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Capítulo 2 — La universidad no es para criminales

NARRA SETH

 

Hacía años que me había acostumbrado a aquel olor.

La mezcla de alcohol, drogas y sexo inundaban el aire de aquella habitación, como cada vez que ponía un pie en ella. Nunca me había quejado, de hecho incluso había llegado a gustarme con el paso del tiempo.

Nos habíamos convertido en clientes VIP, no sólo por la cantidad de tiempo que habíamos invertido en aquel lugar, sino también el dinero.

El reservado destacaba ante todo el local, en la parte de arriba, rodeado de cristales tintados, tras los cuales podíamos ver a los demás, pero ellos no a nosotros. Las luces moradas iluminaban todo el recinto, tanto a clientes como a trabajadoras, el ambiente era exquisito. Las barras de metal subían hasta el techo, y las bailarinas movían sus cuerpos semi o totalmente desnudos en ellas, para el deleite de todos los consumidores. La música rebotaba contra los cristales, dejándonos un ambiente un tanto más calmado.

Dirigí mi mirada hacia Natasha, la preciosa rusa la cual bailaba a centímetros de mi, viviendo por y para mi placer, y no iba a mentir, me encantaba la manera en la cual me convertía en su prioridad, consiguiendo que alrededor no existiera nada, simplemente yo y mi felicidad en ese momento.

Sin embargo yo no era así.

Jamás me había importado alguien más que yo mismo, ni Chad, mi mejor amigo, ni Frank, el hombre que había cuidado de mi toda mi vida, nadie. Quizás era egoísmo, quizás el pensamiento juvenil que revoloteaba en mi cabeza en ese momento, o quizás mi ego era demasiado alto, pero nunca me había importado. A pesar de no haber tenido una vida fácil siempre me había sentido libre, y esa era la mejor sensación, pensar que puedes hacer lo que quieras, cuando quieras, sin nadie que pueda detenerte.

Pensar en los demás nunca fue mi punto fuerte, tampoco había tenido a nadie que me lo enseñara.

Aparté mi mirada de Natasha y giré mi rostro levemente, observando a Chad, mi mejor amigo junto a mi. Con su tez seria, cómo de costumbre, observaba su teléfono, mientras sus cientos de pecas se mezclaban en su luminoso y oscuro a la vez tono de piel y sus rizos oscuros como el carbón cubrían gran parte de su frente.

A decir verdad no lo conocía desde hacía más que unos pocos años, pero en ese poco tiempo se había convertido en mi hermano.

Me identificaba con él en demasiadas facetas de mi vida, habíamos pasado por lo mismo y eso era algo que nos unía. Abandonado al nacer, tuvo que abrirse paso de orfanato en orfanato, hasta que tuvo la fuerza de voluntad suficiente para vivir por él mismo. A los trece años de edad escapó por octava y definitiva vez de aquel horroroso lugar, mendigó, robó e incluso llegó a acostarse con mujeres mayores a cambio de dinero, era un superviviente y lo admiraba por eso. Su suerte cambió a los diecisete cuando lo encontramos Frank y yo, robando un pequeño establecimiento en un pueblo vecino, nos habíamos hecho inseparables desde entonces, y es que a pesar de sus problemas era de las mejores personas que conocía.

Una estúpida sonrisa se colocó en su rostro mientras observaba la pantalla de su teléfono y desvió la mirada, sus ojos oscuros se encontraron con los míos.

—¿De que te ríes? —le pregunté mientras Paola, la chica favorita de Chad bailaba a su lado, ni siquiera le estaba prestando atención. —Es por esa chica, ¿verdad?

—¿Mia? —preguntó sonriente. —Hemos quedado esta tarde. —Rodé los ojos.

—¿Otra chica por la que te encaprichas? Te vas a olvidar de ella la semana que viene —dije mientras Natasha emprendía un camino de besos desde mi cuello hasta mi estómago.

—No, esta vez me gusta de verdad hermano. —Levanté una ceja, esperando encontrar algún signo de estar bromeando, pero no encontré nada.

—Dejadnos solos. —Alejé a Natasha y esperé a que Paola hiciera lo mismo. Ambas abandonaron el reservado en segundos. —Tienes que estar de broma.

—No tío, es verdad. —Se colocó mejor en el sillón y observó el techo como si fuera lo más interesante del mundo. —No es cómo las demás, es como nosotros —dijo emocionado. —Se ha criado en las calles, al igual que nosotros, es lo contrario a los zorras de este local, es natural, simpática, atrevida, real —trató de definirla. Lo miré con asco y sus ojos dejaron de fijarse en el techo para volver a mirarme. Estalló en carcajadas al ver mi expresión. —Vamos quita esa cara, ya era hora de que me enamorase. Quien sabe, quizás dentro de unos meses podría irme a vivir con ella, las posibilidades son infinitas —sonrió como un niño pequeño.



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En el texto hay: drama, accion, amor

Editado: 30.12.2018

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