Ruinas en las tinieblas (un cuento oscuro 0.6)

3

Keiran trató de apartar aquellos recuerdos de su mente humedeciéndose la nuca con agua fría.

Si hubiera sabido cómo habría terminado su relación con Nerys, jamás habría aceptado sus términos. Los años a su lado habían sido complicados por la reticencia de sus padres a que mantuviera una relación con el heredero mestizo de la Casa, por las miradas que los aristócratas le dirigían por encima del hombro y por los comentarios susurrados en un tono lo suficientemente altos como para que ella pudiera escucharlos. Pero él la había amado con tanta intensidad y había deseado con tanta fuerza que todo lo que había hecho para que su relación saliera adelante… Los dioses tenían que haberlo escuchado; Dannu, Madre, Padre, quien fuera. Estaba seguro de que sus deseos no les habían sido indiferentes, pero ellos los habían cogido y los habían arrugado como si fueran una hoja de papel para luego hacerlos arder en medio de un fuego furioso e inclemente. Y él se había quedado hecho pedazos, con sus ilusiones y sus sueños esparcidos a su alrededor como las hojas muertas de un árbol en otoño.

Y Alai… apretó los puños, dejando que las sombras se asomasen entre sus dedos cerrados, como las espinas de una zarza.

Keiran hubiera preferido que no lo hubiera perdonado, que no hubiera hecho como si no hubiera ocurrido nada entre ellos en los años que él estuvo con Nerys. Hubiera deseado que su reacción al contarle que todo había terminado entre él y la joven de sangre noble no fuera entrelazar sus dedos con los de Keiran y depositar un beso en su mejilla.

Para Keiran, aquellos gestos habían sido una mezcla extraña entre una dolorosa puñalada de hielo y un reconfortante bálsamo cálido. Se había estremecido y había apoyado la frente en el hombro de su amigo, dejando que las lágrimas amargas y arrepentidas bajasen por sus mejillas. Alai había dejado que le mojase la camisa todo lo que necesitase.

La noche anterior no había sido muy diferente. Cuando Alai se había enterado de la noticia del compromiso de Nerys, se había presentado en el palacio sin que Keiran lo hubiera hecho llamar y sin que fuera a buscarlo. Sabía que lo necesitaría a su lado. La sonrisa dulce y compasiva de sus labios había estado a punto de deshacer el precario control que mantenía la máscara de Hijo Predilecto sobre su rostro. Una máscara que estaba constándole ponerse esa misma mañana.

Echó un último vistazo a su rostro en el espejo antes de terminar de abrocharse la chaqueta negra bordaba de azul en los hombros. La tela lo abrazó como si se tratase de una segunda piel. Se recompuso el pelo negro, brillante como el ala de un cuervo, asegurándose que no hubiera ni un solo cabello fuera de sitio. Dudó un momento sobre si ponerse la corona, pero finalmente rechazó la idea; tendría que llevarla puesta toda la tarde y toda la noche, y aquel condenado adorno pesaba mucho más de lo que parecía.

Respiró hondo, despacio, tal y como su padre le había enseñado, dejando que el aire a su alrededor llenase sus pulmones, cargado con la esencia de la Sombra y la Niebla. Cuando sus párpados se abrieron y se topó con su propia mirada de color cobalto en el espejo, supo que estaba preparado; externamente, al menos. El poder vibraba con fuerza dentro de él, detrás de sus ojos, y no habría necesitado ni traje bordado con una serpiente y un cardo ni corona de gemas negras y azules para que todo el mundo supiera lo que era. Uno de los descendientes favoritos de los dioses.

Keiran salió de sus aposentos con zancadas largas y seguras, derrochando seguridad y altanería en cada uno de sus movimientos, en la manera en la que las comisuras de sus labios se curvaban hacia arriba con una mueca indolente y en la mirada afilada y cortante de sus ojos.

No se permitió darle más vueltas al compromiso de Nerys mientras bajaba las escaleras del palacio. Estaba seguro de que ella no lo había hecho a propósito. Jamás había querido hacerle daño a Keiran, ella misma se lo había dicho cuando todo había terminado entre ellos, y Keiran la había creído. Lo había amado durante los años que estuvieron juntos, lo sabía. Igual que sabía que ese amor no había sido tan fuerte como el de Keiran. No había sido incondicional ni lo suficientemente apasionado como para aceptar todo lo que implicaba estar al lado de alguien como él. Pero anunciar su compromiso el día anterior a celebrarse el primer cuarto de siglo de su coronación como Hijo Predilecto…

Los feéricos no sentían el paso del tiempo de la misma manera que los mortales. Celebraban todas las fiestas a lo largo del año, los inicios y los finales de estación, y también sus propios cumpleaños en el día correspondiente. Pero actos solemnes como aquel tenían lugar una vez cada veinticinco años. La eternidad hacía que el tiempo se valorase de otra forma, por lo que los inmortales habían escogido los siglos y sus cuatro divisiones como medida simbólica para los aniversarios de las coronaciones, las victorias de las guerras, las bodas…

Keiran sintió las miradas de sus antepasados siguiendo su avance cuando caminó por delante de sus retratos, colocados en la galería que llevaba al exterior. El suyo los acompañaba desde hacía ahora veinticinco años. No se detuvo a mirarlos, ni siquiera un vistazo rápido. Colocarlos en aquel lugar tenía un claro propósito; que todo el mundo que entraba en el palacio de la Sombra y la Niebla se enfrentase a sus miradas y al poder latente que emanaba de ellas. Todas miradas negras, del color de la noche sin luna ni estrellas, excepto una. La del Hijo Predilecto actual.

Kerian parpadeó cuando salió al exterior y sus ojos se enfrentaron a la luminosidad deslumbrante del principio de la primavera. El brillaba en lo alto y el cielo tenía el color cerúleo de los ojos de su primo Gawain. Un día resplandeciente que prometía una noche despejada para la ceremonia conmemorativa que se llevaría a cabo esa noche.



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En el texto hay: romance, guerra, faes

Editado: 26.07.2022

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