Gawain regresó a los aposentos de Keiran escasos momentos antes de que tuvieran que bajar para el desfile. El Hijo Predilecto se encontraba terminando de acomodarse la ropa. Había decidido cambiarse el traje por otro idéntico, pero sin arrugas y sin el olor del licor que había estado bebiendo a solas perdido en sus recuerdos. La corona reposaba sobre la cama, y las luces del techo arrancaban destellos a las gemas oscuras, proyectándolos sobre los espejos que recubrían las paredes de la habitación.
─Lo que Rhiannon ha dicho… ─comenzó a decir Gawain sentado sobre la colcha blanca, a una distancia prudencial de la corona.
Keiran lo hizo callar con un gesto de la cabeza.
─Siempre va a ser un asunto delicado entre nosotros. No le des más importancia.
─ ¿De verdad quieres que deje de investigar? ─preguntó su primo después de una pausa.
─No te he dado ninguna orden para que dejes de hacerlo ─contestó Keiran alargando la mano hacia la corona─. Solo te pido que no le des falsas esperanzas. A nadie ─finalizó mirando a primo a través del espejo al que se había acercado para colocarse aquella joya presuntuosa.
Gawain asintió en silencio. Keiran se esmeró para que ninguno de sus cabellos, ondulados y lustrosos, se descolocase debido al peso de la corona. Cuando estuvo seguro de que lo había conseguido, miró el reflejo Gawain de nuevo sin girarse. Su primo iba vestido de una manera similar a la suya, con un traje de doble botonadura, negro y ceñido al cuerpo. La chaqueta marcaba sus hombros y su figura delgada y esbelta. Aquel color acentuaba sus rasgos y su pelo dorado como el oro. No llevaba el escudo de la Sombra y la Niebla sobre los hombros, sino bordado en el pecho, sobre su corazón.
Al sentirse observado, Gawain apartó la mirada de sus botas y clavó sus ojos de color cerúleo en los de Keiran. Un amago de sonrisa se asomó a sus labios, pero el gesto no llegó hasta sus ojos cansados.
─ ¿Estás preparado? ─preguntó levantándose.
─Tengo que estarlo ─respondió el Hijo Predilecto con un suspiro.
Gawain asintió sin decir nada y comenzó a caminar hacia la puerta de la habitación privada, cosa que Keiran agradeció en silencio. Antes de que llegasen a la puerta que franqueaba los aposentos, sonaron unos golpes vacilantes sobre la madera. Una pequeña rendija apareció sin que ninguno de los dos dijese nada.
─ ¿Mi señor?
─Adelante.
Era un atrevimiento considerable abrir la puerta de los aposentos del Hijo Predilecto sin haber sido concedido el permiso de este, aunque no fuera más que una ranura por la que no llegaba a colarse la luz. Todo el mundo en el palacio lo sabía, así que si aquel mensajero lo había hecho, tenía que ser por una razón de peso. La urgencia de su voz también se lo indicaba.
La puerta se abrió por completo y una figura alta y bien vestida apareció, cubierta por un uniforme de mensajero, pero no uno de palacio, sino de Llanrhidian, como indicaban las llamas y las lunas bordadas en la correa del cinturón que ceñía la chaqueta. El dannan, de pelo corto y rizado y la piel del color de la tierra húmeda, hizo una profunda reverencia antes de hablar.
─Disculpad que me presente así, mi señor, pero es importante. Urgente ─anunció con voz pesada, como si hubiera estado corriendo.
Keiran frunció el ceño.
─ ¿Qué ha ocurrido?
El mensajero se pasó la lengua por los labios.
─Deberíais verlo vos mismo.
Keiran comprendió a lo que se refería y no perdió el tiempo. La niebla se extendió más allá de él y se internó en la mente del mensajero, que soltó un siseo al sentir la mordedura fría dentro de su cerebro. Keiran no tuvo que buscar demasiado, pues el mensajero ya tenía las imágenes preparadas para él, en la superficie de su mente.
El Hijo Predilecto no fue consciente de que ponía los ojos en blanco al comprender lo que ocurría en las primeras imágenes que vio, pero Gawain sí se dio cuenta y se quedó muy quieto a su lado. Al principio no entendió qué era lo que veía. O sí, pero no conseguía ubicarlo. No hasta que reconoció el perfil aristado de las costas de Llanrhidian.
El mar, negro y resplandeciente como la tinta derramada, estaba salpicado de barcos. Embarcaciones grandes situadas a una distancia prudencial de la costa, junto con otras más pequeñas que se acercaban a la playa. No había ningún estandarte a la vista. Lo único que podía distinguir eran figuras con el aspecto de feéricos mayores dentro de ellas, y otras… otras que no estaba seguro de qué eran.
La imagen cambió repentinamente, pero Keiran consiguió quedarse quieto a pesar del ataque que presenció. Un feérico atacaba al mensajero. Sus ropas, hechas de cuero y acero como las de cualquier soldado, eran oscuras, de tonos marrones y grises. De nuevo, no consiguió ver ningún escudo que identificase a qué Casa pertenecía, ni en su vestimenta, que no parecía un uniforme, ni tampoco grabado en sus armas. El mensajero consiguió desviar el ataque con una espada corta. Keiran sentía la urgencia primitiva que lo había recorrido en aquel momento y que lo había instado a atacar, pero su labor no era aquella. Debía marcharse para contar lo que estaba ocurriendo.
Entonces, Keiran lo vio. Los vio. Antes de que una guerrera dannan apareciera por detrás del atacante, este abrió la boca con una sonrisa a medio camino entre la satisfacción y la cólera. Sus dientes quedaron al desnudo. Sus colmillos, más largos que los de un fae, asomaron por encima de sus labios.