Y fue así que la oscuridad golpeó mi puerta, con mis pies asentando el frío piso, caminé desde mi cama hasta donde estaba aquella, hecha de madera y prejuicios. El que golpeaba era un hombre coqueto, sombrío, oscuro y me preguntaba si quería que pasase a tomar una copa de vino, que él tenía sed y solo yo, había atendido a su pedido. Lo dejé pasar, bebió de mi reserva, se acostó en mi cama y desorbitada, me quedé en un rincón con movimientos leves para adelante y atrás. Me dejé llevar por el hombre coqueto, me mostró que no era tan malo como dicen, hasta que llegó el momento de irme y él jamás me dejó. Nunca volví.