irse a vivir con la mujer para cuidar adecuadamente de ella y veía a su pareja sólo cada tantos días, fuera del hogar. Su madre falleció de un ataque al corazón, así que bien sabía lo que era temer por la vida de una madre y priorizó ayudar a Rin. Y la joven lo agradeció infinitamente. No había diamantes del Krita suficientes para pagar la bondad de Jiro. Eso lo hacía digno y explicaba por qué el kirin se había inclinado ante él. Luego de este arreglo, ni el hombre ni la madre pasaban penurias económicas, ella había conseguido un hijo, él había conseguido una nueva madre, se entendían y se ayudaban. Conformaban una familia extraña. Ya no tenían penurias económicas dado que compartían sus gastos y las empresas de las cuales se hacían cargo no hacían más que crecer gracias a esto.




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