Eran las doce y no había dormido ni un sólo momento, el saber que cada día conocía más a esta mujer me entusiasmaba y descubrir que quizá podría estar relacionada con el punto contrario al mío convertía aún más interesante la situación. El Sur se caracteriza por ser un lugar estricto en la entrada de extraños y cualquier otra cosa que pudiera hacer peligrar a los habitantes. El portal de Edan se abrió y entré sin dudar. Todos estaban ahí, con sus dientes castañeando y tratando de calentar su cuerpo. Habíamos llegado en el momento más frío, cuando la nieve estaba cayendo y extremaban la seguridad. Darian se acomodó su gruesa camisa color vino y se frotó las manos. Me acerqué a él y levanté la mirada olvidando lo alto que era y lo oscura que era su piel. Sus ojos más claros que los de su hermana se posaron en mí y levantó las cejas saludándome.
– ¿Qué sucede?
–Tendremos que caminar –dijo Edan, pero antes de que pueda hablar, Harlet me interrumpió.
–No podemos entrar al sur.
–Conozco una familia de ahí, podemos hacernos pasar por ellos –dijo Darian.
– ¿Cuántos son? –le pregunté.
–Cuatro, mujer y hombre con dos hijos, ambos varones.
–Harlet pasará con Zaafiel e Izan invisibles y tú con ellos –opinó Leah.
–La nieve nos delatará –dijo Darian.
–Cuando entremos abriré un portal –dijo Edan frotándose las manos y clavando sus azules ojos en Harlet.
–Darian serás el esposo de Leah, si preguntan algo tu contestaras, Edan y yo seremos los hijos, los demás se quedarán aquí, siendo invisibles, escucho los pensamientos de algunos guardias merodeando muy cerca, tenemos que ser cuidadosos y estar más alertas de lo que ellos están –dije–. ¿Dónde están?
–Van a vacacionar a las montañas del Noroeste, en las cabañas.
– ¿Puedes llevarme ahí? –le pregunté a Edan.
Él asintió y abrió un portal. Tenía que haber visto a las personas para poder hacerme pasar por ellas, conocer sus expresiones y haber escuchado sus voces, no podía ser alguien que no conocía. Darian, Edan, Leah y yo entramos y pisamos la nieve de las montañas. Caminamos pocos metros hasta encontrar una posada de madera pura, el olor de la comida inundó mi nariz y el calor de la chimenea me abrazó en el momento en el que abrimos la puerta. Darian se acercó a una mesa donde cuatro personas comían estofado y platicaban entre risas.
–Darian, mi buen amigo, ¿qué te trae a las montañas?
–Sólo estoy dando un paseo –se limitó a decir sonriendo.
–Veo que te estás dejando la barba, es un buen toque. Oh Leah, preciosa, espero una boda en poco tiempo, no me hago más joven con el tiempo.
–No, no, está muy pequeña para eso.
Ignoré la plática de ellos y comencé a fijarme en los rasgos y en el tono de voz. Las arrugas cuando se reían y los gestos que hacía. El hombre golpeaba el brazo de Darian siempre que se reía, se rascaba su poblaba barba y seguía conversando. Mencionaba que cada día la vejez lo alcanzaba y cuán gordo se volvía. Presumía a su esposa y lo bella que era. La mujer se ruborizaba, pero aceptaba los cumplidos, miraba con amor a su esposo y sonreía de cualquier estupidez que decía. Regañaba a sus hijos en voz baja y se masajeaba la sien cuando no la obedecían. Corrían, brincaban y gritaban, eran unos demonios esos niños. Se golpeaban entre ellos y molestaban a las meseras haciéndolas tropezar. Los cuatro compartían un acento bastante peculiar, hablando rápido, remarcando la r y en cada oración decían algo cómico, pero siempre había coherencia en sus palabras, educación también, pero lo más importante, desconfianza en la mirada. Desconfianza hacia mí. Tenía lo necesario para engañar a los guardias y se los hice saber a mis amigos con una simple mirada.
Volvimos al Sur y transformé a cada uno en el personaje que tenía que representar. Les expliqué que la voz les debía salir estando ya transformados al igual que algunos gestos, pero debían tener cuidado. Nos acercamos siendo otras personas, tratando de pasar desapercibidos, pero nos detuvieron apenas nos vieron.
–Braham, ¿tan pronto y de vuelta?
Edan y yo comenzamos a correr y lanzar piedras hacia los árboles. Gritamos y nos empujamos mientras Leah trataba de calmarnos. Edan y yo disfrutábamos molestar a Leah, por lo que seguimos gritando y colgándonos de sus pies.
–Sí, creo que debimos dejar a esos mocosos en las montañas –bromeó Darian mientras golpeaba el hombro de un guardia–, pero ya sabes cómo es mi bella esposa, siempre siendo tan amorosa con ellos.
Tiramos de su vestido y le lanzamos pequeñas bolas de tierra al cabello. Leah era una buena mujer, siempre con una sonrisa en el rostro. A lo lejos podía escuchar a Darian conversando con los guardias, de una forma les transmitía que quería seguir conversando con ellos, pero sutilmente les decía lo cansado que estabamos y las ganas de dormir que teníamos, no obstante, a pesar de sus bromas y sus inventadas anécdotas las miradas de los guardias permanecían en nosotros y en Leah, a quien por accidente hicimos caer en la nieve. Su paciencia nos impresionaba y su amabilidad era demasiada para ser verdad, algo que Edan y yo estábamos dispuestos a acabar. Era muy de noche y ese era el detalle de muchos de nosotros, si no dormíamos bien teníamos un humor del infierno. Todos, excepto Darian. Su humor podía ser el mismo desde que se levantaba hasta cuando se dormía. Su serenidad llegaba a molestarme, ninguna persona podría estar así mucho tiempo y mi mayor temor era si algún día se llegara a molestar. Edan nuevamente tiro una piedra en cuanto vio que se puso de pie, sin embargo, antes de darle, ella lo detuvo.
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Editado: 28.09.2021