Ruinas en las tinieblas (un cuento oscuro 0.6)

18

No le tenía miedo a las tinieblas. No podía. Eran suyas, le pertenecían. Había nacido con ese derecho. Solo en una ocasión había tratado de escapar de ellas. En aquel momento había sentido que la oscuridad lo dominaba a él, que era él quien pertenecía a la negrura infinita que lo rodeaba.

Ahora, Keiran sentía cómo las sombras clavaban sus garras frías y afiladas en él. En su mente, en su cuerpo. En cada fibra de su ser. Se rebelaban contra él. Sus sombras. Su poder.

Dejadme salir, ordenó con voz ahogada.

Por toda respuesta, las sombras gruñeron. No sisearon, ni tampoco murmuraron, no. Le gruñeron. A él. A su señor.

Keiran trató de respirar despacio, a pesar de que apenas sentía su cuerpo. No, sí que lo sentía, con demasiada claridad incluso, pero estaba adormecido. Notaba un hormigueo que lo recorría por entero, producido no solo por sus músculos agarrotados, sino también por algo más.

Magia. No una magia cualquiera, no aquella que alimentaba Elter de manera natural, sino otra diferente. Una que sabía y olía a humo, a tierra quemada y a destrucción.

Tragó saliva para intentar deshacerse de su regusto amargo, pero solo consiguió intensificar el sabor. Intentó moverse, abrir los ojos al menos. Dolía. Le dolía todo el cuerpo y no terminaba de sentirlo suyo. Igual que las sombras.

Dejadme salir.

Escuchó voces, murmullos, pero no el de su poder. Sintió movimiento a su alrededor, pero no era el de sus tinieblas.

No supo cuánto tiempo pasó hasta que al final fue capaz de despegar sus párpados con pesadez y ver el cielo nocturno sobre él. Las nubes se habían disipado ligeramente, dejando a la vista la bóveda negra salpicada de estrellas. Su visión estaba difusa, pero podía distinguir un halo de color rojizo rodeando el cielo. Como si estuviera a punto de prenderse en llamas.

Oscuridad rodeada de fuego.

Keiran intentó incorporarse repentinamente, pero no pudo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba tumbado sobre una superficie dura con las manos atadas por encima de su cabeza. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo terriblemente mareado que estaba.

El cielo nocturno comenzó a dar vueltas sobre su cabeza al mismo tiempo que su estómago se retorcía con saña. Bilis ácida subió por su garganta, quemándolo por dentro. Apretó los dientes y cerró los ojos, intentando pausar su pesada respiración y sus ganas de vomitar.

Volvió a abrirlos cuando escuchó una voz femenina a su lado. Una voz que apenas había escuchado, pero que reconoció a la perfección y le arrancó un estremecimiento.

─Por fin has despertado. No esperaba que esta maravilla tuviera un efecto tan fuerte.

Keiran giró la cabeza despacio en dirección a la voz.

La reina sidhe se hallaba a su lado, sentada en un asiento que él no podía ver desde su posición. Tenía los antebrazos apoyados sobre la superficie en la que Keiran se encontraba, con la barbilla descansando sobre una mano. Había una sonrisa curvando las comisuras de sus labios y sus ojos…

Su mirada oscura estaba clavada en él con una mezcla de avidez y regocijo. Como un felino, observando a su presa después de haberla cazado, pero sin haber terminado de jugar con ella todavía. El extraño halo rojo que rodeada sus pupilas ardía como el fuego de una hoguera, pero estático, sin titilar.

Era ella. No necesitaba ninguna corona sobre su cabeza, ningún manto real, ni siquiera un escudo. Estaba allí, en el poder que emanaba de ella, antiguo e indómito, como el de los Hijos Predilectos fae, y al mismo tiempo había algo diferente en ella. Pero no cabía duda de lo que era.

Una reina.

Después de mirarlo durante largo rato, la reina hizo un gesto con la barbilla hacia un punto por encima de la cabeza de Keiran.

─Escuece un poco, ¿verdad?

Keiran necesitó un momento para comprender a qué se refería. No iba a seguir con la mirada la dirección en la que la reina había señalado, pues no podía apartar su mirada de ella. Sin embargo, podía sentirlo. Aquellos grilletes hechos de mineral azul, fríos y pesados, rodeaban sus muñecas. Palpitaban sobre ellas como un segundo corazón.

Todavía seguía mareado, su estómago protestaba y su cabeza estaba embotada, pero la imagen de la reina delante de él, tan cerca, era perfectamente clara. Como un retrato pintado por una mano experta que había sabido capturar la quietud del depredador y al mismo tiempo la energía que bullía debajo de su piel clara ligeramente iluminada.

Cuando no contestó, la reina torció la boca en un gesto divertido.

─ ¿Sabes? No estoy familiarizada con vuestras costumbres, pero creo que espiar desde las sombras no es la manera más adecuada de presentarse y conocerse. Aunque creo que sabes quién soy yo ─su sonrisa se hizo un poco más amplia, dejando entrever sus largos caninos por encima del labio inferior─. Igual que yo sé quién eres tú, señor de la Sombra y la Niebla.

Su voz desprendía una calma cálida y aterciopelada, engañosa. Su postura, calmada y atenta al mismo tiempo, palpitaba llena de poder a su lado. Poder sidhe, tan similar y tan diferente al de los fae, almizclado y floral. Pero había algo más…



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En el texto hay: romance, guerra, faes

Editado: 26.07.2022

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