Rui disfrutaba de la compañía de Rin, pero se daba cuenta de que ella sufría porque estaba yendo en contra de los deseos de su padre y se sentía como una traidora sucia y rebelde. Ella siempre había sido problemática por distraída o por hablar de más o de menos, pero nunca antes por rebelde. Sufría porque su padre le decía a menudo que había perdido la confianza en ella, porque la había engañado haciéndola creer que él era un buen muchacho. El kirin sabía que ella pasaba mucho tiempo hablando de esto con el psicólogo y psiquiatra que la trataban, quería enmendar la relación con sus padres y que no se perdieran en medio del camino. La joven recibía consejo de todas partes, pues una porción de sus seguidores había alcanzado genuino interés en sus sentimientos, de los cuales ella trataba de hablar lo menos posible para no involucrar a nadie. Prefería que los de afuera la creyeran huérfana y solitaria. Estaba escapando, pero esta vez para proteger a los suyos.
Se quejaba mucho de su padre frente a él, pero en el fondo ella lo amaba, había aprendido a admirarlo por ser un hombre que se esforzaba al máximo en todo, incluso en días en que podía estar cansado o enfermo. Nunca faltaba al trabajo, a veces atendía el teléfono de su empresa en horarios no laborales, podía interrumpir una cena familiar por causa de su responsabilidad. Le daba consejos todo el tiempo sobre cómo podía llevar mejor su emprendimiento y tener control sobre sus ayudantes y subcontratados, le ofrecía ayuda para llevar correctamente sus cuentas e inversiones y hacía un esfuerzo por felicitarla cuando ella llegaba a casa con una buena calificación. Rin por su parte hacía lo imposible por entender el límite medio en que se podía interesar por las cosas de él, sin que se sintiera molestado o invadido. La línea era muy delgada. Le preguntaba por sus gustos en arte, por su relación con sus compañeros y superiores, en cierto punto, competía un poco con la esposa, buscándose un lugar. Él estaba aprendiendo cómo tratarla y Rin a descifrarlo, cuando arrojó todo ese esfuerzo a la basura.
No se arrepentía porque no hubiera dejado a Rui morir desangrado, pero lamentaba que la consecuencia fuera desconfianza por parte de contratantes, profesores y su progenitor. Ahora, cada minuto le era robado, los profesores tutores la vigilaban de cerca para asegurarse de que no cometiera ningún ilícito, acto impropio, ni se la viera con nadie inadecuado.
Rui era visto como los demás querían verlo y ahora, ellos querían verlo como el malo. Como consecuencia, el kirin no podía mostrarse abiertamente en compañía de Rin, tenía que esconderse como si fuera un criminal, como si la balacera hubiera sido su culpa, como si su presencia en el país fuera ilegal. Esas eran las absurdas reglas humanas. Y habiendo elegido este mundo, tenía que apegarse a ellas. Cambió su forma de vestir, usando ropas formales como usaban los jóvenes hombres de negocios, escondió sus joyas de acero del Cielo y tiñó su pelo de negro, lo cual enfureció a la chica.
¡Él era único por ser quien era! ¡No le hacía falta esconder su color de pelo natural! ¡No importaba qué tan raro o impropio les pareciera a los otros! si los dioses lo habían creado pelirrojo, por algo había sido, y pelirrojo debiera quedarse. Y las joyas que había recibido de los seres celestiales eran nada menos que las muestras físicas de todos los buenos trabajos antes realizados por él. Poco importaba que los demás creyeran que la joyería era de gente rebelde o engreída ¡eran trofeos de guerras ganadas! ¡De terreno ganado al mal! Eran la prueba de que el kirin buscaba incansablemente a las personas más buenas y adecuadas. No debía esconder eso. A la estudiante también le preocupó su cambio de edad, Rui estaba adaptando su forma para siempre parecer de la misma edad que ella, de modo que “crecieran juntos”. Trataba de parecer humano y para ella era triste que él tuviera que renegar de su naturaleza divina como si para la sociedad fuera un crimen tenerla. Prefería al muchacho llamativo con el cual chocó en secundaria, que el desconocido joven formal y adusto que pretendía ser.
―Es mi culpa, si no tuvieras que proteger a mi familia, no serías falsamente acusado ni deberías esconderte.
―No es tu culpa. Protegerlos fue mi decisión. Me oculto para que puedas llevar una vida normal de humana, siendo aceptada por la familia y sociedad en la que tienes que desenvolverte.
―Pero yo quiero que tengas una vida normal de kirin ―a saber, una vida donde pudiera correr libre pos sus montes y valles, cuidando de sus animales y plantas y eligiendo a buenos humanos, sin ataduras algunas, sin asqueroso romance, sin tener que escuchar las quejas de una mocosa de preparatoria que apenas estaba aprendiendo a vivir y que era propensa a cometer muchos errores que lo marcarían y mancharían.
―Renuncié a mi vida normal de kirin cuando decidí protegerte más a ti que al Krita. Dar la espalda a la ley del Cielo significa acatar las leyes de la tierra…
―¿Incluso esa ley implícita que dicta que nadie tenga personalidad? ―era verdad que el clavo que sobresalía recibiría martillazo.
―Incluso esa, hasta que tus días se terminen, lo cual espero que suceda dentro de cien años.
―¿Tienes que esperar cien años para ser tú mismo?
―Un parpadeo en la edad de un kirin. Tú vales ese esfuerzo, acompañarte en tu camino es reconfortante. Te ayudaré a estudiar para que los profesores no te hostiguen, te enseñaré idiomas, iremos a la misma universidad o universidades y te ayudaré a ser perseverante con los estudios, pues es un paso más difícil. Te ayudaré a llevar tus emprendimientos y proyectos de servicio social. Cubriré mi cara como se la cubren los humanos para que nadie me busque y te comprometa. Te llevaré de la mano allá donde nunca has llegado. Te abriré puertas que estaban cerradas, romperé las cadenas que te traben caminos, convenceré a tus profesores de tu aptitud, iré por delante guiando la senda con mi cuerno. Seré tu escudo contra los peligros y un bunker en los días de caos, estaré alerta todos los días, nunca te sentirás abandonada de nuevo.
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Editado: 11.05.2020