Ruinas en las tinieblas (un cuento oscuro 0.6)

1

El día que Elter comenzó a arder, Keiran se levantó de la cama más tarde de lo habitual. Apenas había dormido nada en toda la noche y notaba el rostro hinchado y entumecido por la falta de descanso, pero especialmente por las lágrimas. Las que hacían que todavía sintiera la almohada mojada al lado de su mejilla y las que se habían quedado tras sus párpados.

Se quedó largo rato contemplando la negrura de su habitación tornarse más clara, del color cobalto de sus ojos, luego el cerúleo de los de Gawain, para finalmente teñirse con los matices dorados de los de Idris. No dijo nada cuando Alai se levantó de la cama, hundiendo el colchón a su lado, y le dio un beso en la mejilla antes de empezar a vestirse en silencio. Se limitó a mirarlo, con todo lo que quería decir reflejándose en sus ojos acuosos.

Su amigo, y ahora también el general de la legión dannan, le dedicó una sonrisa antes de salir, tirante y tierna al mismo tiempo.

Sé que no vas a hacerme caso, Keir susurró Alai dentro de su mente, pero intenta… tomarte el día relajado. En la medida de lo posible.

Keiran lo miró desde la cama con una ceja enarcada sin decir nada.

Alai resopló con suavidad antes de hablar.

A veces conviene tener tiempo para comerse la cabeza. Nos vemos por la noche.

La puerta se cerró detrás del general y Keiran se quedó a solas en su habitación, aquella que ocupaba en el palacio de la Casa de la Sombra y la Niebla. Una habitación inmensa que parecía querer engullirlo, con sus altísimas paredes y sus enormes ventanales de piedra oscura, que en lugar de dar una sensación de amplitud, le recordaban a la boca de una criatura, abierta y preparada para devorarlo. Para masticarlo y escupirlo convertido en el gobernante que era, con su traje negro y azul impoluto amoldándose a su cuerpo como una segunda piel, y su máscara cruel y resulta perfectamente colocada.

Se quedó un momento sentado al borde de la cama antes de levantarse, esperando a que su cabeza embotada terminase de ubicarse y las piernas no le fallasen cuando se dirigió al baño para prepararse. Se tomó un momento después de abotonarse la camisa negra y de colocarse la chaqueta del mismo color con el escudo bordado en sus hombros. Un momento antes de levantar la cabeza y toparse con su reflejo en el espejo. Cuando consiguió hacerlo, soltó un gruñido bajo y muy poco elegante para alguien de su posición.

Tenía peor cara de lo que se había esperado. El blanco de sus ojos estaba surcado de fina venas rojas y sus irises azules se veían opacos. Las ojeras y la palidez macilenta de su piel no le importaban demasiado. No era nada que no pudiera tapar con un poco de maquillaje bien aplicado. Pero los ojos eran otra cosa. La ventana del alma, según los humanos.

Keiran no quería pensar que era lo que transmitían los suyos. Se le presentaba un día demasiado largo como para distraerse con el dolor y el desconsuelo que reflejaba su rostro. En ese momento, de buena mañana, todavía no sabía hasta que punto.

Mientras terminaba de hacer desaparecer las ojeras con la ayuda de una generosa capa de maquillaje que se aplicaba con los dedos, imitando su tono natural de piel, Keiran se preguntó una vez más por qué Nerys habría hecho aquello. Por qué había hecho el anuncio de su boda con aquel lord descendiente de una de las familias más influyentes de la Casa en unas fechas como aquellas.

Tal vez pensase que él no se enteraría, que precisamente en aquellos días tendría cosas más importantes en las que centrarse que una boda más entre la nobleza fae. Eso era lo que Keiran quería pensar. Pero Nerys sabía que como Hijo Predilecto, todas las uniones dentro de las familias nobles estaban en su conocimiento. Él estaba obligado a asistir a ellas; ya fuera a la ceremonia de compromiso o a la de boda. Para dar su bendición.

Nerys no lo había hecho a propósito. Le había roto el corazón más de dos décadas atrás, sí, pero él entendía perfectamente porqué lo había hecho. Porqué no había aceptado casarse con él cuando por fin se había atrevido a expresarlo en voz alta, sin rodeos y con una de sus amplias y soñadoras sonrisas, enmarcada con un bonito hoyuelo a la izquierda de su boca. Una sonrisa que había estado teñida de ilusión, pero también de dudas.

Kerian había sabido la respuesta de Nerys antes de que esta saliera de su boca. Sus ojos se lo había dicho.

Ella no había querido casarse con él por todo lo que implicaba ser la consorte del Hijo Predilecto de la Casa, más uno como él. Un media sangre.

Keiran había conseguido mantenerse estoico hasta que había vuelto a estar entre las paredes de aquella habitación. Entonces, se había derrumbado. Entre los brazos de Alai, igual que la noche anterior, cuando el anuncio del matrimonio de Nerys se había hecho oficial.

Sentía una punzada en el pecho cada vez que pensaba en eso, en cómo se apoyaba en su amigo de aquella manera tan… egoísta, pensaba a veces. No lo hacía a propósito. Jamás se aprovecharía de ninguno de sus amigos de esa manera. Pero lo que tenía con Alai era tan confortable y natural… Nunca se había sentido así con ninguna otra de las parejas que había tenido a lo largo de los años, aunque no estaba del todo seguro si lo que habían vivido juntos podía calificarse de la misma manera.

Nunca nadie lo había aceptado como él. Sin reservas por la sangre que corría por sus venas, tanto la que lo convertía en un heredero como la que lo hacía descendiente de Dannu.



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En el texto hay: romance, guerra, faes

Editado: 26.07.2022

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