Keiran salió de sus recuerdos con un toque de sombras en sus dedos. Se giró hacia Rhiannon, que se había puesto a su altura. La sonrisa que estiraba sus labios le dijo que sabía en lo que estaba pensando.
─Se sentirían orgullosos.
Keiran apartó la mirada, desviándola de nuevo hacia la estatua.
─No estoy tan seguro, Rhiri ─replicó en voz baja, para que nadie más que ella pudiera escucharlo─. Ni siquiera yo sé si orgullo es la palabra para definir lo que he hecho…
─Lo que tenías que hacer ─interrumpió ella, cortante─. Hiciste lo que tenías que hacer y nadie va a reprochártelo. Nadie que te quiera y te conozca.
Keiran desvió la mirada de la estatua, pero siguió sin mirar a Rhiannon. No quería que viera en sus ojos que ni él mismo estaba seguro de conocerse, por lo que dudaba que otros lo hicieran. Su padre y su posición habían contribuido a ello, no solo como Hijo Predilecto, sino también como heredero; roto en mil pedazos, y mil veces recompuesto.
─ ¿Dónde está tu marido? ─preguntó tras una breve pausa en la que logró recomponerse y mirar a su hermana.
─Buena pregunta, cuando yo me levanté él ya había desaparecido, por supuesto ─contestó poniendo los ojos en blanco─. Me imagino que en algún lugar de la ciudad, en la biblioteca probablemente, mentalizándose de que va a tener que estar levantado hasta que vuelva a salir el sol ─Rhiannon calló un instante, el tiempo suficiente como para que la socarronería desapareciera de sus ojos negros antes de volver a hablar─. Y supongo que también querrá estar consigo mismo por todo lo que este día significa para él. Gawain también perdió muchas cosas ese día.
Aquel último apunte era innecesario, pero Keiran no se lo reprochó. A veces necesitaba recordar que él no era el único cuyo mundo se había puesto patas arriba en menos de lo que dura un suspiro. Él tampoco había sido el único en afrontar situaciones duras y repentinas, totalmente imprevistas y por las que jamás habría imaginado que tendría que pasar. Y tampoco había sido el único que se había manchado las manos con la sangre de aquellos que, sino amigos, al menos nunca los habría llamado traidores.
Keiran jamás olvidaría el velo que había cubierto los ojos azules de Gawain cuando le había contado la implicación de Brycen en la muerte de sus padres. Una sombra de tormenta encapotando un cielo de verano.
─Tienes que…
Gawain no había llegado a terminar de hablar. Su mirada se había apartado de la de Keiran, hacia la puerta cerrada detrás de la cual se encontraba su padre, apresado y consciente de la situación a la que se enfrentaba.
─Puede hacerse de muchas maneras ─había dicho Keiran llevándose la mano al cinturón─. Quiero que elijas tú cuál de ellas es la mejor para ti.
Gawain desvió la mirada de la puerta de madera y la dirigió al puñal que su primo le tendía. Sus ojos recorrieron despacio el mango negro decorado con un diseño cómodo y sinuoso, y la hoja grabada con flores y serpientes. Abrió la boca para hablar, pero de ella no salió nada.
─Es tu padre ─murmuró Keiran─. La decisión es tuya.
Su mirada se encontró con la Gawain. Brycen era su padre, y Lea, en cierto modo, también había sido su madre. Lo había cuidado y criado de una manera no muy diferente a como lo había hecho con Keiran. Lo había querido y se había preocupado por él más que cualquiera de sus parientes de sangre. Sabía lo que su madre significaba para Gawain. Y también sabía que él no era el único que necesitaba dejar salir sus deseos más violentos y primitivos.
Los dedos de Gawain se cerraron en torno a la empuñadura con firmeza. Keiran soltó el puñal y se dio media vuelta.
Nunca hablaron de lo que ocurrió con Brycen. Lo que aconteció entre padre e hijo detrás de aquella pesada puerta quedaría para siempre entre ellos y entre los dioses curiosos que pudieran estar observándolos. Puede que Gawain se lo hubiera contado a Rhiannon; Keiran deseaba que lo hubiera hecho. No debía cargar con los sentimientos que seguían a hacer algo así él solo. Keiran lo sabía por experiencia, aunque no hubiera seguido su propio consejo.
─Va a ser todo un espectáculo ─dijo Keiran barriendo con la mirada las mesas, son los jarrones y los adornos que engalanaban el patio trasero del palacio.
─ ¿Sabes un espectáculo que me apetece ver? El de Idris repasando las tropas.
Rhiannon enlazó su brazo con el de su hermano y empezó a tirar de él para alejarlo de aquella escena y de los pensamientos que la acompañaban.
─Torturándolas, querrás decir ─rió él con suavidad.
Rhiannon enarcó una ceja.
─No sé quién es el torturado, sinceramente. Idris preferiría limpiar las botas de todos los soldados antes que comprobar que desfilen con la espalda bien recta y en perfecta sincronía.
─Creo que cuando aceptó ser Gran General no sabía que no todo era acción y estrategia.
A Idris no le hubiera importado alisar los uniformes de todos y cada uno de los soldados de la Sombra y la Niebla si eso pudiera ayudar a su amigo. Keiran lo sabía y eso le provocaba una punzada en el pecho que no sabía cómo interpretar.
Todas y cada una de las casi treinta legiones que componían el ejército de la Casa desfilarían esa tarde por la capital del territorio, y de noche lo harían por la villa palaciega, desde la verja de hierro que marcaba su comienzo hasta el jardín que se encontraba detrás del palacio. No estarían presentes todos los soldados, pues la villa, a pesar de su gran extensión, no podía contenerlos a todos, ni tampoco los terrenos que rodeaban el palacio. Además, la Casa no podía quedar totalmente desprotegida durante casi un día entero. La Sombra y la Niebla vivía tiempos tranquilos desde que la rebelión dannan había sido aplacada, ninguno de los otros territorios había lanzado una sola amenaza en las últimas dos décadas, pero eso no significaba que no debieran estar preparados para imprevistos.