Ruido de Alas

Prólogo

Los Ángeles, California.

 

Lucio, se encontraba emocionado y a la espera de que el doctor saliera, porque su mami al fin había tenido a su hermanita. Todo había ocurrido en la casa y él había sido un buen niño y había ayudado a su mami durante el nacimiento. Gastón, no se encontraba en la casa cuando todo ocurrió.

No obstante, Lucio sabía que algo no andaba muy bien, porque su mami había estado en uno de sus viajes cuando había empezado todo el proceso de la llegada de su hermanita. Se había asustado mucho cuando la vio sangrando, pero recordó aquel episodio de la televisión donde unos señores vestidos de verde y con batas blancas habían ayudado a una señora a que naciera su bebé. Él no había estado vestido de verde ni mucho menos tenía bata blanca, estaba vestido con su ropa luida y manchada de siempre, pero había procurado lavarse las manos; la maestra Flor, siempre decía que había que lavarlas muy bien.

Por lo menos su mami había reaccionado y vuelto de su viaje, quejándose del dolor, cosa que también lo asustó, porque se puso algo violenta y le había clavado las uñas en su brazo, aún tenía las medias lunas marcadas en su piel, y varios arañazos, sin embargo, fue valiente y fuerte, no había llorado. Cuando todo pasó y su hermanita había salido de su mami, Lucio se asombró de ver lo azul que se encontraba, no recordaba que el bebé de la televisión hubiese nacido de ese color, lo recordaba manchado de sangre, color rosado y llorando fuertemente.

Aún más asustado buscó las tijeras y cortó un cordón que unía a su hermanita con su mami, quizás luego de eso, la bebé llorara y estaría de un color normal. Escuchaba a su mamá gemir y quejarse, pero ya no gritaba, al menos.

—¿Qué estás haciendo Lucio? ¿Dónde estás? No puedo verte. Ven acá niño estúpido, no ves que no puedo moverme.

—Aquí estoy mami, es que la bebé no llora, esta de un color extraño. Estoy tratando de arroparla porque debe tener frio.

Lucio, vio el esfuerzo de su madre en levantarse, se sentó y se quedó observando el pequeño bebé envuelto que tenía entre sus piernas.

—Carajo, con un demonio. Gastón va a matarme.

Lucio no entendió aquello, se asustó aún más con esas palabras que había dicho su madre.

—Tenemos que ir al hospital, ayúdame a levantarme. Llévala tú.

—Sí, mami.

Como pudo, el pequeño Lucio, levantó a su madre del suelo sucio y enseguida cargó a la bebé. Su madre fue dando tumbos hasta la puerta y comenzó a bajar las escaleras, por primera vez estuvo contento de vivir en el primer piso.

Cuando llegaron a la salida del edificio, al otro lado de la calle había una patrulla de policía, Lucio, intentó correr hacia los oficiales. La maestra Flor, había dicho que los oficiales de azul estaban en la ciudad para cuidar y ayudar, quizás ellos podían llevarlos al hospital.

—Quédate donde estás, mocoso. Ni se te ocurra acercarte a esos desgraciados buitres de mierda. Apúrate, camina, el hospital no está tan lejos.

Algo sintió Lucio, las cosas con su hermanita iban mal, cada vez estaba de un color más feo, no se movía y no la sentía tan calentita como antes.

Su mami, había tenido razón el hospital solo estaba a dos calles. Se sorprendió cuando llegó y su mami comenzó a llorar, gritando desesperada pidiendo ayuda, le había arrebatado a la bebé de sus bracitos. Comenzó a escuchar lo que decía, que todo había ocurrido muy rápido, que había sido en su casa, que estaba sola. Cuando preguntaron que quien era él, su mami había dicho que era el hijo de la vecina, que muy amablemente la había ayudado a llegar al hospital.

Se llevaron a su mami en una cama rodante y a su hermanita le estaban haciendo un montón de cosas en pleno pasillo y entrada del hospital, escuchaba al señor con bata blanca decir cosas que no entendía, una mujer con pantalón morado y una blusa con casitas y flores, se movía alrededor de todo ayudando al hombre que intentaba ayudar a su hermana, de la nada se la llevaron también.

—Hola, ¿cómo estás? —Una mujer con rostro amable, de piel blanca, cabello castaño y una mirada dulce le hablaba. Él enseguida se intentó alejar, su mami y la maestra Flor, le había dicho que no hablara con extraños. Se dio cuenta que vestía con el mismo pantalón y blusa que la mujer que había ayudado al hombre de bata blanca—. No te asustes, soy enfermera del hospital, solo quiero ayudarte, veo que tienes un raspón en tu brazo y algunas marcas, tan solo te limpiaré un poco y te colocaré una bandita.

—No duele —dijo Lucio, mirando a la mujer con decisión.

—Claro que no, sé que eres un niño muy fuerte. Pero te sentirás mucho mejor a lo que te coloque las banditas, mira—. Él niño detalló con atención lo que la mujer le mostraba, eran banditas de su superhéroe favorito: Capitán América y también tenía algunas de IronMan y de Batman. Siempre había querido algo de su superhéroe, a lo mejor, si le colocaban una bandita de esas, podría conseguir su ayuda u obtendría sus poderes.

Lucio, se dejó llevar por la enfermera hasta una de las camas con ruedas que había en el lugar. Luego se enteró, de que esas camas se llamaban camillas, uno de los que ahí trabajaba así la nombró.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 17.11.2020

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