Ruinas en las tinieblas (un cuento oscuro 0.6)

19

Keiran se sentía terriblemente mareado y el viaje en barco no ayudaba. Se encontraba agarrado a la borda y aunque sus ojos estaban abiertos para intentar parecer entero, se esforzaba por no fijarse en nada en particular en la costa. Si lo hacía, estaba más que seguro de que vomitaría.

Estar rodeado de sidhe y sus desagradables esencias empeoraban todavía más su situación, pero no iba a separarse de él. Lo único que mejoraría sus náuseas sería quitarse el anillo, pero Awen la había dejado perfectamente claro lo que ocurriría si lo hacía.

─Si te quitas el anillo, me enteraré ─le había dicho nada más colocárselo, tocando el medallón de su pecho con un dedo─. ¿Necesitas que te diga lo que pasará si lo haces?

No, por supuesto que no.

Awen se encontraba a su lado en el barco. Alternaba su atención entre la costa y Keiran; apenas habían intercambiado un par de palabras desde que él se había puesto el anillo. Keiran les había indicado dónde podrían atracar el barco sin peligro de que los soldados de la Sombra y la Niebla los atacasen. Sin embargo, aquel lugar al norte de Llanrhidian estaba custodiado por una criatura inesperada para los sidhe.

Rhiannon se había puesto en contacto con Iver para que guardase aquella porción de costa. Era especialmente escarpada, con playas pequeñas y cuevas profundas en las que una serpiente negra de considerables proporciones podría esconderse y espiar a la vez.

Cuando percibió que tenían la costa cerca, Keiran volvió a enfocar la mirada. El movimiento ondulante del barco amenazó la precaria estabilidad de su estómago, pero él se resistió. Sus ojos escanearon el perfil abrupto de los acantilados, sin ver ningún brillo de escamas de ónice. Todavía se encontraban demasiado lejos para poder percibir nada empleando su magia, y tampoco creía que pudiera usarla para eso.

Notaba su poder adormecido en su interior, atado, sometido. La criatura que vivía dentro de él seguía allí, colérica. Lo arañaba y le lanzaba dentelladas, pero sus fuerzas eran las mismas que las del propio Keiran. Sus gruñidos apenas eran un rumor lejano dentro de su cabeza.

Sin apartar la mirada de la costa, Keiran intentó usar su poder. Trató de extender la niebla más allá de él, buscando a su hermano. Cuando los efectos de aquel experimento se hicieron evidentes, cerró los dedos con tanta fuerza sobre la borde que los nudillos se le pusieron blancos y la madera protestó. No se rindió. Lanzó una mirada al anillo azul antes de volver a intentarlo, sintiendo la mirada atenta de Awen sobre él. Podía limitar sus poderes con aquella mierda brillante y fría, pero no podía usarlos en su contra ni saber cuándo Keiran empleaba las migajas que le quedaban.

Iver llamó con toda la fuerza que fue capaz de reunir. Por favor, es importante.

No recordaba la última vez que se había dirigido directamente a su hermano desde que Carys había muerto. Ni siquiera recordaba si la noche en la que habían ido a buscar a Deian, la última vez que habían estado cara a cara, se habían dirigido la palabra.

Estaba a punto de volver a llamar a Iver cuando escuchó su voz como un eco lejano.

Aquí estoy.

Keiran cerró los ojos un momento, aliviado.

Diles que no ataquen.

¿Qué pretendes? Preguntó Iver, su voz cargada de recelo y extrañeza.

Keiran sabía que debía contarle su plan, quería hacerlo, pero no tenía tiempo. El barco estaba muy cerca de la costa.

Ve a buscar a Rhiannon y a los demás y diles que no ataquen, que es una orden. Y no dejes que ningún sidhe te vea.

El silencio llenó la mente de Keiran durante lo que a él le pareció una eternidad, hasta que Iver por fin contestó.

De acuerdo.

Keiran suspiró discretamente. Creyó ver un destello negro entre las rocas opacas un instante después, pero no estaba seguro. Confiaba en que Iver llegase pronto a Irea y que avisase por el camino a todos los soldados y tropas que encontrase. Su cuerpo de serpiente se movía con gracia y agilidad entre los árboles, y también con sigilo y rapidez. Awen no podía enterarse de su existencia; si veía aquella enorme serpiente negra haría preguntas, y si descubría su forma fae sabría que era su hermano.

La maldición de Iver era extraña y caprichosa. Podía recuperar su forma de feérico mayor cuando caía la noche, aunque solo durante unas pocas horas, por lo que Rhiannon le había contado. El resto del día se lo pasaba convertido en serpiente, deambulando por los bosques de la Casa, sobre todo en Llanrhidian, o por la costa, donde se escondía en las cuevas que quedaban ocultas con la subida de la marea. Todo eso también se lo había contado Rhiannon, pues Iver no se dejaba ver directamente por nadie que no fuera ella. Todo el mundo sabía lo que le había ocurrido, muchos habían visto un destello negro de cristal coloreado entre las rocas de la costa o entre la umbría de los bosques.

Keiran lo había buscado. Había pedido a sus sombras que lo rastrasen y había estado a punto de mostrarse ante en él en más de una ocasión. Pero nunca lo había hecho. No podía mirarlo a la cara; ni a su versión escamosa ni aquella que parecía un reflejo del rostro del propio Keiran, pero de ojos negros como el carbón.



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En el texto hay: romance, guerra, faes

Editado: 26.07.2022

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