Ruinas en las tinieblas (un cuento oscuro 0.6)

4

El sol brillaba en lo alto del cielo cuando sintió el puso de poder emanar del cuerpo de su padre, llamando al que había en su interior. Keiran no recordaba un comienzo de primavera tan abrasador y resplandeciente como aquel. Puede que fuera algún tipo de presagio de lo estaba a punto de ocurrir. Uno que él no supo interpretar a tiempo.

Gawain y él se encontraban en Llanrhidian, a las afueras de Irea, matando el tiempo mientras su padre, su abuelo y su hermana debatían con los guerreros dannan más importantes sobre si tomar parte en la campaña que los feéricos de Tierra de Nadie querían iniciar contra las sealgair. Keiran debería haber estado allí en lugar de su hermana, ejerciendo como futuro heredero de la Casa e interesándose por aquellos asuntos de Estado que algún día serían su responsabilidad. Pero por mucho que él amase a su territorio y el bienestar de sus gentes, odiaba aquel tipo de reuniones, sobre todo cuando lo que se debatía en ellas era poner en peligro a sus habitantes por una causa que él no compartía o por la que consideraba que no se merecía derramar sangre. A Rhiannon, por el contrario, le encantaban; no el hecho de organizar una guerra, en ese sentido ella tenía la misma opinión que su hermano mayor, pero sí que le gustaba estar al tanto de todo lo que acontecía en la Casa en lo que a su gobierno se refería. Incluso reuniones largas y tediosas como aquella.

Él debería haber estado en su lugar, y jamás se perdonaría no haberlo hecho. No dudaba de las capacidades de lucha de su hermana, pero si hubiera estado él presente, puede que las cosas hubieran terminado de una manera diferente. Tal vez estuviera muerto, lo cual le habría ahorrado años y años de dolor, sufrimiento y de responsabilización por lo que había ocurrido. Puede que él, con la niebla en su poder, hubiera descubierto las intenciones de los soldados antes de que llegaran a hacer nada, aunque esto era poco probable. Si su padre no fue capaz de advertirlas, él tampoco habría podido.

Si Keiran tuviera que pintar un cuadro que representase cómo había sido aquel día para él, sería como la estatua de la serpiente y la flor de cardo del jardín trasero del palacio; una imagen difusa en una mitad, y perfectamente clara en la otra. Los momentos que precedieron a aquel pulso de poder compartido eran la parte borrosa. Keiran no recordaba de qué estaba hablando con Gawain, ni siquiera porque se habían alejado tanto del centro de la ciudad, internándose en el norte del territorio, más allá de las llanuras en las que se encontraban los campos de entrenamientos de los dannan. Lo que vino después de aquel latido que recorrió su cuerpo como si hubiera nacido del golpeteo de su propio corazón, era un recuerdo cegadoramente deslumbrante, incluso aunque parte de él lo hubiera visto a través de los ojos de Rhiannon.

No fue una vibración, ni siquiera un choque suave, como el de una piedra impactando contra el agua, dejando un rastro de pequeñas olas en la superficie. Keiran lo sintió como un puñetazo en el centro de su pecho y en sus entrañas, haciéndolo trastabillar y levantar la cabeza tan rápido que durante una fracción de segundo su visión se nubló.

─ ¿Qué ocurre? ─escuchó preguntar a Gawain a su lado.

Él no había sentido el pulso mágico, pero había visto la brusca reacción de su primo.

Keiran sentía el poder de su padre de manera natural, igual que el de Rhiannon. Los tres estaban conectados no solo por la sangre que compartían, sino por aquella herencia divina, de manera que podían sentir su proximidad antes de verse o incluso olerse. Era un sentimiento extraño, como una especie de reconocimiento, un vínculo profundo e inexplicable que iba más allá del hecho de ser familia.

Siempre había sido extraño mirar a su padre y a su hermana y sentir que había algo en ellos que le pertenecía. Que una parte de él estaba también en su interior.

Cuando las emociones de su padre o de Rhiannon eran muy fuertes, podía ocurrir aquello que Keiran acababa de experimentar. Un pulso de poder, una especie de onda, como la ola de un mar chocando contra una roca. Keiran ya había sentido antes algo así, pero nunca con tanta energía. Nunca desde tanta distancia.

Negó con la cabeza antes de contestar, mirando en la dirección en la que se encontraba el centro de la ciudad. No podía ver nada esclarecedor desde donde se encontraba, pero se sentía obligado a hacerlo. El poder del Hijo Predilecto, llamándolo.

─No lo sé ─contestó con voz ahogada─. He notado un pulso de poder. De mi padre.

─ ¿Aquí?

Keiran se limitó a asentir con la cabeza. Un pinchazo de dolor recorrió su cuello, desde la base del cráneo, extendiéndose por sus hombros. Había levantado la cabeza tan rápido que ahora su cuerpo se resentía de ello.

Desde donde se encontraban apenas podían ver las siluetas de las edificaciones de la pequeña cuidad, parcialmente veladas por la claridad del día. No les llegaba ningún sonido desde esa dirección; nada. Keiran no estaba seguro de qué le hubiera resultado más inquietante escuchar un grito, un rugido animal proferido por una bestia cubierta de escamas de ónice, o permanecer rodeado por aquella quietud primaveral y luminosa.

─Algo no va bien ─dijo sin apartar la mirada de la ciudad. Esperando. Algo. No sabía el que.

─ ¿Quieres que regresemos?

Asintió sin vacilar, notando los músculos de su cuello resentirse de nuevo. Comenzó a moverse con un trote rápido en dirección a la ciudad, seguido por Gawain.



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En el texto hay: romance, guerra, faes

Editado: 26.07.2022

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