El hechizo estaba completo y Aries sonrió con suficiencia cuando su Padre hizo acto de presencia en el antiguo salón del Emperador.
—Espero que sea algo realmente importante como para que hayas interrumpido mi sueño.
La criatura más temida por comunes y seres mágicos tenía el aspecto de un etéreo adolescente de cabello azul y ojos multicolores. Drakon no conocía la edad, eterno como sus hijos, poseedor de todas las formas y energías, solo era temido por aquellas marcas en su cetrina piel. Similares a los anillos del sol y la luna, un antiguo encantamiento que se manifestaba cuando la sangre de un elegido era ofrecida como en tiempos del Primer Pacto.
—Es una reunión familiar, mi señor. Solo faltan tus queridos hijos y sus descendientes.
Drakon contempló los ojos amarillos de Aries. Nunca le había atraído la idea de intervenir en las decisiones de sus hijos, siempre y cuando se abstuvieran de molestarle. Su cabellera azul eléctrica tan larga que le recorría hasta los tobillos ondeó trémulamente mientras llamaba a Argos. El monstruo acampó sobre el capitel del Salón del Emperador, sacudiendo los cimientos con un estruendoso alarido.
—Como siempre me conformaré con ver pelear a mis hijos. Estoy convencido de que quieres coronarte sobre tus hermanos, mi pequeña ninfa.
Le acarició las frías mejillas con uno de sus largos dedos. Las uñas semejantes a garras traslúcidas dejaron un trazo gris en la piel dorada de Aries.
—En eso te equivocas, Padre. Esta guerra ya tiene un ganador.
Drakon elevó una carcajada que lejos de lucir siniestra parecía música en un lenguaje diferente. El salón se fue poblando de otras cuatro figuras en un solo pestañeo. Los Príncipes Oscuros en sus formas naturales y una confundida Elen que no sabía cómo había abandonado la seguridad del Jardín del Silencio interrumpiendo su intento por curar a Rhydian.
—Finalmente el juego verdadero comienza, o mejor dicho…el ajuste de cuentas.
Sonrió Aries a los recién llegados. Elen reconoció a Dédalos que en ausencia de sus sombras solo lucía intimidante en su túnica púrpura en contraste con su cabellera azabache hasta la cintura. Castor envuelto por telas negras adornadas con llamas del mismo color que su cabello y ojos. Por último un ser que también había conocido en sueños. Polux lloraba en silencio mientras sus etéreos rasgos reconocían en Elen todo lo que en vida había sido su primer y único amor.
—No es momento de ponernos sentimentales, hermano. He tenido el placer de ver crecer a mi sobrina. De iniciarla en las artes que seguramente le prohibirían esos usurpadores de los Riegar. He creado el arma más poderosa para que la sacerdotisa del Ruler cumpla con su destino. Hoy adorado Padre, entenderás por que la divinidad y lo común no se pueden unir en un solo recipiente.
Aries chasqueó los dedos y el cuerpo marchito de una mujer apareció sobre los escalones que daban acceso al trono. Los ojos de Elen se ampliaron con furia al reconocer a su madre justo con el mismo aspecto que tenía cuando ella solo contaba cuatro años. Ahora no tenía una sola duda.
Su misión era clara y sin medir consecuencias se abalanzó en dirección a Aries, la traidora que le condenara a vivir en una dulce mentira. No tuvo tiempo para ver como un velo las separaba a ambas y mucho menos como su propio padre caía de rodillas y se despojaba de su hacha de hielo.
—Si quieres el poder estoy dispuesto a perdonarte. Siempre has sido más hábil para reinar que nosotros, pero mi única condición sigue siendo esta: Devuélveme a Leda. Estoy cansado de vagar en el abismo sin mi otra mitad.
Polux estaba destrozado al descubrir la perversa traición de su hermana. Como le había separado de Leda con mentiras y argucias, como había colocado aquel encantamiento en el primogénito de Zion con el único fin de alimentar más el odio entre comunes y eternos. Todo por obtener el reconocimiento de un Padre que ahora contemplaba con indiferencia la trágica escena.
—No es tan fácil hermanito. Una disculpa y una promesa no serán suficiente.
—Entonces quieres otra guerra. Solo mira la expresión de Padre. A él no le interesa nada que tenga que ver con nosotros. El Primer Pacto se hizo por esa razón. Los comunes prometieron entregar un tributo cada doscientos años. Siempre ofrendarían la imagen de su elegido para servir en el abismo eternamente. Nunca existieron inconvenientes hasta que Polux cayó preso de esa mujer.
Señaló Castor con la misma expresión aburrida. Dédalos por su parte sonrió en dirección a Elen.
—Tú les ayudaste hermana. Tú fuiste la única preocupada por desenterrar las Gemas Prohibidas y construir a Icarus. Querías un Ruler capaz de asesinar a Padre y ahora parece que el Ruler* quiere descargar su furia en ti.
Elen golpeó el velo que la contenía. Aries sonrió con sorna hasta que en una dramática vuelta tomó la garganta de Leda.
—Tanta cháchara ya me aburrió. Es tu turno Elen. Elige como te he enseñado mi hermoso aprendiz. Recuperar a tu inútil madre y ser mi campeona ante Argos o morir como las alimañas que corretean bajo nuestros pies en el Jardín del Silencio.
Elen comprendió con aquellas palabras que no tenía escapatoria y el viejo texto aprendido volvió a emerger en sus pensamientos.
#6634 en Fantasía
#1469 en Magia
reino y poder, princesa heredera al trono, criaturas miticas y magia
Editado: 11.08.2023