Ruinas en las tinieblas (un cuento oscuro 0.6)

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Keiran recordaba su Turas Mara como un momento emocionante y al mismo tiempo aterrador. Igual que todos los feéricos, había tenido miedo de que Padre y Madre no lo encontrasen digno de la inmortalidad. Pero era algo que tenía que afrontar tarde o temprano y, por tradición, todos los guerreros dannan y la mayoría de los soldados en cualquiera de las Casas se enfrentaban a aquella travesía a lo desconocido después de terminar su instrucción, cuando su cuerpo era más fuerte. No solo era su anam lo que debía superar la Turas Mara, sino también el recipiente que lo contenía.

Keiran tenía treinta y un años cuando se bebió aquel brebaje hechizado que bajó por su garganta como el agua de un río helado, cargada de esquirlas de hielo que se clavaron en lo más hondo de su ser. Lo que vino después fue probablemente la experiencia más extraña de su vida, y estaba seguro de que nunca la olvidaría. Fue como sumergirse en… algo. No en una masa de agua, sino en algo diferente, más liviano, pero que conseguía sostenerlo y llevarlo… a algún lugar.

La oscuridad lo había rodeado, pura y primitiva, y aunque no había escuchado el más mínimo ruido a su alrededor, había tenido la extraña e inquietante sensación de que no estaba solo. Alguien o algo que observaba mientras él recordaba qué era lo que estaba ocurriendo y se debatía contra aquella fuerza que tiraba hacia un lugar tentador. Resistirse a ella no había sido fácil. Había sido como nadar contra corriente. Solo su fuerza de voluntad y los recuerdos de lo que se quedaría atrás si no volvía. Cuando salió a la superficie que separaba la vida y la muerte, la repentina bocanada de aire que llenó sus pulmones estuvo a punto de hacerlo vomitar.

No escatimó en detalles cuando les contó su experiencia a Iver y a Carys. Quería que fueran preparados para lo que iban a enfrentarse. Él y Rhiannon los acompañaron hasta la playa de arena oscura en la costa de Llanrhidian en la que realizarían la Turas Mara. Era pequeña y tranquila, escondida entre peñascos altos, y solo se podía llegar hasta ella durante la marea baja. Era una tradición que la travesía se llevase a cabo en un lugar natural, preferentemente al descubierto. No les preocupaba que nadie los molestase; probablemente, la Turas Mara era el evento por el que todos los feéricos sentían un respeto casi reverencial. Intervenir en él y alterarlo era como estorbarles a los dioses, y nadie era tan estúpido como para hacerlos enfadar a propósito.

─Tengo miedo ─murmuró Carys mirando la botella que contenía el brebaje entre sus manos.

La piel de su hermana tenía un aspecto cetrino debido a la iluminación; el cielo estaba encapotado desde el amanecer, pero no parecía que fuera a llover. La melena de Carys caía por sus hombros y su espalda como una marea de ondas negras. Sus ojos oscuros se veían muy grandes en su rostro delgado de rasgos afilados y prominentes. Apenas había dormido, pero se veía despierta y atenta.

Keiran le dedicó una sonrisa tierna y sincera.

─Todos hemos tenido miedo. Vas a estar bien, Carys ─dijo rodeando con sus manos las de su hermana, apretando la botella entre ellas─. Te lo prometo.

No habría un solo día de su vida en el que no se arrepintiera de esas palabras. No habría un solo día en el que no lo persiguiese la mirada confiada de su hermana antes de llevarse la botella a los labios, inclinar la cabeza hacia atrás, y beber. Iver hizo lo mismo apenas una fracción de segundo después.

Los dos se tumbaron de espaldas y cerraron los ojos después de entrelazar sus dedos con el de su mellizo. Los cabellos de Carys se extendieron sobre la arena como los tentáculos de una criatura marina. Su pecho fue el primero en dejar de moverse; el de Iver no tardó en hacer lo mismo. Sus cuerpos se tensaron y el color desapareció de sus mejillas, salpicadas de manchas rosadas por el frío.

Keiran y Rhiannon se sentaron sobre la arena húmeda en silencio, sin perder detalle de sus hermanos pequeños. La Turas Mara podía durar apenas unos minutos, o más una hora, dependía de cada feérico y de sus fuerzas para abrirse paso a través de la muerte. Normalmente, los inmortales no solían retrasar la Turas Mara tanto como Carys y Iver, que ahora tenían treinta y seis años, pero ella no sabía sentido preparada hasta aquel momento, y Iver no iba a hacerlo sin su melliza. Keiran y Rhiannon los habían acompañado también por tradición; siempre era agradable ver a alguien importante y querido después de volver de una batalla con la muerte. Él ya había estado presente en la Turas Mara de su hermana, junto con su padre. Kendrick había insistido en estar aquel día. A Keiran lo habían acompañado su madre y su abuelo, mientras Gawain también se enfrentaba a su propia travesía tendido a su lado.

El primero en regresar fue Iver. Keiran y Rhiannon dieron un respingo en el sitio, sorprendidos por su despertar inesperado. Iver inspiró con fuerza, con los ojos en blanco, clavados en el cielo, asustados. Se revolvió, tratando de incorporarse, pero su cuerpo estaba demasiado débil como para apoyarse sobre los codos sin ayuda. Rhiannon, que era la que se encontraba más cerca, se apresuró a sostenerlo y ayudarlos sentarse poco a poco.

─Ya está, ya está ─lo arrulló mientras le acariciaba la espalda─. Estás aquí, has vuelto, Iver.

Él tosió, intentando recuperar el ritmo normal de su respiración. Keiran sabía cómo se estaba sintiendo en ese momento; su cabeza estaría embotada y sentiría la garganta y el pecho rasposos después de tanto tiempo sin aire. Cuando consiguió recomponerse, su mirada se desplazó hacia su hermana, que todavía seguía inmóvil a su lado.



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En el texto hay: romance, guerra, faes

Editado: 26.07.2022

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